Este artículo se publicó hace 4 años.
Ansiedad y depresión durante la cuarentenaLa ausencia de noticias positivas durante el coronavirus puede perjudicar seriamente su salud
Los psicólogos advierten de que la sobrecarga informativa de la COVID-19 causa miedo e incertidumbre, lo que podría provocar ansiedad, depresión y estrés. Los más vulnerables son los mayores y quienes ya padecen esos trastornos.
Madrid-Actualizado a
"Estoy harto de las noticias sobre el coronavirus. Hace poco salí de una ligera depresión y el tratamiento informativo no tiene otro calificativo que deprimente". Juan le suma las videollamadas y conversaciones telefónicas con algunos familiares y amigos, quienes le hablan de lo mismo. "¿Qué me aporta que mi tía me llame para quejarse sobre la pandemia y el confinamiento? No se puede ser tan cenizo todo el tiempo. Parece que ya no hay vida afuera", se queja. "Mi chica no puede charlar con ella porque le inocula negatividad".
Mabel está embarazada de siete meses y medio. Hace dos semanas dejó de ver la televisión. "Juan y yo estamos viviendo un momento muy bonito, pero lo último que quiero escuchar es el pesimismo que transmiten". Entiende que el foco informativo apunte hacia la COVID-19 y le causa tristeza la muerte de tanta gente, aunque considera que la saturación informativa es "terrible". Ella, a punto de ser madre, quiere pensar en el mañana. "Están olvidándose de los aspectos positivos de la vida. Afortunadamente, los niños son el futuro y siguen vivos", contesta desde un pueblo de la Comunidad de Madrid.
Ese futuro hace tiempo que alcanzó a Lola, a punto de cumplir noventa años. Vive en una residencia del interior de Galicia y se muestra abatida. "Estoy como nunca estuve. Tan aburrida…". Cuando dice aburrida, quiere decir triste. También califica así las noticias: aburridas, o sea, funestas y aciagas. "Alarma en España, Crisis en España, todo Mal en España… La gente joven tiene otros canales, pero en la televisión no hay nada que valga la pena. Antes era todo política y ahora todo es bicho", se queja la anciana, lectora voraz de periódicos hasta que dejaron de llegar.
Ahora debe estar recluida en su cuarto. "No podemos pisar el pasillo: solo cama y comer, comer y cama. A veces leo, mas al cabo de un rato te cansas de todo. Y luego me quedo dormida con la radio". Su distracción es hablar por teléfono con sus amigas y parientes, pues no puede recibir visitas. "A veces me siento un poco hundida. Sin embargo, no le digo nada a mi familia para que no se preocupe". Lola no es pesimista, por mucho que la pantalla escupa desesperanza.
"Si no tuviésemos médicos, enfermeras y científicos como los que tenemos, habría muchos más muertos. Todas las personas formadas son importantes, pero yo valoro mucho a quienes nos están atendiendo, incluidas nuestras cuidadoras". Ella está muy contenta con el trato que recibe. Bueno, estaba, porque ahora su vida se reduce a las cuatro paredes de su habitación. Su única ventana es el telediario de las tres y el de las nueve, un hábito cotidiano anterior a todo esto.
Le gusta tanto estar informada que, entre uno y otro, solo ve el canal 24 Horas de TVE. "Me interesa saber cómo va el mundo, pero ahora las noticias son algo repugnantes. Siempre están con el coronavirus y con la política, dale que dale", se lamenta Lola, a quien se le está haciendo cuesta arriba el encierro. Echa de menos una buena película, aunque a falta de cine buena es la filosofía de quien no pudo estudiar y trabajó como una mula toda la vida para sacar adelante a su familia: "El mundo es malo de arreglar".
Ana Belén Sánchez, miembro del Colegio de Psicología de Castilla y León, concuerda con ella. "Esta sobreinformación provoca que estemos consumiendo noticias sobre el coronavirus 24 horas al día. Los jóvenes tenemos otras posibilidades de ocio, que ayudan a desviar la atención, pero muchos mayores lo tienen complicado". Trabaja con ancianos que viven solos en la provincia de Ávila y, cuando les pidió que redactaran una carta sobre sus emociones, le escribieron a la soledad y al miedo. "Un miedo, claro, transmitido por los medios de comunicación, cuya programación es objeto de quejas".
Según ella, generan inquietud, causan temor y enfatizan un problema que escapa a su control, lo que les hace totalmente vulnerables, porque están pendientes de esa amenaza y no tienen la capacidad de gestionar sus emociones. "Hay que centrarse en actividades positivas, por lo que los medios deberían proporcionar calma. Todo lo que está en nuestras manos ya lo estamos haciendo, por lo que crear alarma no beneficia a nadie". Por ello, considera necesario que se difundan otro tipo de noticias, bien positivas, bien ajenas al coronavirus.
"El miedo es una emoción básica que tiene su función adaptativa y protectora, o sea, una brújula vital. Sin embargo, cuando no es moderado, sino intenso y mantenido en el tiempo, se convierte en una amenaza y nos causa estragos en la salud: afecta al sistema endocrino, nervioso e inmunológico, lo que debilita nuestras defensas. Además, si genera estrés y ansiedad, desaparece esa función protectora y nos deja sin recursos", añade la psicóloga abulense, quien insiste en que al principio nos llevó a refugiarnos en nuestras casas, pero si se convierte en pánico corremos el riesgo de que nos paralice.
Isabel estuvo dos semanas sin salir de su piso de Madrid. Algunos compañeros de trabajo se contagiaron, por lo que se tomó muy en serio el confinamiento, hasta que se encontró mal y decidió ir a urgencias: temía que ella también se hubiese infectado, aunque al final no fue más que un susto. Tras un mes de cuarentena, sólo ha pisado la calle una segunda vez para hacer la compra. "En estos tiempos de incertidumbre, me preguntó por qué se recrean en las malas noticias económicas. ¿Acaso no sabemos qué está pasando y lo que se nos viene encima? Cualquier trabajador, y ya no digamos un autónomo, es consciente del futuro que se avecina".
No sólo critica la sobreinformación, sino también lo que define como piezas de relleno. No las llama noticias porque no considera un hecho noticiable que un aeropuerto esté vacío o la comparación del tráfico actual con el de hace un año, porque es una perogrullada y el cotejo carece de sentido. Al menos, no le afectan tanto como las cifras de contagiados y fallecidos, de pérdidas y parados, de un futuro azul oscuro casi negro.
"Llevamos mucho tiempo encerrados y cada día que pasa aumenta nuestra ansiedad, por lo que habría que pensar en positivo. Es más, creo que esas noticias hacen que todo vaya peor. No será muy científico, aunque yo creo el pesimismo es un estímulo negativo", comenta Isabel. "Obviamente, no pretendo que los medios de comunicación mientan u omitan datos de interés, porque es lógico que informen de la actualidad, pero tal insistencia no traerá nada bueno". Tras un mes evitando la calle, mañana no le quedará otra que ir a la farmacia: toma antidepresivos.
"Sería más sano dar una información variada y equilibrada"
El psicólogo Daniel Fernández Moreno insiste en que la sobrecarga informativa supone un problema, pues genera miedo —dado que la COVID-19 afecta a la salud— e incertidumbre —por lo que pueda pasar—. "Eso provoca que nuestra cabeza filtre los datos de forma distinta. Es más, tiende a buscar lo que espera encontrar, o sea, una confirmación. Si solo se difunden noticias sobre la pandemia, subyace la sensación subjetiva de que no hay otra cosa que el coronavirus. Y cuando una persona sufre depresión, se centra en un aspecto concreto negativo, por lo que los medios estarían replicando su forma de procesar la información".
Fernández, miembro del grupo de intervención en emergencias y catástrofes del Colegio Oficial de Psicólogos del Principado de Asturias, advierte de que tendemos a darle más importancia a las noticias negativas, por lo que aboga por dar una visión más amplia de la actualidad y abrir el foco de atención. "Psicológicamente, sería más sano ofrecer una información más variada y equilibrada, porque en el mundo están pasando otras cosas. Eso no le quitaría importancia a los contagios, pero pondría en perspectiva la pandemia".
Hace unos días, atendió a un padre cuya hija de diez años estaba muy preocupada, no paraba de llorar y era un manojo de nervios. Cuando le preguntaron qué era el coronavirus, respondió que había muchos muertos y que algunas personas se salvaban. "Aunque es una cría, su visión nos da una idea bastante acertada de cómo procesamos este tipo de informaciones. La única ventana al exterior son los medios de comunicación y, si nos enseñan solo un parte de la realidad, nuestro cerebro emocionalmente va a sentir que lo único que pasa en el mundo es el coronavirus", explica el también presidente de la Asociación para la Intervención Psicológica en Urgencias, Emergencias, Crisis y Desastres (ASINPEC).
Fernández recuerda que en Asturias es la comunidad autónoma con la población más envejecida de España, por lo que muchos mayores viven solos y en residencias. "Ellos no manejan las nuevas tecnologías y probablemente no tengan televisión de pago, con lo cual la oferta es limitada, lo que redunda en una mayor exposición a las noticias negativas", explica este psicólogo madrileño afincado en Gijón. Frente a ese panorama televisivo, atisba una consecuencia provechosa: "Algunas personas se están poniendo al día con los móviles para hacer videollamadas a sus allegados. Aunque no vivan con tanta naturalidad ese contacto humano a través de la pantalla, al menos es un alivio para ellos".
"Si me crispo yo, cómo no va a hacerlo mi madre de 89 años"
Es el caso de los padres de Jorge, quienes suman 178 años. Están a punto de cumplir los noventa y para ellos ya es demasiado tarde para aprender, si bien gracias a los móviles de sus hijos pueden ver y charlar con los nietos. "¿Pero qué pasa con quiénes viven solos y no tienen internet?", se pregunta el benjamín de la familia. Él vive en un pueblo de A Coruña y se desplaza al de sus padres dos días a la semana para cuidar de sus progenitores, turnándose con dos hermanas para ayudarlos en el día a día.
"Mi madre tarda más de una hora en poner la lavadora". Lo comenta por una razón: pese a su edad, las tareas domésticas los mantienen ocupados buena parte de la jornada, de modo que pueden desconectar de la televisión. Su padre trastea en el bajo de la vivienda, que ejerce de taller, donde repara algún cachivache, mientras su esposa se entretiene en el piso superior. "Aun así, la noto tristona y crispada. ¿Cómo no va a estarlo si incluso me afecta a mí? Si un día me despisto y me trago dos telediarios, termino irritándome, por lo que procuro no verlos. Hay que reducir la dosis de información sobre el coronavirus, pero quienes sólo disponen de los canales de la TDT lo tienen más difícil".
Jorge explica que antes de la pandemia su madre no bajaba a la calle con frecuencia, por lo que tampoco echa de menos los paseos. "Estaba más pendientes de sus labores y de sus pastillas, aunque ahora echa de menos a sus hijos y a sus nietos. Mi padre, en cambio, ya no va a la farmacia ni al supermercado, pero por lo menos se dedica a arreglar objetos, su forma de pasar el tiempo. Afortunadamente, no le prestan mucha atención a la televisión, porque de lo contrario, evidentemente, se deprimirían muy fácilmente".
Si bien es un colectivo vulnerable, no hay que ser anciano para que el aluvión de noticias negativas termine haciendo mella en el ánimo. Juan, todavía en la treintena, reconoce que la primera semana de confinamiento su pareja y él vivieron en una burbuja. "Ese estado llegó a agotarme psicológicamente, porque la sobreinformación sobre el coronavirus no es muy buena para la salud. Difundir datos y cifras está muy bien, pero lo que importa es la cercanía. Es decir, las historias próximas, locales y esperanzadoras, así como las que reflejen que se puede sacar una experiencia positiva de todo lo que está pasando".
"Los mayores viven en una soledad emocional absoluta"
La psicóloga Ana Belén Sánchez recuerda que hay estrategias para que el temor no se convierta en pánico, de modo que no se debiliten las defensas. Para ello, recomienda limitar tanto la información sobre la COVID-19 como el tiempo que se dedica a las redes sociales, además de recurrir a fuentes oficiales (OMS, Ministerio de Sanidad, colegios profesionales...). "Es importante que no seamos difusores de miedo, sino de calma y tranquilidad. Para que sea así, debemos contrastar las noticias que compartimos y no difundir todo lo que cae en nuestras manos".
La miembro del Colegio de Psicología de Castilla y León cree que los medios de comunicación deberían velar por el bienestar psicológico de la población, pues "una persona sin alteraciones emocionales previas podría desarrollar ansiedad, depresión y otros trastornos", mientras que quienes ya los sufren verían cómo se acentúan. "Si nos alimentan de miedo, repercutirá sobre nuestras emociones, sobre todo en la población mayor e indefensa", concluye la psicóloga de Ávila, la séptima provincia más envejecida de España después de Ourense, Zamora, Lugo, León, Salamanca y Palencia. Asturias, si fuese incluida como una comunidad autónoma uniprovincial, sería la quinta.
No es casualidad que la mayoría de los entrevistados sean del Principado, Galicia y Castilla y León, las tres regiones con el mayor porcentaje de mayores de 65 años. Como aconseja Ana Belén Sánchez en un vídeo donde ofrece apoyo psicológico para afrontar la cuarentena —difundido por el departamento de servicios sociales de su Ayuntamiento, dentro del programa Ávila se queda en casa—, hay que proteger a todos los ciudadanos, pero sobre todo a los más vulnerables.
"Es el momento de la comprensión, de empatizar, de la solidaridad, de abrir los ojos y de poner el foco de atención en aquellas personas a las que les está siendo especialmente difícil esta crisis", reflexionaba la psicóloga abulense. "Como los mayores que están viviendo en una soledad emocional absoluta o las cuidadoras, que atienden a enfermos entre cuatro paredes".
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