Este artículo se publicó hace 4 años.
Coronavirus RamadánCelebrar el Ramadán confinados en situación de precariedad
Así lo viven mujeres solas a cargo de sus hijos, ciudadanos marroquíes atrapados en Melilla tras el cierre de la frontera y menores y jóvenes separados de sus familias.
Rosa Soto
Melilla-
La emergencia sanitaria y el confinamiento para evitar nuevos casos de covid-19 ha trastocado la vida de millones de personas con la paralización de toda clase de eventos y alterado la celebración de numerosas festividades. Esta pandemia mundial también ha afectado a la realización del mes sagrado del Ramadán, rompiendo con los tradicionales encuentros familiares reservados para la ruptura del ayuno y con el rezo multitudinario en la mezquita sustituido por uno más personal en casa.
El noveno mes del calendario islámico se caracteriza por el ayuno, pero la falta de recursos, la precariedad o la ausencia de lazos familiares ensombrece esta práctica que refuerza la espiritualidad y meditación del mes sagrado musulmán. Para Latifa Bensiali no es fácil ayunar y estar al frente de su hogar sola con dos hijos, de seis y diez años. "Es un Ramadán diferente, muy difícil por el coronavirus. No puedo ir a trabajar y encima todos los productos son más caros porque vienen de la península y no de Marruecos", relata esta melillense.
En su mesa no falta el tradicional plato de harera (sopa de carne o pescado con legumbres y verduras), pero ha renunciado a ingredientes como el pescado "porque ahora el precio está por las nubes". Ella es la única que ayuna porque sus hijos son pequeños y el mayor es diabético. Sin embargo, lo que peor lleva de todo ello es el confinamiento. "Rezo en casa, nunca voy a la mezquita, pero sí que otros años rompíamos el ayuno con amigos; ahora con la cuarentena cenamos solos en casa".
Más allá del componente social o religioso, ayunar y tratar de ayudar a sus hijos con las tareas escolares es prácticamente misión imposible en su caso. Bensiali y sus hijos son una de las numerosas familias melillenses afectadas por la brecha digital. Sin ordenador ni internet, sus hijos hacen los deberes por turnos con su móvil prepago. "No me hables de las tareas que estoy de los nervios. Se me rompió la pantalla del móvil y se bloquea. La ciudad me ha prestado una tarjeta SIM, pero no un dispositivo en el que utilizarla y a duras penas puedo ayudar con los deberes", lamenta.
Ramadán en la Mezquita del Toreo
La situación es todavía más dura para los cerca de 300 ciudadanos marroquíes que se quedaron atrapados en la ciudad autónoma de Melilla con el inicio del estado de alarma y el cierre de la frontera de Marruecos. En un primer momento fueron trasladados al recinto V Pino, pero tras las inundaciones por las lluvias la ciudad los llevó hasta la plaza de toros, conocida popularmente como Mezquita del Toreo por ser el único coso de África en el que aún se celebran espectáculos taurinos.
"Pasar este mes tan especial fuera de casa y en un país ajeno es muy difícil. Me genera ansiedad no saber cuándo podré volver a Nador y perderme la Pascua atrapado en Melilla, con miedo de enfermar del virus. Tampoco soporto estar confinado aquí y no poder rezar en la mezquita", explica un joven que prefiere mantener el anonimato. "Agradezco a España que nos haya acogido, pero no entendemos por qué no podemos regresar a casa en unas fechas tan señaladas como Ramadán. Pensaba que nuestro Gobierno se preocuparía por nosotros", afirma.
Este marroquí es dependiente en una tienda de alimentación en Nador y sigue en contacto con su familia, que la mantiene durante su ausencia. El temor a perder su modo de vida se suma a la ansiedad de permanecer confinado. Otra joven que comparte espacio con él en la plaza de toros, donde la ciudad instaló literas, mesas y sillas para acondicionarla, afirma que el menú de Ramadán es escaso para hacer la ruptura del ayuno en condiciones. "Pasamos bastante hambre y tampoco tenemos suficiente ropa ni elementos de aseo", explica. Para ella, lo peor es ayunar durante todo el día y quedarse con hambre en el momento de la cena.
Esta chica no quiere añadir más detalles porque teme ser identificada. Por ello, únicamente añade que se limita a ver pasar las horas de un Ramadán atípico, alejada de los suyos, y esperando a que la carpa que la ciudad instaló en el foso para servir el desayuno realmente les ofrezca un menú mínimamente acorde con lo que representa este mes sagrado.
Al otro lado de la orilla
El teólogo Abdelaziz Hammaoui admite que este Ramadán es un tanto atípico por el confinamiento y la ausencia del rezo nocturno y colectivo en las mezquitas. "Es cierto que la dimensión social del Ramadán se ha visto claramente reducida, pero, por otro lado, la dimensión espiritual este año ha ganado mucho terreno y la familiar también. Digamos que el Ramadán de este año es un Ramadán más espiritual y familiar, y menos social". El problema surge cuando la familia está a kilómetros de distancia, al otro lado del Mediterráneo.
Ayman Aumouri es un joven extutelado por la Junta de Andalucía que comparte piso en una localidad malagueña con otros cinco chicos marroquíes que como él dejaron atrás su tierra y su familia con la esperanza de encontrar un futuro mejor. El confinamiento se le hace más llevadero gracias a sus compañeros de piso. "Vivimos normal, pero sin salir de casa. La cena de Ramadán la hacemos cada noche. Se hace más llevadera por no salir a la calle, te cansas menos y no pasas tanta hambre o sed", relata tímidamente.
El Ramadán no es lo mismo lejos de sus padres. Ahora están separados, pero los echa de menos por igual y no hay día que no recuerde el sabor de la harera que preparaba su madre. "Cuando estás lejos de tu familia siempre te sientes mal", suspira. Ha aprendido a cocinar esta sopa con sus compañeros, en el piso que gestiona la Asociación Marroquí para la Integración de Inmigrantes de Málaga.
Gracias a esta entidad, Aumouri ha podido realizar diferentes cursos formativos en el sector de la hostelería y restauración, pero el coronavirus los paralizó y ahora cuenta los días para retomarlos. "Solo por venir aquí [a España] ya tengo más vida que antes. Quiero ayudar a mi familia en cuanto pueda". Este joven, que aún no llega a la veintena, agradece especialmente el esfuerzo de todo el personal de la Asociación Marroquí de Málaga, que se ha volcado con él para que siga adelante, superar las trabas documentales y darle la oportunidad de estudiar para encontrar un trabajo. Ahora solo espera que todo pase cuanto antes y que este Ramadán tan atípico no vuelva a repetirse.
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