Este artículo se publicó hace 4 años.
Heretics"Antes jugaba por adicción, ahora por responsabilidad": así vive un equipo de esports una jornada de partido
'Público' acompaña a un equipo de esports, Heretics, durante las horas previas a un partido de la liga nacional de una de las múltiples competiciones en ebullición.
Madrid-
En un chalet del madrileño barrio de Arturo Soria, cinco jóvenes revientan sus dedos contra los teclados. Sus ojos están a medio metro –como mucho– de luminosas pantallas de ordenador y se hablan a gritos, aunque están apretujados en una modesta habitación. Tras una jornada de trabajo de casi diez horas, acaban de empatar su encuentro liguero. Son gamers, jugadores de esports (deportes digitales), y están decepcionados porque han tenido la victoria en la palma de la mano. El día ha sido maratoniano, pero mañana les toca entrenamiento. Sus vidas, vistas desde fuera, son surrealistas.
No pudieron soñar de pequeños con este oficio, porque son pioneros en la materia. Pocos vivieron de jugar a videojuegos antes que ellos y aún sufren las consecuencias de abrir camino en selvas frondosas. Su jornal comienza al despertar, ya que durante la temporada viven en las oficinas-residencia de su equipo, Heretics. Podría compararse con el teletrabajo, porque sus puestos de trabajo están a pocos metros de sus camas, solo que no viven en sus verdaderos hogares.
Daniel Ortega (32 años), Álvaro Gómez (26), Álvaro Valero (27), Francesc Illana (22) y Óscar Puerma (21) son el quinteto del equipo Heretics en el Rainbow Six Siege, un videojuego en el que dos equipos atacan y defienden un recinto por turnos. El que más partidas gane de las doce que se disputan se lleva la victoria. La temporada es de 18 jornadas y llevan dos victorias en dos encuentros. El objetivo es ganar el campeonato nacional para dar el salto a las competiciones europeas e internacionales, donde estadounidenses, franceses y rusos son los rivales a batir.
La rutina del profesional
Carlos Bilardo, el que fuera entrenador de la selección argentina de fútbol, tenía unos rituales que sus propios jugadores definen como tortuosos, pero que, a la vez, reconocen que ayudaron a disputar dos finales de la Copa del Mundo. Lejos de esos hábitos extremos, pero más cerca de aquello que de la distensión de una pachanga amateur, transcurre un día de partido, donde todo gira en torno a que cuerpo y cabeza estén sintonizados y a tono para la hora de la verdad.
A las 12.00 de la mañana, el combinado se reúne en la gaming room (sala de juego) donde tiene lugar la charla técnica. Su entrenador, Noel (35 años), que ha hecho carrera en el mundo del tenis, les instruye sobre cómo juega el rival en cuestión. Esta vez, tocaba Electrify Esports.
Frente a una pantalla revisan en silencio las jugadas del rival, analizan las estrategias que éstos llevaron a cabo y hacen breves comentarios sobre los movimientos ejecutados. En la sala en la que posteriormente jugarán el partido, frente a un proyector y una pizarra, encuentran patrones que se repiten para luego construir una táctica que los desarme.
La cultura de los esports está inundada de anglicismos y hablan de "pushear", de "hacer una play", de que un jugador "va flying", de echar un "ranked" y de que jugar de cierta manera es "mucho más safe". Este sector es un negocio con futuro, pero pone en peligro el castellano.
"Hemos fichado a los mejores de otros equipos para aspirar a nivel mundial"
"El equipo de Rainbow Six es una apuesta, hemos fichado a los mejores de otros equipos para aspirar a nivel mundial, aunque es un proyecto a largo plazo, nos damos un par de años para llegar a la élite", comenta Antonio Catena, fundador de Heretics, aunque reconoce que hay otros juegos y otros jugadores que generan más interés: "Fornite no es un título competitivo, pero es el juego que más visitas nos da en nuestro canal de YouTube", apunta.
Al hablar de sueldos, Catena prefiere no dar datos específicos, pero cuenta que el salario de los jugadores va desde el Salario Mínimo Interprofesional (SMI) y crece en función del jugador y las dietas que reciba. "Cobramos como el español medio", apunta Noel, el entrenador.
La industria de los esports sufre graves contrastes entre una enorme audiencia y grandes esfuerzos por ser rentable. Las plataformas de streaming gratuitas son el gran escollo para la viabilidad del sector.
El prepartido
Tras la charla táctica, abandonan el terreno de las pizarras y se alejan por primera y última vez de los ordenadores. El técnico les lleva a dar un paseo antes de la hora de la comida, donde callejean entre los chalets de Arturo Soria mientras intenta arañar en sus cerebros algo de motivación y competitividad, una palabra clave para el entrenador, presente en cada acción. Mientras tanto, el chalet, que sirve de oficina para todo el negocio de Heretics, sigue operativo. En la primera planta la cocinera prepara el condumio para los casi 40 comensales que se servirán. En la última, el nutrido equipo de ventas y marketing, mucho más amplio que el de jugadores, apura la mañana.
Son las 14.00 horas y faltan seis horas para que empiece el partido. El equipo vuelve del paseo y se arremolina en la cocina, donde hay preparado puré de verduras y albóndigas con patatas. La conversación escasea porque los móviles conquistan la mesa. Se les ve cansancio en el rostro. Cuando se les pregunta si se ven trabajando en esto toda la vida, se miran entre ellos y sonríen. "Claramente, no", apunta Illana. "Con la edad pierdes reflejos, esto es como el fútbol, no hay jugadores con cincuenta años", concluye.
"Con la edad pierdes reflejos, esto es como el fútbol, no hay jugadores con cincuenta años"
Tras una comida de media hora, el equipo se dispersa hasta las 15.30h, momento en el que inician ejercicios de calentamiento. Han programado, para entrar en calor, un encuentro amistoso contra otro equipo. Todo el tiempo ronda en el ambiente aire de élite, pero se desploma cuando uno de los rivales no puede conectarse porque tiene problemas con la luz. "No todos los equipos tienen nuestros equipos y nuestras posibilidades", dice Valero, que al poco de empezar a jugar reconoce que le duele uno de los dedos con los que usa el ratón. El plan se ha torcido, así que se meten a jugar en partidas aleatorias.
Pasan las horas jugando hasta que solo quedan 60 minutos, momento en el abandonan los teclados para reposar escuetamente hasta el comienzo del partido, que será retransmitido y narrado en directo. Algunos aprovechan para estirar las piernas y acercarse al súper a por bollería. Óscar, el capitán, prefiere repasar jugadas y hacer alguna simulación para la partida que está por venir: "Antes jugaba por adicción, ahora por responsabilidad", asegura el joven.
El ¿pitido? inicial
Al borde del inicio del partido, cuando todos se han enfundado la ropa oficial del equipo, llega el analista, un colaborador que ayuda, a través de la estadística y de datos extraídos de otras partidas, a prever los movimientos rivales. Una figura que recuerda a Jonah Hill en Moneyball, de no ser porque el analista de Heretics tiene 17 años y está inmerso en el proceso de selección de una carrera universitaria. Totalmente imberbe, Fabián despliega su portátil y, con él, hojas de Excel en las que ha trazado los datos del equipo contrincante. "En el mapa en el que vamos a jugar la clave es ganar cuando te toca defender, atacar aquí es más complicado", establece como valoración.
Cuando da la hora, el quinteto, el entrenador y el analista se aúnan en un abrazo y gritan a la de tres "pólvora". Cada uno ocupa su asiento y esperan el comienzo. Dejó dicho la leyenda del fútbol Andrés Iniesta que él eliminaría del fútbol el túnel que conecta el campo y los vestuarios, que no hay nada que genere más angustia. Estos chicos, en su túnel particular, ya empiezan a hacer aspavientos con las piernas mientras el entrenador les exige concentración. Las posturas de los gamers, a ojos neófitos, no evocan la heroicidad que pueden evocar los pasajes futbolísticos, sino que traen a la memoria los instantes previos de un estudiante que aguarda en la silla a que le pongan enfrente el examen final. Cada segundo es un mundo hasta que da comienzo la partida.
Arranca la bacanal de disparos y abordaje en un mapa que se llama Café Dostoievski, aunque el quinteto de Heretics lo llama, simplemente, Café. Empiezan defendiendo y articulan sus barricadas alrededor del edificio que tienen que impedir que sea conquistado. Aunque están en la misma sala, de apenas 20 metros cuadrados, hablan entre sí por micrófono y cascos, para aislar ecos y el sonido externo. Para coordinar la defensa, cuando un jugador identifica a un rival, canta su posición. Para ello, utilizan la decoración y los enseres de la casa: "Piano" o "escaleras dos" sirven para delatar posiciones y obtener segundos de ventaja para rearmar la defensa. Las partidas se desarrollan con moderada calma hasta el tramo final. Según van cayendo los participantes, los gritos van en aumento, principalmente para guiar a los compañeros que aún están vivos. Como el entrenador que en el banquillo da indicaciones a un jugador en la banda contraria, cuesta creer que entre la algarabía y los nervios nadie sea capaz de canalizar datos útiles para el desenlace de la partida.
La ronda de defensa, en la que se juegan seis partidas, finaliza con un 4-2 favorable a Heretics, aunque Fabián, su analista, no termina de estar contento: "Con este resultado es probable que nos vayamos a un empate", augura. Es joven, pero su predicción demuestra que sabe lo que se dice. Ahora toca atacar y el modo es totalmente diferente. Heretics consigue mantener las distancias y se llega a colocar en el resultado 6-4, a tan solo un triunfo de la victoria. El primero en alcanzar los siete puntos es el ganador, pero ahora dos buenas defensas de Electrify terminan por zanjar la jornada en un empate, un marcador que genera indiferencia, sea el deporte que sea. Los chicos se miran entre ellos, sabedores de que el triunfo estuvo cerca, pero sin dramatismos.
Algunos apagan el ordenador a la espera de que el entrenador les permita terminar la jornada; otros, lo dejan encendido y planean pasarse otro rato frente a él. El mundo de los esports, por desconocimiento, es visto como una burbuja de éxito y de miles de euros, donde el placer ha sustituido al trabajo y no se distingue el ocio de la tarea. Este grupo de jóvenes, fatigados, ya piensa en que mañana tocará repasar las jugadas para desvelar sus errores. Son obreros de lo suyo. Mañana caminarán de nuevo hacia sus puestos en busca del éxito.
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