Este artículo se publicó hace 3 años.
Manuela Rejas, la primera mujer ilusionista de España
De niña sufrió la represión franquista y, cuando trabajaba en un circo, la persecución de la Guardia Civil. Su vida fue una huida de ciudad en ciudad. Esta es la historia de superación de La Maga Violeta, recuperada por Fulgencio Fernández.
A Coruña-
La magia como gran evasión. Para ella, que deseaba abandonar el nido paterno, y para el público, que se olvidaba durante un par de horas de los rigores de la posguerra. Manuela Rejas García (Moralzarzal, 1924 - Veguellina de Órbigo, 2010) se propuso ser ilusionista de niña, en un tiempo en el que la mayoría de edad estaba fijada en los 23 años, y lo consiguió a los 16, convirtiéndose en la primera maga de España.
Su vida, hasta entonces, siempre había sido cuesta arriba, aunque el futuro le depararía unas cumbres todavía más altas, que no dudaría en escalar hasta su muerte. Hija de republicanos, no fue una niña deseada. O, mejor dicho, lo que deseaba su padre era un varón, por lo que fue una cría falta de cariño que cada verano esperaba la llegada de los titiriteros a Moralzarzal, que coloreaban la rutina apacible del pueblo.
La guerra civil la sorprendió en Madrid, donde su familia se había instalado en 1935. Allí conoció el circo, en el que vendía rifas para asistir gratis a las funciones, si bien su contacto directo con el ilusionismo tuvo lugar en el Rastro, donde unos falangistas se llevaron a la fuerza a un mago en 1941. Él le pidió que recogiera sus bártulos en una maleta y que se la guardase hasta su regreso, pero nunca volvió.
Manuela —la mayor de cuatro hermanos, dos fallecidos prematuramente— se vio obligada a irse de la capital junto a sus padres. "Fuimos evacuados de ciudad en ciudad. Veníamos de la zona roja y nuestros carnés llevaban grabada la R de rojos, que era como decir que éramos los malos. Comer era una batalla diaria", le contaba a Fulgencio Fernández, autor de Leonesas y pioneras (Los Libros de La Nueva Crónica).
El éxodo preadolescente (de Madrid a Valencia, de Valencia a Teruel…) tendría continuidad cuando logró incorporarse a un circo. "Nosotros íbamos un pueblo por delante de la Guardia Civil", solía decir. "Eran perseguidos porque su marido había sido un militar republicano y ella también se había significado políticamente, pues no se callaba lo que pensaba", explica a Público Fulgencio Fernández, su amigo y biógrafo.
El periodista leonés la acompañó durante sus últimos años y no solo glosó su figura en sus textos, sino que la reivindicó como una leonesa singular. "Era una mujer absolutamente fascinante, una paisana íntegra, esa gente de verdad… Podía ser dulce y dura, según el día, aunque las tardes junto a ella eran fascinantes", recuerda Fernández, quien viaja en el tiempo para cincelar su precocidad.
Un padre intolerante que no veía con buenos ojos que su hija trabajase en el circo. Una joven valiente y decidida que se saltó las reglas domésticas y sociales para cumplir su sueño. Un padre que le decía: "¿Artista? ¡Tú vas a ser artista de la escoba!", como rememoraba ella en el documental Violeta y el baúl americano. La primera mujer española que consiguió el carné de ilusionista mucho antes de alcanzar la mayoría de edad…
"Como era mujer, se empeñaban en que no fuera la ilusionista y en que saliera de ayudante de un hombre, pero me negué. Yo era la que pensaba los números y los estudiaba, y yo sería quien los protagonizaba ante los espectadores. Tuvieron que ceder", le confesaba a Fulgencio Fernández, quien confirma que, "tras dar mucho la turra", el Sindicato terminaría reconociéndola como "trabajadora del espectáculo".
El título del cortometraje, dirigido por Luna Baldallo y Rocío González, alude a su nombre artístico. Fue una mujer llamada Iris quien la bautizó así y la amadrinó antes de regalarle un fantástico cofre que había recorrido medio mundo. Había nacido La Maga Violeta, ante la que quedaría prendado un sargento de la Marina durante una función en 1948. Ella no dejó atrás la carpa, pero él sí abandonó el Ejército.
Entre truco y truco, tuvieron cinco hijos. Manuela —quien había actuado en los circos Corzana, Imperial, Pompeya, Chino y Price, entre otros— formó una pareja de payasos con su marido, aunque ambos realizaron todo tipo de trabajos, desde colocar las sillas hasta ejercer de maestros de ceremonias. En 1968 se retiró y no volvió a actuar bajo una carpa, si bien continuó haciendo números de magia cumplidos los ochenta.
"Pese a su edad, a un cáncer y a trece operaciones, dominaba los trucos de cartas. En su casa, donde lucía el carné de ilusionista, no dejaba de ensayar para conservar la habilidad con las manos y luego actuaba en asilos", apunta Fulgencio Fernández. "Sea cual sea tu público, el circo es hacer felices a los demás", comentaba ella en el documental, que destaca su espíritu de superación en tiempos adversos para las mujeres.
En los centros de la tercera edad, muchos espectadores eran más jóvenes que ella y casi todos gozaban de mejor salud, pero no la superaban en optimismo. "Estaba empeñada en vivir, en seguir siendo productiva y en hacerle la vida más amena a los ancianos de aquellas residencias", asegura el periodista del diario La Nueva Crónica, quien justifica por qué, pese a haber nacido en un pueblo de Madrid, Manuela Rejas es una ilustre leonesa.
Asentados en Avilés, su marido tenía problemas respiratorios y en verano lo mandaron, como a otros asturianos, a secarse a León. "Llegaron a Veguellina en 1980, se enamoró del Órbigo y se compró una casa a cien metros del río", recuerda Fulgencio Fernández. Allí se quedaron a vivir y sus cenizas surcarían aquellas aguas en 2010, cuando falleció a los 86 años.
Manuela Rejas escribió tres libros, entre ellos 15 historias en carne viva (Lobo Sapiens), donde relata "las vejaciones que sufrió". En 2008 fue homenajeada en el Festival Internacional de Dames Màgiques, del que se sentía orgullosa porque reflejaba "el nivel de emancipación" que habían alcanzado las mujeres, porque "a mí me han dicho cosas horribles por ser mujer y maga", puede leerse en la biografía del periodista leonés.
En cambio, pese a la profusión de datos, a Fernández le cuesta encontrar el adjetivo exacto para describirla: "Me quedé con la sensación de que es uno de esos personajes que nunca sabrás contar, ni transmitir sus matices, desde la mujer dura hasta la que se enamoró de un río. Porque esa relación no era poética, sino que llegó a comprarse una casa allí y murió al lado del Órbigo, desde donde podía escuchar su rumor".
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