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Raval El confinamiento destapa la pobreza invisible en el Raval de Barcelona

En el barrio más céntrico de Barcelona, y uno de los más precarios desde el punto de vista social, se multiplica la demanda de alimentos por parte de personas que se han quedado sin trabajo y no han cobrado el ERTE ni ayudas. Las redes vecinales y el Ayuntamiento están desbordados.

Una mujer recibe una bolsa de comida en el Raval de Barcelona. Las redes vecinales se han hecho cargo de las ayudas. | Miguel Velasco Almendral
Una mujer recibe una bolsa de comida en el Raval de Barcelona. Las redes vecinales se han hecho cargo de las ayudas. | Miguel Velasco Almendral

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Hay dos colas, con líneas marcadas en el suelo para mantener la distancia de seguridad. Una para ducharse y otra para recoger comida preparada. El Gimnàs Social Sant Pau, en el barrio barcelonés del Raval, hace un mes que ha reabierto y está a pleno rendimiento. Cada día sirve 125 comidas y cerca de un centenar de personas se duchan en él. Uno de los miembros de esta cooperativa, Ernest Morera, explica que tienen que decir que no a mucha gente. En una hora ya han repartido todos los números para recoger la comida, ofrecida en colaboración con los servicios sociales del Ayuntamiento de Barcelona. "El perfil es nuevo. Es gente que se ha quedado sin trabajo, que le han hecho un ERTE y es la primera vez que pide comida", dice Morera, enfundado en el mono de plástico que llevan todos los trabajadores por seguridad.

El gimnasio cerró al inicio de la emergencia sanitaria debido al confinamiento. Ahora, a pesar de que la parte deportiva no abre, sirve para aliviar las necesidades de un barrio donde ha aflorado una precariedad que ya estaba presente. Morera explica que a la gente que viene por primera vez "se les nota mucho; tienen un sentimiento de culpa, de vergüenza". Son personas que se dedicaban a sectores como la hostelería, trabajos del hogar o los cuidados, y también a la economía sumergida. "Gente trabajadora que lleva 67 días sin ingresos", apunta.

Parte de estas personas pertenece a la comunidad filipina, como Dulce, que se ha acercado a primera hora a recoger el picnic para ella, su marido y su hijo. Trabajaba en un restaurante junto al Cine Aribau, le hicieron un ERTE y aún no ha cobrado nada. Al estar pendiente de cobrarlo, no puede acceder a ayudas económicas, explica. El dinero se les ha acabado. Por eso, cuando las amigas le hablaron del gimnasio, no lo dudó. Dice que la comida que recibe "ayuda mucho". Su marido está en el paro, también a raíz del confinamiento, pero solo lo cobrará durante cuatro meses.

Entre las constantes entradas y salidas al gimnasio, con previo control de la temperatura y aplicándose gel hidroalcohólico, aparece Javier Quintero. Se ha acercado para recoger la comida y ducharse, como cada día. Trabajaba de carretillero para Coca-Cola, pero al inicio del confinamiento se quedó sin trabajo y al poco se quedó en la calle. "La situación parece que mejora en cuanto al virus, pero empeora por otros lados. La gente no tiene dinero", señala. Cada día busca trabajo a través de internet, pero de momento no encuentra nada.

"El confinamiento ha agravado y visibilizado una situación que venía de antes", afirma Iñaki García, activista histórico del Raval. Desde El Lokal, librería libertaria con más de 30 años de trayectoria en el barrio, cuenta que había mucha gente "al límite", que, al cerrarse todo, se ha quedado sin nada. García puntualiza que no es una situación que afecte solo al barrio, sino al conjunto del territorio. La demanda del Banc dels Aliments se ha disparado un 30% de media en todas las demarcaciones catalanas desde el inicio del estado de alarma. Solo en Barcelona se han cuadruplicado las peticiones de alimentos.

El barrio se ha diferenciado por la respuesta social. "El sobreesfuerzo de todo el mundo lo ha paliado un poco. Pero nuestro trabajo no es dar de comer, es pedir derechos y que las Administraciones cumplan su parte", aclara García. La situación afecta de forma transversal al vecindario y el activista alerta de que no es una situación puntual: "Se puede pensar que será temporal, pero la sensación es que será más grave".

La existencia de un tejido vecinal activo en el Raval facilitó una rápida organización social al inicio de la pandemia. Las redes construidas alrededor de la lucha por la vivienda, por la construcción del nuevo CAP, por los derechos de las trabajadoras sexuales y colectivos migrantes siguen al pie del cañón, y varios grupos organizan regularmente repartos de alimentos para varios centenares de familias. Vecines en Red Ciutat Vella atiende a 200, que van aumentando. "Las Administraciones están desbordadas y no atienden a todo el mundo, ya sea porque el sistema deja fuera a algunas personas o porque, simplemente, no llega",  dice Ángel Cordero, uno de sus miembros.

Sonja Poehlmann forma parte de la Xarxa Veïnal del Raval y su tienda de artículos del hogar es, dos veces a la semana, el punto de recogida de alimentos que después distribuyen en coordinación con otros colectivos. "Cada vez es peor, porque la gente ya no tiene ahorros y sigue sin ingresos", dice. Sin la recuperación del sector turístico, es difícil que la situación mejore pronto, ya que la mayoría trabajaba en el sector de la restauración y la hostelería.

Una respuesta potente

Mientras Sonja habla, Adrià sale del súper y entra a la tienda con su hija, a dejar algunos alimentos que ha comprado. "La respuesta vecinal ha sido más potente que la institucional", asegura. Hace un par de años que vive en el barrio, y a pesar de que no está implicado activamente en las redes vecinales, colabora con ellas regularmente. "Los problemas se han acentuado, pero ya estaban", mantiene. Destaca otros efectos positivos de la situación, como la recuperación del barrio para los vecinos, por ejemplo el mercado de la Boqueria.

El Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes también reparte alimentos de forma regular a unas 300 familias migrantes y refugiadas. "Hemos llegado donde no pensábamos que pudiéramos hacerlo. La necesidad ha sido enorme", explica Mohamed, uno de sus miembros. Comenta que para ellos ha sido una actividad nueva, y sigue creciendo el número de familias que piden participar. El confinamiento ha golpeado de forma especialmente dura a los manteros: "La pandemia ha afectado a todo el mundo, pero, teniendo en cuenta que estábamos en reservas, ha sido muy difícil".

Pese al inicio de la desescalada, no hay perspectivas de mejora: "Vemos el desconfinamiento largo y complicado". Los manteros piden que la Administración movilice todo su potencial para facilitar "que la gente salga adelante" y reclaman regularizar a todas las personas migrantes con la campaña #RegularizaciónYa: "Es la manera de hacer que las personas puedan trabajar".

Comedores a pleno rendimiento

Sobre la una, la plaza de Sant Agustí está llena de gente esperando a que las Misioneras de Santa Teresa empiecen el reparto de comida. Cherish es el primer día que viene, y no está apuntada a la lista. Espera que igualmente le puedan dar comida para ella y su marido, que trabajaba en un restaurante de la Barceloneta y aún no ha cobrado el ERTE. Ella no trabajaba, pero las cosas les iban más o menos bien. No tienen hijos y nunca habían tenido que pedir comida. Ahora ya no les salen los números.

Paseando por la plaza, mientras espera, está Narcís Salinas. Desde que vive en la calle viene tanto a este comedor como al Chiringuito de Dios, donde también reparten comidas preparadas. Vivía en Italia, donde hacía trabajos verticales, pero pocas semanas antes del inicio del confinamiento decidió volver a Catalunya. Con el inicio de la emergencia y la imposibilidad de encontrar trabajo, y sin familia, acabó en la calle. Le han salido algunos trabajos, pero necesita algo más estable para poder salir de la calle. "En las colas para recoger la comida no solo hay personas sin hogar: también hay clase media", apunta.

"Con esta situación se ha visto que la imagen de la Barcelona y el Raval multicultural y activo no era real. Se ve el drama, la desigualdad, la pobreza y la injusticia", apunta Iñaki García. A pesar de que las necesidades alimentarias se están cubriendo con el esfuerzo de todo el mundo, le preocupa la situación de la vivienda una vez pasen los meses más duros de la emergencia sanitaria. "Se tendrán que impedir los desahucios, porque si no la gente se quedará en la calle", aventura. La respuesta la darán una vez más las redes vecinales, preparadas para afrontarlo: "Somos conscientes de que nos tenemos que organizar bien, para que esto no sea un problema personal, sino colectivo", concluye García.

Las atenciones se multiplican

Los servicios sociales de Barcelona han multiplicado su actividad. Durante la emergencia han otorgado un 158% más de ayudas económicas y han incrementado las comidas servidas cada día hasta un 146% en el conjunto de la ciudad. Un 20% de las atenciones telefónicas han sido a personas que nunca habían necesitado asistencia o hacía al menos un año que no la necesitaban. "El Ayuntamiento ha hecho lo que ha podido, pero no ha sido suficiente, está desbordado", dice Iñaki García, de El Lokal, y explica que en el barrio trabajan conjuntamente: "Nos derivamos casos continuamente". 

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