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Por qué resucitar el gasoducto MidCat no ayudará a España a ocupar el espacio energético de Rusia
La crisis de precios derivada de la dependencia de Rusia ha puesto sobre la mesa la reanudación del proyecto gasista del MidCat, el cual pretende conectar la península ibérica con el resto de Europa para dejar importar combustible a Moscú. Expertos y ecologistas plantean dudas a la viabilidad del proyecto
Alejandro Tena
Madrid-Actualizado a
Europa se resiste a cerrar el grifo del gas ruso. Las importaciones de combustibles fósiles están financiando gran parte de la guerra de Putin –el 40% del presupuesto federal del Kremlin proviene del sector gasista y petrolero– y occidente empieza a buscar alternativas para alcanzar una independencia energética que permita asfixiar a Moscú aún más. Reino Unido y EEUU ya han cortado relaciones, pero Bruselas sigue sin dar el paso.
Cerca del 50% del gas que Europa consume proviene de Rusia y la UE debe buscar alternativas de mercado antes de dar la espalda al Kremlin de manera definitiva. España se presenta como enclave importante para amortiguar la crisis energética. Con seis regasificadoras para canalizar la llegada de metaneros de GNL y conexión directa con el gas del norte de África, el Estado se sitúa en una situación privilegiada para tratar de llevar gas a sus vecinos del norte. Sin embargo, la península ibérica es una isla energética sin infraestructuras para poder llevar flujos de gas más allá de los pirineos.
España y Europa buscan salvar este escollo y todo apunta al MidCat, el gasoducto desterrado que nunca se terminó de construir y que pretendía unir la península ibérica con Francia. Bruselas aprieta para resucitar este proyecto, pero la vicepresidenta tercera para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, no está por la labor e insta a las autoridades comunitarias a financiar el proyecto si pretenden llevarlo a cabo. "La pregunta es quién paga una interconexión para garantizar la seguridad de suministro del centro y del norte de Europa. Nuestra reivindicación es que no sea el contribuyente ni el consumidor de gas español", dijo Ribera este miércoles en el Congreso.
La recuperación del gasoducto MidCat pone a Europa en una difícil situación. Apostar por esta infraestructura podría tener dos resultados: movilizar inversiones hacia el gas y dar la espalda a los planes europeos de descarbonización o actuar de manera cortoplacista con el riesgo de que el capital quede varado a medida que las tecnologías renovables ganen peso. Ismael Morales, portavoz de la Fundación Renovables, considera que apostar por este tipo equipamiento energético es una incoherencia desde el punto de vista de la lucha climática y advierte que "no hay apetito privado ni público para poder invertir en ello. En caso de hacerse retrasaría la transición energética". El experto denuncia que hay series de que los "activos queden varados" y que este gasoducto se convierta en "un segundo Cástor".
Los riesgos de que las inversiones en proyectos gasistas queden sin amortizar son ya evidentes en todo el planeta. Según una investigación publicada por Global Energy Monitor (GEM), actualmente hay 70.900 kilómetros de gasoductos en construcción por un coste casi medio billón de dólares que podrían quedar varados y sin amortizar debido a la dificultad que conlleva competir con los precios más bajos de las tecnologías renovables.
Marina Gros, portavoz de Ecologistas en Acción, señala que la historia de este gasoducto ya estaba manchada por la baja rentabilidad del proyecto. "Se rechazó porque la propia agencia francesa de energía lo veía inviable", indica. "Nosotros nos preguntamos, además, si esta es realmente la solución a la escalada de precios, porque no llegaría ni a corto ni medio plazo, ya que la construcción tardaría años, y supondría dar un paso atrás en las estrategias a largo plazo de descarbonización de Europa", agrega la ambientalista.
"España no puede sustituir a Rusia"
La viabilidad de este proyecto contrasta también con la capacidad exportadora a la que puede aspirar el estado español. Morales, aclara que "España no puede ser una potencia que sustituya a Rusia", ya que no hay "ningún punto en que se pueda incrementar demasiado la capacidad" de almacenamiento. "España puede ser un aporte extra, pero no tiene mucho sentido hacerlo. Es mejor redirigir la inversión hacia renovables y hacia baterías". Las regasificadoras han estado históricamente a un 30% y en enero aumentaron su capacidad al 50% por primera vez al traer GNL de EEUU por encima de los aportes de Argelia.
El Mercado Ibérico del Gas tiene actualmente una media de importación mensual de 40 teravatios/hora (TWh). De estos, España y Portugal tienden a consumir unos 30 TWh. Es decir, actualmente habría una capacidad de importación de unos 10 TWh para distribuir en Europa, tal y como indicaba Gonzalo Escribano, investigador del Real Instituto Elcano, en una entrevista para la agencia AFP. "Para poder llegar al mercado tendríamos que aumentar la capacidad de las importaciones de gas. En el caso del gas de Argelia ya está al límite y en las regasificadoras tenemos posibilidad de incrementar la llegada de GNL, pero eso supone traer más metaneros a las costas, que tienen asociadas las mayores emisiones de toda la cadena de suministro. Se debería triplicar el número de barcos y no creo que sea la solución", advierte Gros.
El papel de las regasificadoras es, sin duda, importante en este contexto. No en vano, la llegada de metaneros, en su mayoría de EEUU pone a España una contradicción importante pues este gas proviene en su mayoría de extracciones por fracking, una técnica de extracción de hidrocarburos que quedó prohibida en el país con la entrada en vigor de la Ley de Cambio Climático. "Incrementar la llegada de GNL no sería coherente con nuestras propias leyes", sostiene Morales.
La excusa del hidrógeno verde
La aparición de nuevos gasoductos suele venir respaldada por su contribución para el despliegue del hidrógeno verde. De hecho, la ministra Ribera ya ha dejado claro que si Europa decide invertir para construir el MidCat debe adaptar la infraestructura a "nuevos gases renovables". Esta idea, no obstante, tiene ciertas lagunas que se vinculan con las incertidumbres propias de una tecnología aún en fase de desarrollo y de la que se espera poco a nivel estratégico.
"La posible utilización del hidrógeno verde no puede ser una excusa para el desarrollo de infraestructura gasista", dice Gros. La infraestructura gasista europea no está actualmente preparada para transportar hidrógeno verde y este discurso, según la ecologista, podría abrir la puerta al uso generalizado de hidrógeno gris, que lleva una mezcla de 90% metano y un 10% de hidrógeno. Además, existen problemas relacionados con la rentabilidad de esta tecnología incipiente, pues se trata de un combustible que no se puede extraer directamente de la naturaleza, sino que se requiere de un proceso costoso para su obtención: la electrolisis.
Este proceso consiste en separar los dos componentes del agua a través de la aplicación de descargas eléctricas generadas con energía renovable. Para conseguir el hidrógeno verde, por ende, se requiere de una alta inversión energética previa a través de plantas fotovoltaicas. Dicho de otro modo, para producir 33 kw de energía de hidrógeno tienes que emplear 55 kw de renovables, por lo que se trata de una fuente de energía que no es competitiva actualmente y que sólo se contempla para llegar a electrificar transporte pesado, como barcos o aviones, y algunos otros nichos.
"Esta postura [construir gasoductos] es un aprovechamiento del sufrimiento de la guerra para blindar los beneficios económicos de las compañías mientras se disfraza el gas de seguridad energética", denuncia Cristina Alonso, portavoz de Amigos de la Tierra. "Esto debería ser una lección para impulsar la transición energética. Construir más infraestructuras gasistas es crear más dependencia energética del exterior y de los combustibles fósiles. Lo estamos viendo, los productores de gas usan sus recursos como arma", zanja.
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