Este artículo se publicó hace 4 años.
El temor al coronavirus cierra los restaurantes del Chinatown madrileño
Decenas de establecimientos de Usera, donde residen más de 10.000 chinos, clausuran temporalmente por "reformas", "vacaciones" o "formación de personal". La reclusión voluntaria de muchos compatriotas y el descenso de la clientela han provocado un inédito descanso en comercios que nunca cierran.
Madrid-Actualizado a
Hasta hace pocos días, las marquesinas de Madrid seguían dando la bienvenida al Año Nuevo chino. El Ayuntamiento de la capital colabora en la promoción de la fiesta para epatar con su segunda comunidad extranjera más numerosa. No en vano, 40.245 personas de origen chino están empadronadas en la ciudad, y más de 10.000 de ellos se concentran en el barrio de Usera, al sur del río Manzanares, convertido desde principios de siglo en el Chinatown de Madrid con profusión de comercios y restaurantes regentados por y para la población de origen oriental.
La colorista celebración del Año Nuevo Chino, el pasado 25 de enero, no arrastró a multitudes hasta Usera, pero sí a suficientes curiosos como para desbordar las estrechas aceras de la calle Dolores Barranco, una modesta avenida revitalizada gracias a los locales de ocio de la comunidad china. En esa calle y en sus perpendiculares se desperdigan decenas de restaurantes y supermercados. También peluquerías, salones de billar, tiendas de moda o una librería.
Cualquier sábado por la tarde, regueros de peatones recorren la calle sorteándose en el angosto espacio que separan los coches de los escaparates. Pero este pasado sábado, no había clientela ni actividad. Por Dolores Barranco se podía pasear sin cruzarse con nadie. La calle languidecía a media tarde con apenas un puñado de establecimientos abiertos. En contraste con el bullicio del Año Nuevo chino de hace dos semanas, ayer se imponía la quietud y el muermo propios de un Año Nuevo español durante la resaca de Nochevieja.
Lo comentaban el viernes por la noche, asombrados, dos jóvenes españoles en uno de los pocos establecimientos abiertos al público. "Es que están todos cerrados, ¿qué pasa?", preguntaban a la familia que regenta el negocio. Una de la hijas, con uniforme escolar y la desenvoltura en castellano que le faltan a sus padres, mencionaba la bicha: "Es por el coronavirus, la gente se queda en casa y prefieren cerrar".
Y la mayoría han cerrado. Una treintena de restaurantes de comida china, y con clientela mayoritariamente china, han decidido tomarse esta semana unas insólitas vacaciones que sorprenden por romper el asentado estereotipo de que la población china nunca descansa. "Es que los chinos no cerramos por vacaciones. Acaso nos turnamos entre los familiares para que siempre siga el negocio abierto", tercia sonriente Pedro, nombre español de este joven de 33 años, natural de la provincia de Zhejiang y criado en Madrid, donde sus padres montaron un restaurante chino. Sabe de lo que habla: estudió Administración y Dirección de Empresas, ha trabajado en bancos y ahora tiene sus propios negocios de hostelería.
"Dicen que hay poca clientela, poca faena en general. No cierran porque quieran, pero aprovechan para dar unos días de descanso o hacer reformas", explica este emprendedor en la puerta de la Iglesia Cristiana Evangelista China de Usera, que recomienda a sus feligreses recién llegados a Madrid permanecer recluidos en casa durante 14 días, el periodo de latencia del coronavirus, la epidemia con epicentro en la ciudad de Wuhan que ya ha provocado 800 muertes, mientras en España este domingo se confirmaba un segundo caso de contagio en Baleares.
La fiesta del Año Nuevo chino, conocida también como la Fiesta de la Primavera, la aprovechan muchos residentes chinos en la diáspora para regresar un par de semanas a su país de origen. Pedro estima que sólo lo hace un 10% de la población china en Madrid, aunque suficiente para tomar todas las precauciones, tanto por iniciativa personal como por responsabilidad colectiva. En la iglesia, un grupo de voluntarios ofrece llevar comida a aquellas personas que estén confinadas en sus domicilios por autocuarentena. "Puede que sea un exceso de prudencia", admite Pedro. Pero la prudencia está extendida y generalizada.
"Disculpen las molestias"
Los carteles pegados a las verjas echadas en Usera excusan el cierre con diferentes pretextos sin aludir al coronavirus. La mayoría anuncian reformas u obras. Un restaurante justifica la clausura temporal por "formación del personal e investigación del menú". Incluso un local anuncia vacaciones.
Los carteles están escritos en caracteres chinos, y solo unos pocos, aquellos de negocios que también frecuentan comensales españoles, como el Hot Pot Mr. Doulao de la calle Olvido, añaden unas líneas en castellano rubricadas con el pertinente "disculpen las molestias". El enorme restaurante Guo Rong ha optado por una solución intermedia: el restaurante está cerrado, pero mantiene con actividad su salón de juegos. Casi todos coinciden en anunciar que abrirán el 14 de febrero, Día de San Valentín.
En esa misma calle, el Centro de Mayores Chinos en España evita los eufemismos. "Pone que está cerrado por el coronavirus, por la gente que vuelve de China", hace saber un joven español de origen chino, y lo confirma el traductor visual del teléfono móvil. Bajando, la calle Olvido desemboca en el Royal Cantonés, uno de los primeros restaurantes chinos de Usera y de los preferidos por los españoles: en su salón cuelgan fotos de visitantes ilustres como la Infanta Elena y Manuela Carmena. Está abarrotado, y hay que esperar hasta media hora para conseguir mesa. David, hijo del dueño, reconoce que su negocio es una excepción: "El barrio está vacío, pero nosotros trabajamos más con españoles". Y se muestra comprensivo con la competencia. "La gente se aísla voluntariamente, es algo solidario, algo que se hace por la comunidad y de forma voluntaria, porque nadie nos está obligando", añade este joven hostelero.
En el sobrevenido páramo comercial en el que se ha transformado la calle Dolores Barranco, algunos negocios se resisten al cierre. Tras el mostrador de una pequeña pastelería, Lulu, de 25 años, explica que la reclusión de la clientela no afecta a este negocio de reparto a domicilio, aunque con precauciones: "Si alguien acaba de volver a España, el repartidor deja la tarta en la puerta y se marcha".
La resistencia: "Hay que pagar el alquiler"
No muy lejos de allí, la familia de Yang, de 42 años, mantiene abierto su restaurante de forma numantina. El negocio no tiene nombre en castellano, y los platos destacados en su carta, como los sesos de cerdos o la sangre cuajada de pato, delatan que su clientela es la que anda recluida en casa. "Este mes ha bajado un 60%", indica este hombre procedente también de Zhejiang. En su caso, no se puede permitir el cierre. "Hay que pagar el alquiler y la gente", argumenta.
En la siguiente manzana, se encuentra otro establecimiento familiar donde cerrar no es una opción. "No pasa nada", exclama divertida Xuefen, de 54 años. Ella también tiene un cartel en la puerta, en el que ruega a compatriotas recién regresados de China que no accedan al local si no han pasado los 14 días de latencia del coronavirus sin presentar síntomas. "Ahora vuelven muchos chinos, pero no traen la enfermedad", afirma recordando que en el barrio apenas hay vecinos procedentes de Wuhan, la ciudad del brote. Todo lo cuenta sin atisbo de drama, sonriendo.
"Tengo un hijo manchego", apunta al contar que su familia pasó 18 años en Puertollano (Ciudad Real) antes de venir a Madrid para abrir este restaurante donde preparan a mano tallarines de Lanzhou. Las mesas de su restaurante suelen estar copadas por ciudadanos chinos, relevados en los últimos días por españoles. "Incluso los chinos de Madrid evitan ahora Usera, y prefieren los restaurantes del centro", precisa.
En la calle Nicolás Sánchez, los restaurantes abiertos se cuentan con los dedos de una mano. "Y si cerramos, ¿qué hacemos? ¿Nos quedamos aburridos en casa?", explica la jovencísima camarera de un pequeño establecimiento. La réplica llega subiendo la calle unos metros. "Nosotros abrimos los 365 días del año, descansar un poquito no es malo, ¿no?", expone la dueña del Jin Yun Shao Bing, otro restaurante familiar que, finalmente, ha dado su brazo a torcer y cerrará una semana desde este lunes.
En una de las mesas, Irene atrapa con palillos fideos de un cuenco. "Los restaurantes no cierran por miedo, pero la gente no sale de sus casas", hace saber esta veinteañera universitaria de ascendencia china. "Los estudiantes que han vuelto de vacaciones a China se están autocuarentenando en casa, utilizando los billetes de avión como justificante ante los profesores. En España, el 90% somos de otros zonas de China lejos de Wuhan, pero se hace por el bien de todos, por el familiares y amigos", defiende la joven, que niega haberse sentido señalada. Sin embargo, el recelo, incluso la animadversión a la comunidad china, permanece latente incluso en Usera, el distrito con más población extranjera de Madrid. "Por mi como si cierran todos para siempre", expresa sin tapujos un tendero español asentado en el barrio desde hace décadas.
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