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La triste vuelta a casa de Abdulayé Kulibali, el joven guineano que sobrevivió a la patera y murió en el Bidasoa
El joven de 18 años murió el pasado agosto cruzando el río para llegar a Francia tras más de tres años de viaje desde Guinea a Canarias. El Gobierno vasco ha costeado y facilitado su repatriación este mes. "Si hubiera sabido que se marchaba le habría dicho que no se fuera", dice su padre.
Jairo Vargas Martín
Madrid-Actualizado a
Momo Kulibaly, de 66 años, no se enteró del día en que su hijo Abdulaye emprendió su viaje hacia Europa. "Me avisó días después", recuerda el hombre a través de una videollamada desde Guinea Conakry. Dice que el chico tenía 15 años cuando se marchó con rumbo a Francia sin avisar a nadie. De eso hace ya casi cuatro años. El 6 de octubre, Abdoulaye volvía a casa, aunque dentro de un ataúd. "Si lo hubiera sabido le habría advertido de los riesgos, le habría dicho que no se fuera", asegura su padre. "He sentido mucho dolor, mucha tristeza, pero al menos tengo el consuelo de haber recibido el cuerpo y de poder enterrarlo aquí", explica con tono serio.
Pocos familiares de víctimas de las fronteras europeas pueden decir lo mismo que Momo. Fue el Gobierno vasco quien le confirmó días después que su hijo había fallecido cruzando la frontera con Francia y quien se encargó de repatriar el cadáver después. "Fue una auténtica carrera de obstáculos", reconoce Xabier Legarreta, director de Migración y Asilo del Gobierno vasco. "No es nuestra competencia, pero en este caso hemos podido ayudar y estamos orgullosos de mantener unos principios solidarios que cuesta ver en otros países", añade.
El padre de Abdulaye solo puede estar agradecido por un final muy lejos de ser feliz. Si acaso, menos triste. Agradece una y otra vez a lo largo de la conversación telefónica. Al Gobierno vasco por costear la repatriación, a varios activistas que han ayudado en el proceso, a la embajada de Guinea, a los periodistas "por interesarse" y " a tantas personas que no conozco pero que lo ha hecho posible", insiste.
El pasado 6 de octubre, a primera hora de la mañana, Momo pudo ir al aeropuerto de Conakry a recoger el féretro. Salió el día anterior de Barajas y llegó a Guinea tras una escala en Casablanca. Acompañado de amigos y familiares, Momo cargó el ataúd en el maletero de un todoterreno y se lo llevó a la localidad de Fría, a unos 150 kilómetros al norte de la capital. Allí, en una aldea cercana, vivía Abdulaye con su abuela. Y allí, en un bosque tropical, rodeados de palmeras, los familiares y vecinos cargaron con los restos, les dieron sepultura y también algo de paz a sus familiares, que ahora comparten con Público algunas imágenes del funeral después de meses de triste y tensa espera.
A las puertas de su destino
Abdulaye Kulibali se quedó a las puertas de su objetivo. Murió el pasado 8 de agosto mientras intentaba cruzar a pie el río Bidasoa, la frontera natural entre la ciudad guipuzcoana de Irún y Francia. Los que conocen su cauce saben que es traicionero, que la orilla francesa se ve a pocos metros y que, cuando baja la marea en la ría, parece que puede cruzarse a pie con el agua por debajo de la cintura. Pero la realidad es otra, llena de pozas y fuertes corrientes que se tragaron al muchacho. Nada pudieron hacer los equipos médicos de emergencia para reanimarlo.
"Dijo que nos iba a ayudar a salir adelante, que podría mantener a la familia"
Al lado de Momo, otro de sus hijos, Mohamed Koulibali, que no tendrá más de 13 años, no puede aguantar las lágrimas mientras el padre recuerda las últimas palabras de su difunto hermano. Fue cuando consiguió llegar a España. "Dijo que nos iba a ayudar a salir adelante, que podría mantener a la familia. Desde que se marchó he pensado mucho en él y no he podido verlo hasta ahora. Es una tristeza enorme, era mi mayor esperanza", sostiene el padre, que no es capaz de reconstruir el largo y cruel camino de su hijo.
Al joven Abdulaye no le intimidó ese pequeño abismo de agua clara. Había sobrevivido al gran Atlántico, que en lo que va de año se ha tragado a casi 2.300 personas en su intento de alcanzar Canarias desde la costa occidental africana. El 23 de mayo, Salvamento Marítimo rescató cerca de Gan Canaria la patera en la que el joven guineano salió de El Aaiún, la capital del Sáhara ocupado por Marruecos. Tras pasar por el muelle de Arguineguín, fue alojado en uno de los campamentos de migrantes gestionados por Cruz Roja que el Gobierno ha ido habilitando para hacer frente al repunte migratorio de los últimos dos años.
Allí permaneció algo más de un mes, hasta que el Ministerio de Inclusión, Migraciones y Seguridad Social aprobó la petición de traslado a la Península que hizo la Cruz Roja debido a su perfil vulnerable. Tenía apenas 18 años, según su documentación, pero su cara más bien parecía la de un niño. Abdulaye fue enviado a un centro de acogida en Granollers, dentro del programa de Atención Humanitaria del Ministerio. Y allí llegó el 29 de julio, pero desapareció sin avisar el 5 de agosto. Aún no había alcanzado su destino. Para ello tenía que pasar por Irún.
Una frontera bloqueada por Francia
La ciudad guipuzcoana es el último puente hacia el sueño europeo. Siempre ha sido un lugar de paso migratorio, un punto caliente de los llamados "flujos secundarios", esas ramificaciones en las que se divide el caudal migratorio que llega a las costas españolas. "La mayoría de migrantes que pasan por Irún ahora mismo llegan de Canarias", explica Xabier Legarreta. "Estamos en contacto permanente con el Gobierno canario porque es un termómetro. Viendo las llegadas allá podemos prever los recursos de acogida que necesitaremos aquí un mes después", añade.
Este año, al habitual albergue de la ciudad en el que los migrantes pueden descansar durante varios días, han tenido que añadir en varias ocasiones otras instalaciones de refuerzo. Hasta finales de verano, más de 4.000 personas habían pasado por estos recursos.
Los controles policiales franceses bloquean a los migrantes y les obligan a buscar rutas más peligrosas
Al ser territorio Schengen, los controles fronterizos no existen. Aunque en la frontera de Irún hace años que dejó de ser así. Desde la crisis de las pateras de 2018 en las costas andaluzas, Francia reforzó los controles policiales en los puentes que dan paso a su territorio. Eran miles las personas migrantes que iban llegando a la frontera desde el sur de España, y su respuesta fue contundente. Los gendarmes galos bloqueaban el paso, detenían autobuses de línea o vehículos particulares en los que viajaran personas migrantes y todos, sin excepción, eran devueltos al lado español.
Tras dos años de relativa calma, el repunte migratorio en Canarias acabó aumentando las llegadas a Irún, y Francia volvió a blindar sus pasos. En enero de 2020 alegó el riesgo por alerta terrorista para controlar los puntos fronterizos. Después se escudó en la pandemia. Ahora mantiene el bloqueo por las dos razones, lo que obliga a los migrantes a buscar alternativas más arriesgadas a los cruces en autobuses de línea o vehículos particulares.
Además de Abdulaye, otras dos personas han muerto ahogadas en el Bidasoa este año, recuerda el colectivo de apoyo a los migrantes Irungo Harrera Sarea. El bloqueo no solo los empuja a aventurarse en el río, sino que está nutriendo las redes de "pasadores" que se organizan para llevar a los migrantes al otro lado de la muga a cambio de dinero.
"Todo lo clandestino genera negocio", apunta Jon, uno de los activistas de Irungo Harrera Sarea, que se encarga de asistir e informar a los migrantes que llegan a la estación de autobuses de Irún sobre los albergues en los que pueden pasar la noche. "Nosotros les advertimos de que no deben cruzar el río, pero al final los rumores van de boca en boca y algunos lo intentan. Es imposible bloquear las 24 horas todos los pasos", advierte Jon.
"Sabemos que somos un lugar de paso, sobre todo desde 2018, y trabajamos para hacer ese paso digno", explica Legarreta. "Pero desde hace tiempo, el Estado francés está incumpliendo los acuerdos de Schengen. Está realizando devoluciones en caliente que han podido documentar los medios de comunicación. Son vulneraciones de derechos que tienen consecuencias y que hay que denunciar", critica el director vasco de Migración y Asilo.
"No crucéis el río. Tened paciencia"
Abdulaye quería llegar a la ciudad francesa de Nantes, donde vivía desde hacía varios años su tío Mohamed Lamine Camara, hermano de su difunta madre y gran referente para el chico. Seguía sus mismos pasos, los mismos destinos y métodos que utilizó su tío años antes. Él también llegó a España en patera desde Marruecos, pasó por Irún y cruzó a Francia, donde ha conseguido los papeles tres años después. "Pero yo lo hice en autobús. Es como debe hacerse", recordaba Lamine el pasado agosto ante los medios de comunicación, cuando fue a Irún a identificar el cuerpo de su sobrino, cinco días después de su muerte.
Fue el propio Xabier Legarreta quien recogió a Lamine en la estación de tren de Baiona. "Gracias a la red de acogida de Iparralde [País Vasco francés] pudimos localizar a su tío en pocos días. Agilizamos los trámites del instituto de medicina legal, presentó mucha documentación que acreditaba el parentesco y pudo firmar las autorizaciones para que la funeraria recogiera el cuerpo", explica el director de Migración y Asilo. Parecía ir rápido, pero todo se paralizó cuando la embajada guineana en España no daba señales de vida. "Agosto con las vacaciones no es un buen mes y, además, en septiembre hubo un golpe de estado en Guinea que retrasó el proceso mucho más", lamenta Legarreta.
Lamine pudo dejar unas flores en el recodo del río en el que Abdulaye fue encontrado. Y también lanzó un mensaje a los migrantes que, como él o su sobrino, no tienen más opción que abandonar sus países en busca de un futuro digno: "Tened paciencia. Esperad el tiempo que haga falta, pero no crucéis por el río".
Eso mismo le dijo a su sobrino pocos días antes de su muerte. Pero si Abdulaye había sobrevivido a más de 200 kilómetros en una precaria embarcación sobrecargada en medio del océano, si había recorrido ya más de 5.000 kilómetros desde que salió de su casa en Guinea, no iba a frenarle el último hilo de agua que le separaba de su sueño, debió de pensar.
"Las dificultades económicas que vivimos en nuestro país hacen que la gente se vaya"
Su padre y el pueblo entero se enteraron de la triste noticia a través de Facebook. Yo no me lo podía creer cuando me enseñaron su foto y me dijeron que había muerto", recuerda su padre. "Aquí todo el mundo sabe que el viaje es arriesgado. Pero la juventud no tiene otra alternativa y marcharse es su única ilusión. Muchos terminan de estudiar y no encuentran trabajo. Las dificultades económicas que vivimos en nuestro país hacen que la gente se vaya", reflexiona Momo.
En Guinea, más de 60% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza a pesar de ser un país rico en oro, diamantes y, sobre todo, en aluminio, aunque la mayoría de sus habitantes vive de la agricultura. Si en 2014 fue uno de los países afectados por la epidemia del ébola, ahora la covid-19 también ha causado estragos económicos. "Todos los precios se habían disparado, la vida se había vuelto aún más difícil", lamenta el padre.
Por si fuera poco, el pasado septiembre, el Ejército dio un golpe de estado y derrocó al presidente Alpha Condé, que había gobernado desde el 2010. Fue la segunda asonada militar en su presidencia, lo que da una idea de la inestabilidad política del país. "El poder ahora lo tienen los militares, dicen que están poniendo orden. De momento la situación está tranquila", comenta Momo. Esas son las razones que empujaron a su hijo a un viaje del que no ha regresado con vida.
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