Un propietario le dice a un inquilino que busca a alguien que no esté mucho en la vivienda: "Pagar para no poder estar en casa, faltaría más"
Tremending
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A veces lo inverosímil llama a la puerta. En tiempos precarios en los que la vivienda cotiza al alza y se emparenta, por momentos, con un artículo de lujo, alquilar una habitación se ha vuelto un acto delirante, como sacado de una distopía (o de un chiste macabro).
Si no me creen lean lo que le ocurrió a este aspirante a inquilino con un casero que, ojo al dato, busca a alguien que no esté mucho en casa, concretamente que "esté en casa lo menos posible", un requisito que –estaremos de acuerdo– le confiere al casero un rostro de cierta solidez, rayana con el cemento, a poder ser armado.
Las redes, como era de prever, han puesto el grito en el cielo. Un grito a medio camino entre la estupefacción y la inquina. Y es que lo de buscar piso comienza a ser ya una actividad delirante.
El propietario es el nuevo rey. Todo el mundo necesita de un techo donde dormir, a poder ser cerca de su trabajo. Esto convierte a los dueños de los pisos en seres omnipotentes, capaces de hacer y deshacer a su antojo. De pedir lo imposible. No queda otra que encomendarnos a su buena fe.
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