Bob Pop: "Siempre que voy a un restaurante pido que me reserven sitio donde más moleste, porque ese estorbo es político"
Todos dudamos de nosotros en ocasiones. En este libro, Roberto Enríquez destapa una crisis profesional a la que encontró salida al refugiarse en sus autores favoritos. Pepys, Renard, Kafka, Malaparte y Sontag se pasean por estas páginas en las que el autor liga su ánimo al suyo en un collage literario que le sirve para enfrentarse al dolor físico y al emocional. Por un instante, abandona el ejercicio de pensar por escrito y se confiesa en una entrevista donde repasa con 'Público' las claves de su séptima obra.
Roberto Enríquez (Madrid, 1971) tiene un alterego, como los superhéroes. Bob Pop sostiene sobre dos palíndromos la identidad pública que ha construido a lo largo de sus cinco décadas de vida con las miles de páginas que han pasado por sus manos. El escritor Franz Kafka (1883 - 1924) sostenía que la literatura era una expedición a la verdad. "Necesitamos libros que nos afecten como un desastre, que nos duelan profundamente como la muerte de alguien que quisimos más que a nosotros mismos, como estar desterrados en los bosques más remotos, como un suicidio. Un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros", escribió el autor en La transformación. Enriquez, como él, utiliza la palabra para despertar conciencias. Días simétricos llega para confirmarlo.
Este diario, disponible en las librerías desde el pasado 8 de junio, está elaborado como un trampantojo de lecturas, reflexiones, películas, trabajo, sexo y enfermedad. Sin embargo, a diferencia del checoslovaco, Bob Pop firma su defensa del derecho a trascender con una obra luminosa. En cumplimiento de la primera anotación de Kafka en enero de 1917 en sus "cuadernos azules en octavo", Enriquez lleva dentro de sí una habitación, como todos los hombres. En ese cubículo interior, a ratos transita el dolor, las inseguridades o el desánimo, pero su discurso nos demuestra como nunca se doblega y entrega su narrativa a una suerte de optimismo vital que determina su compromiso social. Tras el Premio Ondas a la mejor serie de comedia 2022 por Maricón perdido, inspirada en su novela autobiográfica Mansos (2010), regresa desnudo y sin artificio. En esta entrevista, Bob Pop hace un repaso a los puntos fundamentales de su última aventura editorial y, de paso, analiza con nosotros la actualidad política a menos de una semana de la cita con las urnas.
"Necesito volver a escribir porque no sé cuándo volveré a hacerlo. Ni cuánto me pareceré a lo que lea de mí de aquí a unos años", dices en la nota del autor con la que introduces Días simétricos. ¿Qué tiene de imprescindible la escritura para conocernos?
A mí me sirve, sobre todo, para sedimentar las cosas. Tengo la sensación de que, en estos tiempos tan líquidos, las ideas van y vienen como en gran déjà vu. La escritura lo que hace es aposentarlas, darme un hilo del que tirar para ir organizándolas y esos pensamientos son los que me conforman, como si yo fuese un muñeco que se va rellenando con una especie de gomaespuma que a veces son ideas propias y en otras ocasiones, son ideas generadas por lo que leemos o lo que vemos. En cierto modo, estamos hechos de palabras de otros.
El arranque de ese diálogo interior es una crisis de identidad que experimentaste hace diez años, mientras colaborabas por segunda vez en el programa de Andreu Buenafuente. "Cada madrugada, cuando volvía a casa desde el plató, me preguntaba: '¿Qué sé hacer bien?'", narras. ¿Por qué te sobrevino ese síndrome del impostor tardío?
Tenía la sensación de que estaba ocupando un lugar de privilegio en la tele en abierto y sentía que no era yo. No estaba dando todo lo que quería dar, ni hablando de lo importante. Durante esa temporada dimití varias veces y Andreu nunca me aceptó la renuncia. Le tengo que agradecer mucho que tuviera paciencia hasta que vio lo que intuyó en un principio, hasta que encontré la confianza para ser yo y acabará haciendo lo que yo quería hacer en la tele, pero no tuvo nada que ver con el síndrome de impostor, sino con la sensación de que yo quería estar ahí para ocupar el mismo lugar que ya tenían otros en la tele. Yo no estaba dispuesto a hacerlo solo por dinero, quería estar ahí para poder entrar con todo mi equipaje de lectura, de vida y de militancia en las casas de mucha gente. Quería poderlo transmitir desde un modo televisivo y estoy contento con lo que acabe consiguiendo en ese espacio.
De hecho, en ese espacio has contado cosas muy importantes de tu vida, incluso algunas bastante crudas como una violación o tu diagnóstico de esclerosis múltiple. ¿Por qué decidiste dar ese paso al frente y exponerte a lo gonzo?
Me parece muy importante dejar claro desde donde habló, porque no soy solo un busto parlante. Soy alguien que tiene detrás una historia y, además, en los dos casos, fue provocado por la indignación. En el caso de la violación, quise compartir lo que me sucedió para enviar un mensaje a los que se permiten juzgar cómo se puede sentir una víctima. Lo conté en mi sección justo cuando se estaban exponiendo imágenes de la víctima de La Manada mientras estaban juzgándola, eran las pruebas presentadas por la defensa. A veces hay que dar visibilidad a experiencias personales para que la gente pueda comprender la dimensión de una cosa así.
Algo parecido pasa con la enfermedad. Es importante dejar claro que hay que ocupar un espacio y que no es fácil ver en la televisión a personas con discapacidad. Cuando alguien me dirige un discurso en un medio de comunicación, yo necesito saber desde donde me habla y eso cada vez es más difícil.
En Días simétricos recuerdas cuando te conceden el Premio Conciencia por Maricón Perdido en el festival de series Nostrum. Luego llegó el Ondas. Han pasado muchas cosas con esta serie pero, ¿Mansos fue la obra de tu vida?
Ha sido un punto de partida muy importante. Mansos significó dos cosas fundamentales para mí: primero, me sirvió para perder el miedo a que me leyera cualquiera, a exhibirme por completo y en segundo lugar, fue mi manera de anunciar el fin de la mansedumbre. En aquel momento, representó un detonante de un montón de cosas que iba viviendo. Fue un libro iniciático en un montón de sentidos.
Habrá quien se sienta aterrado cuando le pone nombre a la enfermedad, pero tú aseguras en este libro que ya no tienes miedo. "No me siento débil ni inseguro", apostillas. ¿Qué es para ti ser valiente?
Lo único que elegimos es seguir adelante y ser lo más felices posible. Eso acaba implicando valentía, pero no es por voluntad propia. Es un vehículo para conseguir perder ese miedo que nos abraza y al final, termina siendo una consecuencia de todo lo que queremos ser. Eso es muy importante para mí.
Hay un fragmento de esta obra en el que relatas como una avería en el ascensor de casa te condena a una especie de arresto domiciliario. "Aprender a habitar en los márgenes también es esto: comprender que no hay contratiempos pequeños", destacas. ¿Estamos concienciados socialmente sobre las barreras arquitectónicas?
Hasta que no lo vives, no lo das cuenta de lo que suponen. Además, hay que transmitir que el fin de las barreras no solo nos ayuda a las personas con movilidad reducida, también es importante para la gente mayor, para las familias con carritos de bebé... Es una ayuda colectiva y crea espacios de convivencia. Me preocupa mucho que no se entienda eso y, de hecho, molestas.
Siempre que voy a un restaurante pido que me reserven sitio donde más moleste, porque para mí ese estorbo es político. Quiero que se den cuenta de que yo me pongo en un sitio que obliga al resto a estar incómodo un momento para esquivarme, pero yo vivo incómodo. Todo el mundo me habla desde arriba y cada vez que quedó con amigas, me encuentro con que el restaurante no es adaptado. Eso me obliga a hacer una segunda llamada para aclarar si el baño es adaptado, si tiene rampa, si mi silla cabe por la puerta o si hay ascensor. Salir es realmente complicado y eso que Barcelona es una ciudad bastante amable para las sillas de ruedas, incluso el metro está muy bien adaptado, pero cada vez que viajó a Madrid es una pesadilla.
Esos impedimentos hacen que sienta siento que nadie me espera. Parece que la sociedad asume que, como estoy en silla de ruedas, me voy a quedar en mi casa cociéndome en mi propio jugo y no es así. Yo quiero hacer cosas. Por otro lado, creo que la empatía deriva de la visibilidad. Si la gente no nos ve, tampoco lo entiende. Ya he denunciado varias veces que el asiento para silla de ruedas del AVE está al final de un vagón. Lo han adaptado muy bien, pero la gente que se levanta a hablar por teléfono no sale a la pasillo, sino que se queda a mi lado. Es como si yo no existiera, como si fuera un bulto.
Todo eso hay que pelearlo mucho y de hecho, ceo que sigo escribiendo y haciendo cosas para aplicar mi inclusión forzada. Me quiero forzar a estar en sitios y, cuanto más pesado sea, más sitio ocupará el problema. Yo soy un privilegiado, pero hay mucha gente que no tiene fuerzas ya para eso y ante todos esos obstáculos, prefieren cerrarse en su mundo.
Este domingo tenemos cita con las urnas y la amenaza del triunfo de la derecha nos hace plantearnos el futuro de la salud pública, entre otras cuestiones. En Carne Cruda contabas que has recurrido a la sanidad privada para no contribuir al colapso de la pública que sufren aquellos que no tienen recursos. ¿Crees que tener conciencia social pasa por aceptar que no podemos luchar contra la privatización?
Me gustaría aclarar que nunca he recibido atención médica privada, sino recursos asistenciales de pago. No quiero dejar de ser usuario de la sanidad pública. Me da la sensación de que cuando la gente paga un seguro privado, se descarga de la obligación de luchar por protegerla. Si todos fuéramos usuarios de la pública, entenderíamos lo que pasa y querríamos cambiarla desde dentro.
Con la educación pasa exactamente lo mismo. Algunos amigos míos se plantean la educación privada para sus hijos y yo siempre les pregunto cuánto dinero extra les cuesta ese colegio. Si se traduce en minutos, merece la pena valorar cuántas horas podrían dejar de trabajar si no necesitaran pagarlo o cómo podría aplicar ese tiempo que se ahorran en luchar para proteger la educación pública e invertir en cambiar las cosas. Eso sería más pragmático, pero los que optan por la opción privada gastan su dinero para desentenderse. Dejar de pagar implica tener que luchar.
Uno de los capítulos de este libro recupera unas líneas de Vázquez Montalbán en El País donde dice: "Ser de izquierdas sigue siendo complicado o, mejor dicho, vuelve a ser complicado". Tú, que te has comprometido políticamente hasta el punto de entrar en listas de Barcelona En Comú, ¿qué futuro crees que nos viene?
Voy a hacer de optimista luchador y militante hasta el 23 de julio, a las diez de la noche. Luego, ya si quieres hablamos, pero lo que no voy a hacer es darme por vencido ni quedarme en un rincón lamentándome. Voy a hacer todo lo que pueda para que la profecía no se cumpla y que podamos repetir un gobierno progresista. Yo no miro hacia un futuro con la ultraderecha al mando. Por lo menos, no de momento. Estoy viendo el presente y me concentro en todo lo que tenemos que hacer para evitar la catástrofe y el regreso a los tiempos más oscuros.
Días simétricos también contiene unas palabras hermosas para Montero. La calificas como una tía valiente. ¿Qué te parece el momento que le está tocando vivir?
A mí me interesa mucho la política, pero desconozco las estrategias de las estructuras de los partidos. No me lanzó a valorar lo que ha pasado en Sumar con el caso de Montero porque siento que me falta mucho por saber. De lo que sí puedo opinar es de lo que ha supuesto su tarea y creo que ha sido una de las personas que más ha conseguido cambiar el imaginario de este país. Me parece que se han revisado muchísimas cosas en el feminismo gracias a ella y a su equipo. Su trabajo respecto al colectivo LGTBI y a las personas trans ha tenido muchísimo valor.
Hagamos un triple salto mortal de la política a la televisión: se acaba Sálvame. Sobre esta cuestión asegurabas en una entrevista para Vogue que no se ve igual este programa si has leído a Kafka. ¿Qué papel cumple la cultura popular como nexo con la política? ¿Se debe intelectualizar este contenido?
Ha habido días que he visto Sálvame y aquello me parecía Shakespeare, porque allí se hablaba de dinero, se hablaba de poder, se hablaba política... Otra cosa es que se actualizaran, pero a mí me parece que al final vemos las cosas según el prisma que hemos conformado y la televisión no es sólo el contenido que nos dejan los entrevistados, sino cómo lo producimos nosotros con nuestro bagaje y con nuestra cultura. No me refiero a la cultura desde un punto de vista elitista, sino a la manera que tenemos de mirar la vida. Esa mezcla es muy interesante, porque además es inevitable. Nos define y los construye del mismo modo. Yo no creo que Kafka me haya construido más que Sálvame, otra cosa es que yo ya decido colocarlos en lugares diferentes.
Dices que como lector eres mucho más valiente que como autor. Podríamos terminar con recomendaciones para este verano, ¿qué libros te llevarías a la piscina?
Sin duda, Bailaréis sobre mi tumba, el nuevo libro de Alba Carballal. También os va a encantar Los astronautas, de Laura Ferrero y hay un libro que me ha gustado mucho de Carmen María Machado, que se llama En la casa de los sueños. También me parece un librazo La mala costumbre, de Alana Portero y, bueno, os recomendaría todas las novelas de Marta Carnicero, pero me quedo con El cielo según Google.