Nerea Pérez de las Heras: “Carmen Mola es un hackeo del sistema”
La madrileña se ha hecho un sitio en la comedia política. Nos ha dado hasta charlas TED y se ha convertido en un referente en arte y feminismo. En sus podcast, la crítica constructiva es el hilo conductor de cada conversación.
Andrea García
Nerea Pérez de las Heras es periodista, historiadora del arte y trató de ser la profe molona con Feminismo para torpes en el madrileño Teatro del Barrio y la primera lección fue desmontar el lema cansino “ni machismo, ni feminismo”. Los aplausos del público han afianzado a la cómica en el escenario de Lavapiés y ahora interpreta el show político Cómo hemos llegado hasta aquí por inercia.
La madrileña dirige dos podcast de actualidad con distinto abordaje. Comparte Saldremos Mejores con Inés Hernand; un programa sobre política que ahora las tiene ocupadas girando por algunas ciudades de España —y emocionadas por haber entrevistado a Manuela Carmena—. También conduce Lo Normal de la mano de Antonio Nuño, un programa que pone al colectivo LGTBIQ+ en el centro con invitados del periodismo, arte, cine o política.
En una conversación con Nerea Pérez surgen infinidad de nombres inspiradores de compañeras que no duda en mencionar. Hoy analizamos con ella la situación de la mujer en el arte.
¿Renta hacer divulgación sobre el feminismo o conlleva muchos dolores de cabeza?
Trae dolores de cabeza todo el tiempo y por eso me gusta tanto. El feminismo es un movimiento social desde hace ya unos cuantos siglos, pero ahora está en la agenda política. Es una manera de regular la vida humana y las relaciones sociales lejos de un sistema de poder que es el patriarcado. Algo que parece tan sencillo, en realidad es muy revolucionario y afecta a todos los aspectos de la vida. Y está muy vivo. Hay que negociar, debatir y hacer consensos constantemente. Todo está mediado por unos mandatos de género y por eso es tan interesante revisarnos. Cualquier tema que no requiera calentamientos de cabeza es dogmático, simplista. No actuemos por fanatismo. Mi feminismo era súper blanco, colonialista, incompleto. Ahora he empezado a leer a intelectuales de otras tradiciones, países, razas, y me doy cuenta de que había muchas convicciones que estaban cojas.
Sin embargo, en las redes sociales se acrecienta cada vez más el fenómeno contrario.
Las redes sociales premian los discursos simples que salen rentables, incluso se fomenta que haya dos bandos muy claros. Cada parte tiene sus razones y aunque no las haya y los del extremo contrario sean unos fascistas redomados, tienes que convivir con esas personas. De alguna manera hay que consensuar hasta con la peor gente.
«Me parece que no sirve para nada la actitud de “todo es una mierda”»
La arquitecta brasileña Ana Araújo revolucionó las galerías de arte de Madrid con su idea de abrir F&deO, un lugar donde dar voz a las mujeres y a sus obras. Ella contó a la revista AD que el arte es el único modo de expresar la sensibilidad femenina. Entonces, ¿por qué este sector está tan masculinizado?
Está igual de masculinizado que todos los sectores. Semiramis González es una artista que actualmente está haciendo una serie de performances en el Thyssen, que busca dar visibilidad a las mujeres creadoras. A nosotras se nos ha relegado a la gestión de la vida privada, por eso pensamos que los cuidados son menos importantes. El arte está ligado al genio y a todas sus características. Al menos, en la cultura occidental, es promiscuo, huraño, tiene muchas excentricidades, no es familiar. En el momento en el que eres un hombre con estas características, difícil de tratar, eres un genio. Si le aplicas esto a una mujer, te conviertes en alguien indeseable, una loca. Para desarrollar el arte hace falta estar en la sociedad. Las mujeres no hemos podido desarrollar nuestras capacidades plenas porque no éramos sujetos de pleno derecho en el arte, tampoco podíamos hacer demasiado. Los pintores surrealistas más famosos y reconocidos para el gran público son hombres. La gente pasa de Leonora Carrington o de Kay Sage. El surrealismo precisamente se basa en romper las normas. ¿Que podría haber más rupturista que una mujer en los años 20 siendo dueña de su propia vida? Ni siquiera cuando un movimiento artístico favorecía la presencia de las mujeres, se permite que cobren protagonismo por impedimento de los propios representantes masculinos del movimiento artístico.
Los datos del ensayo Desigualdad de género de en el sistema del arte en España revelan que los hombres logran más contratos en galerías que las mujeres. Si damos un paso más allá, observamos como el 90% de las artistas venden su arte por menos de mil euros frente al 70% de los hombres. El 27% de las profesionales están en plantilla, a diferencia de un 37% de ellos. ¿El sistema dificulta que una mujer pueda vivir del arte?
Sí, la verdad es que sí. Yo he trabajado en el sistema de las galerías durante muchísimos años. Las galeristas más importantes de España han sido mujeres: Soledad Lorenzo y Juana De Aizpuru, pero en unos entornos donde se comercializaba la obra era muy difícil apostar por mujeres, porque para que un artista sea rentable es necesario que esté en museos y colecciones. Así es cómo se revalorizan las obras Es un círculo vicioso. En cambio, el mundo de las galerías está súper feminizado: “Sois todas chicas”, me han dicho a menudo mientras trabajaba en Arco.
Hasta 2016 no se produjo una exposición individual con una mujer como protagonista en el Museo del Prado. Ese año, por fin, lo logró Clara Peeters. ¿Fue un avance o una especie de recordatorio de lo atrasados que estamos?
Las dos cosas. Todo avance hay que celebrarlo, aunque sea tardío, pero también debemos recordar que no podemos estar como en el del chiste: “'tengo sed, tengo sed’ y cuando por fin bebes, dices ‘¡qué sed tenía!’”. Es algo que tendría que haber pasado antes, obviamente, porque es una injusticia y una cutrez que andemos con éstas. Hay que remarcar el hecho de que podría haber sido antes, pero siempre hay que celebrarlo. No es incompatible.
«Si ahora mismo despertamos de entre los muertos a Munch y le planteas una lectura feminista a la luz del mundo que hay hoy, a lo mejor dice, “fíjate, como ha evolucionado la cosa”».
Una de las tantas obras de arte que se podrían releer o reconsiderar es el cuadro Amor y dolor de Edvard Munch, donde aparece una mujer iconizada como curadora de penas, como una figura consoladora. Si algunas obras reseñables se abordaran desde una perspectiva de género, ¿cambiarían su discurso por completo?
Casi todos. Cada cuadro hay que entenderlo en su propio contexto. La vampira de Munch es un cuadro que tengo en mente por un libro muy interesante que se llama Las hijas de Lilith, de Erika Bornay, que repasa toda la historia de la imagen de la mujer fatal. Cronológicamente, este cuadro responde a ese sentido. Las obras de arte son unos artefactos muy interesantes porque implican muchos factores: quién lo hizo, el momento y el lugar dónde lo hizo y quiénes estamos viéndolo después. Eso va cambiando. Si ahora mismo despertamos de entre los muertos a Munch y le planteamos una lectura feminista a la luz del mundo actual, a lo mejor dice: “Fíjate, cómo ha evolucionado la cosa”. La subjetividad del artista no solamente está en las obras, sino que también la aplica la persona que las mira. Por ejemplo, Rubens representa en Diana y Calisto a una Diana compasiva, en vez de una Diana iracunda. ¿Por qué? Yo qué sé. Eso es lo maravilloso del arte. No hay que juzgarlo en nuestros propios términos, sino disfrutarlo y jugar con él. Eso es lo que quieren todos los artistas, es la manera de que sobrevivan sus obras, multiplicando las lecturas. Rubens lo haría como todos los artistas, para no caer en la irrelevancia, que es lo peor que le puede pasar a un creador.
Durante mucho tiempo ha habido mujeres que se han escondido bajo un pseudónimo masculino para pintar o escribir, como es el caso de la obra de Margaret King, cuyo marido la tuvo esclavizada pintando para él mientras se atribuía sus obras. Y de pronto, en la novela vemos el fenómeno contrario. Hablo de Carmen Mola. El hecho de que sean ahora tres hombres los que opten por esconder sus identidades detrás del nombre de una mujer, ¿revela una tendencia positiva o más bien lo contrario?
¿Cómo va a ser positivo? Es un hackeo del sistema. Hubiera sido interesante que tres hombres se pusieran el pseudónimo de una mujer en el siglo XIX. Ahora, me parece un truquillo para atraer a cierto tipo de público en un contexto en el que por fin se está dando dignidad a la obra de las mujeres. Ellos son libres de ponerse el pseudónimo que les dé la gana, otra cosa es que a mí me parezca bien, justo cuando se está intentando resarcir una injusticia histórica hacia nosotras. Se aprovechan de los efectos de que esta reparación se produzca y lo hacen desde una posición súper cómoda. Supongo que los libros estarán bien, porque la gente los lee a mansalva. En eso no entro, pero el truquillo de ponerse un pseudónimo femenino es una guarrada. No hay una manera femenina de crear, me niego a eso. Pero sí ha habido una manera femenina de colocarse en el mundo. Y esa no la hemos elegido nosotras, nos la han impuesto. No escribíamos sobre guerra porque no podíamos ir a la guerra. Al menos, en Europa. Escribíamos sobre cosas íntimas. Todavía estamos en pañales respecto a este discurso, a los grandes temas y los temas pequeños.
«La gente joven puede tener la capacidad de atención muy mermada por las redes, pero tienen las mismas inquietudes que las generaciones anteriores.»
En las redes sociales también se dedican espacios al arte. Helena Sotoca es un perfil muy interesante, ha creado Femme Sapiens y trata el arte desde la perspectiva de género, con un lenguaje digital. ¿Crees sus memes pueden ser un puente sólido para acercar el arte a la generación Zeta?
A mí me gusta mucho como lo hace Eugenia Tenembaum. Es mi favorita, porque tiene un componente antirracista y anticolonialista súper marcado. Esose nota en su libro. Me parece súper transversal lo que hace. La tiktoker Patricia Fernández también hace cosas que me flipan. Las consumo y ojalá hubiera tenido en la carrera todos esos contenidos. Yo creo que a la gente joven le gusta hablar de arte y sus curiosidades, ir a los museos. Estamos diseñados para eso. La inercia a crear es una pulsión humana muy bonita. La gente joven puede tener la capacidad de atención muy mermada por las redes, pero tienen las mismas inquietudes que las generaciones anteriores.
¿Tienes expectativas en la humanidad?
Sí, muchísimas. De lo contrario, no estaría haciendo lo que hago. Tengo un amigo que me dice que soy una monja hecha por Los Morancos. Todo me lo creo. Me encanta la militancia. Nunca digo activismo, porque es una cosa seria.
De hecho, tienes un podcast que se llama Saldremos Mejores. ¿Lo conseguiremos?
Inés y yo hablamos de eso, y en el podcast Lo Normal sobre contenido LGTB, también. Nos creemos que sirve explicarle a la gente sus derechos. Nos creemos que sirve pedirle a la gente que se movilice y que se meta en asociaciones. Y estamos comprobando que sí funciona. Solamente que nos escriban por privado y nos digan: “Soy saharaui y me he sentido súper acompañada en este podcast que habéis hecho”, es un avance. A mí me parece que merece la pena que esa gente sepa que en el mainstream estamos preocupados y que no están solas. No sirve para nada la actitud de “todo es una mierda”. Cuanto más mayor me hago, menos me apetece dejarme caer. Me parece antiguo. Si ni siquiera te has parado a pensar en maneras de vivir mejor, no puedes abandonar. ¡Si todavía no has empezado! Métete en una asociación vecinal, no te dejes caer. La capacidad de movilizarse o de tener esperanza también es un privilegio. Yo comprendo que hay gente en situaciones súper precarias donde la esperanza también es algo que hay que poder permitirse.