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«Quiero mostrar el contraste entre deseo y realidad»

Una instalación en Matadero (Madrid) y una exposición en la galería ProjecteSD de Barcelona son los credenciales de este artista en España

CRISTINA DÍAZ

El artista Iñaki Bonillas (México DF, 1981) ha presentado dos proyectos en nuestro país. En la galería barcelonesa ProjecteSD muestra A sombre e o brilho, donde a través de textos y fotografías reflexiona sobre la memoria, la identidad y las fantasías que, aunque irreales, nos mantienen en pie día a día. Para esta instalación, el artista vuelve a revisar el archivo J. R. Plaza, treinta álbumes, con imágenes, recortes y notas a modo de diario de su abuelo, un exiliado español obsesionado con la mitología del western que fueron punto de partida de dos exposiciones en Barcelona y Bruselas. Bonillas ha realizado también una intervención en Matadero Madrid. Bajo el título El Topoanalista, la instalación evoca la historia de esta antigua cámara frigorífica que fue pasto de las llamas, a través de la luz y la temperatura.  

En esta exposición vuelves, por tercera vez, al archivo J. R. Plaza, los álbumes de recortes, diarios y fotografías de tu abuelo. ¿Cómo llegaste por primera vez a utilizar este material como punto de partida?

Siempre fui consciente de la existencia de esos 30 volúmenes en su biblioteca, pero no me llamaban la atención por haber convivido tanto con ellos. Hasta que mi abuelo murió y fui a pasar una temporada con mi abuela. Me adentré en este material y tuve la intuición de que ahí había algo que podría utilizar. Aunque ha evolucionado, claro. En la primera exposición se trató meramente de presentar el archivo y con el tiempo ha adquirido un componente más narrativo: ya no se trata de mostrarlo, sino de elaborar el material en forma de historia.

En las muestras basadas en el archivo ha evolucionado el aspecto formal, la manera de mostrar este material. También te has centrado en diferentes aspectos del archivo. En este caso, en un período concreto.
Sí, primero en Bruselas dejé los volúmenes en la biblioteca de la galería. En la exposición en esta misma sala hace tres años, mostré el reverso de las fotografías que encontré, enseñando anotaciones, datos, fechas, dedicatorias y mensajes de otras personas que no eran mi abuelo. De hecho, este nuevo trabajo parte de aquella experiencia. En ese momento encontré un dibujo donde se reproduce un duelo entre vaqueros. La fotografía donde estaba era una especie de escenificación encarnada por mi abuelo y algún amigo suyo. Me pareció interesante esa relación del dibujo ‘transcrito’ a la fotografía, pasar de un lenguaje a otro. Más adelante, todas las imágenes del imaginario del Oeste las pasé de positivo a negativo.

Además de las fotografías, reproduces unos textos parte del diario de la auténtica aventura vaquera de tu abuelo.

Encontré un diario con 74 fragmentos de texto en una carpeta de cuero, donde mi abuelo guardaba sus mejores recuerdos, algunos recortes de periódico, imágenes que tenían que ver con sus sueños. Ahí guardaba también estas notas sobre los tres meses que pasó en Wyoming. La embajada española publicó un comunicado donde invitaba a refugiados españoles a ser borregueros en la zona. Como él tenía esta obsesión por las películas del Oeste (quería ser actor de cine y admiraba a personajes como John Wayne) creo que se imaginaba que viviría una aventura casi cinematográfica en Estados Unidos. Pero la realidad fue mucho más dura. Esto se traduce en la forma de presentar las imágenes. En este caso, esos deseos sirven un poco como sostén de la vida que llevaba mi abuelo y por eso aparecen en vertical, porque en cierta manera estas fantasías son las que nos sostienen a todos en pie. Se podría pensar que es un recuerdo de algo que no sucedió, pero en realidad las imágenes hablan de algo real, al menos para mi abuelo. El contrapunto son las 74 páginas del diario donde él cuenta sus desventuras en Wyoming. Transcribí estas notas que son las que aparecen en la galería. Decidí mostrarlo en una línea horizontal, como un paisaje de la realidad. El proyecto se convierte un contraste entre la fantasía y la realidad, la distancia entre lo que deseas que suceda y lo que realmente pasa. Un juego de opuestos.

¿Es esa idea, de la memoria y los opuestos, el punto de partida de ‘El Topoanalista’, tu intervención en Matadero Madrid?

Es curioso. Visité Matadero y me llamó la atención ese lugar, que había sido una cámara frigorífica que más tarde sufrió un incendio. Me atrajeron esos opuestos porque venía de México de trabajar con esas mismas ideas para esta exposición. Esa contradicción se reinterpretó en un corredor de luz, donde cambia el color y la temperatura según se avanza por la zona. Aunque no hemos podido conseguir el resultado que yo buscaba, donde la zona de colores cálidos fuera muy fría y viceversa, no sólo en cuanto a colores, sino también en temperatura.

Este proyecto se enmarca dentro de ese otro cuerpo de trabajo, más relacionado con la arquitectura, que parte de la exposición ‘The Air is Blue’ en Casa Barragán (México).

Sí, hace unos años me invitaron a hacer una intervención en la casa museo de este arquitecto. Había varios problemas: no se podía alterar la casa, puesto que es patrimonio de la nación, y abrías los cajones y encontrabas, por ejemplo, la dentadura de Barragán. Es algo que mantiene una idea de privacidad e intimidad invadida que te impedía acercarte al proyecto. Busqué una vía de trabajo alternativa, así que leí las memorias de este arquitecto y hablaba de lugares que le habían servido de inspiración, como la Alhambra de Granada.

Pensé en hacer un viaje por estos sitios. Cuando llegué me encontré con oleadas de turistas, así que fue una decepción muy grande. Decidí entonces hacer una visita, no por los lugares que le habían inspirado, sino al contrario, los que habían recibido su influencia. Se trata de una zona de Ciudad de México de arquitectura similar a la de Barragán, que sin tener su firma tiene las mismas características: muros altos, mucho color, etc. En uno de estos edificios, el Colegio Vallarta, había un muro verde perpendicular a otro amarillo, donde había una pizarra vacía. Me gustó ese “silencio”, y me recordó a los “silencios” que también deseaba conseguir Barragán con su arquitectura. Además es una combinación de colores es muy propia de su trabajo. ¡Y debió funcionar bien, porque cuando terminó la exposición se olvidaron de quitar mi foto!

¿Qué relación tiene con otra intervención en un edificio emblemático más cercano? Me refiero al Pabellón Mies van der Rohe.

Mucha. De esto hablé en Barcelona, presentando la exposición en ProjectesSD. Y parece que a Antoni Muntadas le gustó este proceso que había seguido en Casa Barragán y me propuso hacer lo mismo en el Pabellón. Fui a verlo y me llamó mucho la atención ese muro de cristal, que es una caja de luz. Me gustó porque tenía mucha más luminosidad que otros muros, luego entendí que era un tragaluz que funcionaba, en cierta manera, como la matriz del pabellón durante el día. En este caso también me pregunté qué es realmente una intervención y cómo se puede realizar ésta con todas las limitaciones que implica trabajar en un lugar que no es un museo o un centro de arte. Me planteé cómo intervenir en ese lugar con un gesto casi mínimo. Así que decidí intervenir en ese lucernario y poner un filtro rosa, que es un color además que se asocia a la arquitectura mexicana, y cambiar totalmente el aspecto del Pabellón.

Por lo que cuentas, parece que sigues un proceso bastante analítico. Un poco a la manera de los artistas conceptuales.

Sí, hay algo de todo eso en lo que ago. Para mí, existe un componente muy poético en ese tipo de obras. Por ejemplo, en esa pieza de Stanley Brown donde va con un cuaderno blanco pidiéndole a los transeúntes que le dibujen un mapa que le indique como llegar a un determinado punto de la ciudad. Luego hace una publicación con todos estos esbozos. Me parece muy poética esa idea del artista perdido tratando de encontrar una ubicación en el mundo. Obviamente, también siento que hay relación entre mis corredores y los de Bruce Nauman. Él creó estos proyectos en respuesta a la II Guerra Mundial, que es una época que no me ha tocado vivir. Mi pasillo en Matadero habla de pequeñas contradicciones, como en este trabajo en la galería. Claro que formalmente hay similitudes.

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