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Luis Suárez sale del túnel

El '9' uruguayo vive su mejor momento como azulgrana. Olvidada la sanción de la FIFA, con una vida tranquila en Barcelona y acoplado al esquema de Luis Enrique, el punta despliega su alegría en el campo, como demostró con los
dos caños a David Luiz previos a su goles en París.

Luis Suárez sale corriendo tras liberarse de David Luiz haciéndole un caño. /AFP

Anoche Luis Suárez no disputaba unos cuartos de final de Champions en el festivo Parque de los Príncipes de París. Él correteaba, como solía en su infancia, por las calles de Salto con el cuero pegado a los pies jugando a regatear y hacer caños a todo el que se le pusiera por delante. Ya fuera un árbol o un David Luiz. Suárez en París campó a sus anchas, con pradera corta y fresca por delante, como un caballo trontón al que se da rienda suelta. 

La ciudad de la luz asistió a un nuevo recital del delantero uruguayo. Un hombre campechano, llano, que juega como vive. A golpe de pasión. Con humildad y sencillez. Fuera del campo su vida la dedica a su esposa, Sofía, a sus dos hijos y a sus amigos. Dentro, su amor es el gol. Al que se dedica en cuerpo y alma. Y con él se encontró anoche hasta en dos ocasiones. Una nueva noche mágica, como la que ya cuajó en los octavos en Manchester contra el City. Y como la del reciente clásico, en el que se cocinó el gol que derrotó al Real Madrid. El charrúa se crece ante los grandes equipos.

Dos caños para dos goles

Ante el PSG Suárez sacó a relucir sus mejores armas. Mostró una vez más una zancada poderosa, empuje, regate y gol. Características ideales para un '9' de pura cepa. Además, en sus dos goles usó un recurso cada vez más alejado de un mundo del fútbol al que se insiste en encorsetar en favor de la táctica y la estrategia. Dos túneles, sufridos por el mismo jugador. David Luiz se convirtió en la Torre Eiffel. Un gigante férreo cuyos bajos se transformaron en la vía más rápida hacia la portería. No se lo pensó Suárez ni la primera ni la segunda vez. Optó por colar el balón por medio de las piernas del central brasileño.

En el primer gol todavía tuvo driblar después a Marquinhos y chocar cuerpo a cuerpo con Maxwell, al que dejó rendido en el área para terminar lanzando al palo corto de Sirigu. En el segundo, la autopista era directa hacia la portería desde el centro del campo. Un toque de puntera y David Luiz con cara de niño al que le roban el bocadillo. De ahí a lanzar un derechazo que se fue directo a la escuadra. Dos golazos de cazagoles. 

A Suárez se le nota tranquilo, pausado y feliz con la vida que está llevando en la Ciudad Condal y con su aporte a un equipo al que llegó con una doble y complicada misión. Cuajar bien con sus dos compañeros de ataque, Neymar y Messi. Y ayudar con goles a la productividad del equipo. El chárrua ha encontrado en el club azulgrana y en la capital catalana la simbiosis perfecta para dar lo mejor de sí mismo. Se ha adaptado con rapidez al estilo de vida barcelonés. Asentado en Castelldefels junto a la familia de su mujer, Suárez disfruta de una vida hogareña, alejada de estridencias.

Sin embargo, no fueron nada fáciles sus primeros meses en Can Barça. Llegó en verano con dos grandes pesos en sus alforjas. Por un lado, los 81 millones que pagó el Barça al Liverpool. Y por otro, la sanción de la FIFA por su mordisco al italiano Chiellini en el Mundial. Suárez tuvo que vivir esos meses de inicio de temporada cual recluso, castigado y expuesto al escarnio público. Cumplió la pena en silencio. Hasta que pudo, por fin, debutar con la camiseta del Barça el 25 de octubre en el Santiago Bernabéu.

Redención tras el castigo

Suárez confesó hace poco en una entrevista de radio que su mordisco y el posterior castigo supusieron su peor momento como futbolista.  Y lamentó el trato que recibió por parte de Blatter y compañía: "A alguien que apuñala o a un barra brava no se le trata peor que como me trató a mí la FIFA. No maté a nadie". Le costó sobreponerse psicológica y deportivamente. Ahora Suárez controla mucho más ese instinto y canaliza las provocaciones de los rivales. 

Tras cumplir la sanción, le costó adaptarse a la dinámica de un equipo que ya rodaba bajo el peculiar estilo de Luis Enrique. Suárez le ponía ganas y coraje a cada partido pero no llegaban los goles. La ansiedad asomaba. Y no terminaba de conectar sus dos aliados en ataque. Se buscaban, triangulaban pero el juego no fluía como debía. Messi y Neymar iban a otro ritmo. Hasta que entre todos entendieron que Suárez debía vivir cerca del área y ser el punto final del juego azulgrana. Nada de hacerle partícipe del juego efervescente alejado de la portería. Con Messi y Neymar a cada lado, él debía centrarse en la portería. Tocar menos y matar más.

Así, los goles fueron cayendo al saco. Hay partidos, es cierto, que se atragantan. Como el de Sevilla. Suárez se desquicia el día que las cosas no le funcionan. Pero el cuerpo técnico está encantado con su entrega en cada partido. Se deja todo en el campo y son conscientes de que el delantero vive de rachas. Por eso no le meten prisas. Y él, como en noches como las de ayer, les devuelve esa confianza en forma de medio billete a semifinales de Champions. Ya lleva seis dianas en la competición continental, a solo dos de Messi y Cristiano. Y en total 18. Lo peor ha quedado atrás para Luis Suárez. 

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