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La desazón de la izquierda

Los votantes de Zapatero anhelan más audacia y menos ortodoxia económica

GONZALO LÓPEZ ALBA

Un sentimiento de desazón se ha apoderado de la izquierda española, incluso de la más zapaterista, ante el desarrollo del segundo mandato presidencial de José Luis Rodríguez Zapatero. Este desasosiego, que en algunos barrios es inquietud y en otros descontento, es la consecuencia anímica de una legislatura que el Gobierno empezó a contrapié a causa de su inicial negacionismo de la crisis económica, una circunstancia envolvente que recuerda a lo que ocurre esos días en los que uno se levanta tarde y por más que corra tiene la sensación de llegar tarde y mal a todas partes.

Nadie alberga dudas de que un Gobierno presidido por Mariano Rajoy abarataría el despido y recortaría las prestaciones sociales, pero la derecha ha logrado imponer la idea de que la mejor política social es el empleo. Sólo así se puede explicar que, en un país cuya población se autocataloga mayoritariamente de izquierdas, a pesar de las medidas del Ejecutivo para proteger a los más castigados por la crisis y para frenar su impacto en distintos ámbitos la banca, la inversión..., todas las encuestas coinciden en que la mayoría de los españoles ve más capacitado al PSOE que al PP para gestionar la economía, tendencia que sólo se equilibró en la primera legislatura, cuando se creaba más empleo que en toda la Unión Europea.

El PP ha logrado imponer la idea de que la mejor política social es el empleo

Este estado de opinión aleja del PSOE al electorado de centro o independiente. Pero lo más preocupante para el Gobierno es que sus respuestas no están siendo percibidas como una política de izquierdas. Incluso entre quienes se posicionan a la izquierda del PSOE se identifica como el mejor 'salvador' de los posibles a Rodrigo Rato, el vicepresidente económico de José María Aznar, lo que viene a confirmar el poder de la mitología y la facilidad de olvido nadie parece recordar que el 'milagro español' coincidió con un ciclo mundial de crecimiento y que se enjugó el déficit público a base de vender las empresas públicas, amén de algún artificio contable.

Así, en el juicio ciudadano de la gestión de Zapatero la eficacia económica es un valor que apenas contabiliza, ni en su primer cuatrienio, cuando todo marchaba viento en popa, ni ahora, cuando pintan bastos. Por el contrario, la protección social se considera que va de soi con un Gobierno del PSOE, pero para muchos parados está ya próxima a agotarse, dato que amenaza la paz social, el principal baluarte del presidente. Y, en una legislatura en la que la crisis es el principio y el final, los intentos de engrasarla con otras reformas, como la del aborto o la de la libertad religiosa, por mucha que sea su necesidad, son percibidas como maniobras de distracción hasta por el electorado de izquierdas, de forma que el PSOE tampoco obtiene rentabilidad del cumplimiento de sus compromisos programáticos, ya que el común está preocupado por el paro, no por los crucifijos.

El presidente ha renunciado a medidas ejemplarizantes como recortarse el sueldo

Sorprende en esta situación que Zapatero no haya impulsado medidas que hagan sentir a sus votantes que, aunque estén en paro, vale la pena sacrificarse por unos ideales. Llama la atención que el presidente haya descartado, por ejemplo, aplicarse y aplicar a los miembros del Gobierno un recorte salarial, una decisión que seguramente habría adoptado si en 2008 hubiera entrado por primera vez en el Palacio de la Moncloa. La medida tendría un impacto económico prácticamente nulo y habría sido censurada por populista, pero aplicada en el momento oportuno, que ya pasó hubiera tenido una repercusión ejemplarizante, una pedagogía cuya demanda se multiplica en tiempos de crisis. Lo mismo cabe decir de otras posibilidades de más calado igualmente desechadas desde la ortodoxia económica, como la penalización fiscal de las sociedades en las que se refugian las grandes fortunas. Lo más aproximado es el propósito del ministro de Fomento, José Blanco, de reducir los exorbitantes sueldos de los controladores aéreos.

El ejercicio de la presidencia de turno de la Unión Europea contribuirá a desmontar la falsedad de que las medidas del Gobierno van en dirección contraria a las adoptadas en el resto del mundo, pero el presidente intenta cambiar el paso con una ley cuya denominación de Economía Sostenible carece de alma, de fuerza emotiva y de poder de convocatoria.

Zapatero, que en muchas políticas y actitudes fue precursor de Obama, ve ahora cómo el presidente de EEUU intenta recuperar fuelle con una cruzada contra los pertinaces excesos de los grandes bancos planteando una tasa del 0,15% mientras parece que él no ha hecho nada y tiene que enfrentase a la engorrosa dificultad de explicar que aquí no hubo ayudas directas sino que fueron avales que retornarán a las arcas públicas en forma de intereses. Algo similar ha ocurrido con la penalización fiscal de las primas de los altos ejecutivos, en la que Zapatero se adelantó a sus homólogos europeos, pero la medalla se la han quedado Sarkozy y Brown con una fórmula más audaz.

El mayor atractivo político de José Luis Rodríguez Zapatero ha sido su audacia, que se tradujo en decisiones a las que, según propia confesión, no se habría atrevido ni el Felipe González de los 202 escaños, como la retirada de la guerra de Irak o la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo. Si lo fía todo a la ortodoxia de la eficacia económica, puede ocurrir que en marzo de 2012 tenga que hacer la misma reflexión autocrítica que esta semana ha hecho Obama: 'Hemos estado tan concentrados en sacar nuestro programa adelante que hemos perdido cierta capacidad de hablarle directamente al pueblo'.

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