Punto de Fisión

Tejero Arrocet y demás bigotes

Antonio Tejero irrumpe en el Congreso de los Diputados, en Madrid, a 23 de febrero de 1981. Europa Press.
Antonio Tejero irrumpe en el Congreso de los Diputados, en Madrid, a 23 de febrero de 1981. Europa Press.

Es evidente que la historia de España se va haciendo a base de bigotes, esculpiéndose, catástrofe a catástrofe, entre bigotes frondosos de visigodos y bigotes elípticos de ex presidentes. No hace falta rebuscar mucho para descubrir toda una selva de mostachos pululando en las salas del Prado y los pórticos de las catedrales: bigotes mozárabes, bigotes monárquicos, bigotes conde-ducales, bozos líricos de reinas-madre y bigotillos sodomitas de caudillos con tipo y voz de vicetiple. Para cumplir su unidad de destino en lo universal, lo único que le falta a la Península Ibérica, bajo la nariz congestionada de Portugal, es un señor bigote.

En este país, el golpismo siempre ha sido muy dado al bigoteo, hasta tal punto que varios de los principales implicados en la intentona del 23F gastaban esos bigotitos medio tísicos y anémicos, típicos del franquismo. Pelusas de adolescentes jubilados, vellos delimitados con tiralíneas para no ofender la sacrosanta memoria del Generalísimo.

Da la impresión de que cuando se reunieron los principales cabecillas del golpe (Milans del Bosch, Armada y Tejero) estuvieron un buen rato comparando bigotes, a ver cuál lo tenía más gordo, y decidieron que era Tejero quien debía entrar pegando tiros en el Congreso de los Diputados. Fracasaron por muchas razones, pero no hay que menospreciar el hecho de que al final no se pusieran de acuerdo en si iban a inaugurar una dictadura militar o una barbería.

Aquella tarde aciaga del 23 de febrero, Tejero Arrocet entró en el hemiciclo con su bigotón de mariachi, su sombrero de tres picos y el brazo en alto, con la intención de parar un taxi que lo llevara directamente al siglo XIX. A voces, que es como suele entenderse esta gente de uniforme, dio dos órdenes francamente contradictorias: que todo el mundo se estuviera quieto y que todo el mundo se tirase al suelo (mi amigo, el novelista José María Mijangos, ha analizado la paradoja justo al comienzo de un libro hilarante que espero se edite en breve).


Era verdaderamente difícil cumplir las dos condiciones físicas al mismo tiempo, pero España es un país donde las incoherencias conviven junto a los bigotes, y por eso aquí abundan los demócratas franquistas, los republicanos monárquicos y los golpistas constitucionalistas. De hecho, Tejero los resume a todos ellos bajo el mismo bigote.

Este fin de semana, Tejero ha salido de debajo de su tricornio para conceder una jugosa entrevista en El Español (dónde, si no) en la que asegura que el golpe de Estado del 23F lo tenían preparado el rey Juan Carlos y el general Alfonso Armada para poner un gobierno militar a gusto del monarca.

Según Tejero, él mismo detuvo el golpe cuando vio que el futuro gobierno iba a estar plagado de izquierdistas, y entonces echó marcha atrás para joder vivo al rey. Al parecer, lo de dar un golpe de Estado y pararlo a la vez fue una vistosa operación simultánea al estilo de la de "¡Todo el mundo al suelo!" y "¡Quieto todo el mundo!", y con resultados similares: del desmadre al cachondeo pasando por el esperpento.


Es normal que los cabecillas del 23F, indultados en virtud de su insobornable amor a la patria, se sientan menospreciados ante la posibilidad de una amnistía a favor de los líderes independentistas catalanes: los bigotones llevan muy mal la competencia y, en Catalunya, de Puigdemont en adelante, apenas se ven bigotes capaces de soportar las inclemencias históricas. En cuanto a la denuncia de Tejero contra Sánchez por incumplir la Constitución, también es para estarse quieto y tirarse al suelo al mismo tiempo. Menos mal que Felipe VI tiene barba.

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