Otras miradas

Competir es un verbo intransitable

Paco Tomás

Competir es un verbo intransitable
Barbara Munker / dpa / Europa Press

Esta columna, como los discos con un parental advisory, contiene una opinión impopular. He visto claramente que 'competir' es un verbo heteropatriarcal. Y que no voy a conjugarlo más. No con sus reglas. Voy a intentarlo. Confrontando todas las dificultades que esta decisión me anuncia. Porque 'competir' es algo más que un verbo intransitivo; es un verbo intransitable.  

Y lo digo tras la noche de los Oscar, ceremonia que me deslumbra y que ha forjado, en gran manera, al hombre homosexual que soy y que, en el fondo, bebe de lo mismo que detesto: la competición.  

El relato sociológico, desde Atapuerca, es patriarcal. Valores que arropan el supremacismo de la testosterona para que todo hombre hetero y blanco -podemos cambiar a un escenario donde predomine otra raza y la estructura será similar- sea un privilegiado por el mero hecho de nacer varón. Pero tampoco hay espacio para tanto machote en la cumbre. Y ellos mismos crean el concepto verbal de la competición. La lucha entre ejemplares similares de la especie para saber quién domina a quién, quién es el líder de la manada, quién se lleva a la hembra deseada, quién es el mejor. Con el tiempo, el hombre asumirá que la competición no hace otra cosa que subrayar su admirable masculinidad y potenciará la competencia hasta convertirla en una ideología económica y en un espectáculo. A eso llamamos "condición humana", cuando han sido ellos solos quienes tenían interés por la competición. Ni las mujeres ni las personas disidentes de la norma hemos tenido interés en competir hasta que, en la estrategia asimilacionista y aspiracional con el poder, hemos acabado aceptando su ética patriarcal. 

Nacer y no querer competir es morir, en cualquiera de las muchas maneras que hay de hacerlo. Confieso que he competido y he perdido. Aunque, como a todos, me educaron para eso, sigo sin encontrarme cómodo en ese código. Tal vez por eso el universo deportivo me resulte ajeno. Porque participar, en el lenguaje deportivo, ya es competir. Y busqué un espacio seguro en la cultura porque ahí fue donde el niño marica encontró sus referentes. Y entre ellos no había competencia ni competitividad. Desde luego yo no lo sentía. Pero sí he sido aficionado, como espectador, a la competición. En los Oscar o en Eurovisión, por ejemplo. Y es ahora, muchas décadas después, cuando veo lo perverso y reconozco en esa competición algo similar a lo que significaba, salvando las evidentes distancias, un gladiador en un coliseo romano. Seguimos compitiendo entre nosotros para entretenimiento de los demás. 'Competir' es el verbo con el que se entretiene el poder. 


¿Cuándo entró la competición en el ámbito cultural y artístico? ¿Y por qué? Da lo mismo los Oscar que los Goya que los Feroz, el Benidorm Fest que Eurovisión, Operación Triunfo o Drag Race. Creo que no estamos aquí para competir entre nosotres. Estamos aquí para dar salida a nuestro deseo de entretener, de emocionar, de reflexionar, de hacer lo que nos gusta, incluso a veces por encima de nuestro propio talento. Estamos aquí para contar historias. Esas que nos salvaron la vida durante el confinamiento mientras los laboratorios farmacéuticos 'competían' por una vacuna. El acto artístico, a diferencia del deportivo, no nace del afán competitivo. Por eso Cultura y Deporte nunca deben estar en un mismo ministerio. Porque su esencia es dispar. ¿Por qué una película tiene que competir con otra cuando esa no era su pretensión? Escuché al actor Berto Romero reflexionar sobre ello, después de que su serie 'El otro lado' no se llevase ningún premio Feroz a los que estaba nominada, y tenía toda la razón. Los compañeros se convierten en competidores, rivales, y ahí se pervierte todo. Porque si conjugas el verbo 'competir' asumes, en la letra pequeña, el fracaso. Que es un falso fracaso, como decía Romero, porque tú no has pedido estar ahí. Estás ahí porque un grupo de personas -que no deja de ser un estatus parcial de privilegio para decidir sobre los demás- te ha elegido. Y lo llaman "nominados". Y sientes que estar ahí ya es un premio. Joder, qué claro lo veo ahora y cuánto he tardado en verlo.  

Como ya he escrito, la competición como entretenimiento es algo que el acto deportivo asume en su propia esencia. Podemos pensar que las personas que van a los castings de OT, o que entran en Drag Race o buscan participar en el Benidorm Fest son como los atletas que salen a la pista de atletismo. Saben que van a competir. Y yo me pregunto, ¿realmente lo saben? ¿Está la competitividad en la esencia del acto artístico? Me temo que no. Sé que, por ejemplo, los participantes del Benidorm Fest entran empapados de cariño y admiración entre ellos hasta que llegan las semifinales y comprenden que están compitiendo. Y ahí, todo se tuerce.  

Esto no significa que esté en contra de los premios, que tendrían otro análisis aparte. Estoy en contra de tener que poner a competir mi talento o mi deseo para lograr un reconocimiento. Lo digo yo, que nunca he estado nominado a nada pero que he sido jurado de OT, por ejemplo. Me ha costado llegar a esta reflexión. Porque hemos incorporado a nuestra forma de ver el mundo aquello que nos hace daño, aquello que fomenta la desigualdad, que alimenta el ansia de poder. Y le damos carta de naturaleza porque "es lógico", va en nuestra condición humana. Como ciervos en una eterna berrea. 


PD: Recibo en mi mail una convocatoria de prensa de los Premios Openbank de Literatura by Vanity Fair. Leo las candidaturas. Tres nominados en cada una de las diez categorías.  

-Venga -me reto a mí mismo-. No me digas que no te encantaría estar nominado con tu novela. 

Posiblemente sí, pero ese es el veneno que, a partir de ahora, tengo que intentar no acercar a mis labios. Mi escritura no está hecha para competir. Nada de lo que hago en mi vida está hecho para competir. 


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