Otras miradas

Del holocausto al genocidio

Rafael Cabanillas Saldaña

Escritor. Autor de 'Quercus', 'Enjambre' y 'Valhondo'

Los paquetes de ayuda caen sobre el norte de Gaza.- REUTERS/Amir Cohen
Los paquetes de ayuda caen sobre el norte de Gaza.- REUTERS/Amir Cohen

Probablemente porque el holocausto judío fue la mayor atrocidad cometida por el ser humano en la historia reciente, es por lo que, a posteriori, se ha sido muy condescendiente con Israel. Muy solidarios con su causa y su dolor, con sus millones de víctimas.  Justamente. Por supuesto que sí. No era para menos: los nazis quisieron exterminar a los judíos. Promoviendo acciones a favor y como desagravio para mitigar una especie de culpa planetaria, especialmente europea y alemana, por la barbarie cometida contra ellos.  

Así, a Israel, situado en Asia, se le ha permitido participar en foros internacionales vetados a otros vecinos, cantar en Eurovisión, jugar en el Eurobasket o llevar a su tierra el comienzo del Giro. Aunque estos son pequeños detalles simbólicos, cuando el grueso verdaderamente importante de la operación se ha basado en favorecer su comercio, su industria y sus negocios. Trato de favor para convertirlos en una potencia económica, sobre todo si se compara con los países del entorno: ellos ricos y "diferentes", "superiores" (que es el sentimiento de la política del apartheid), y los países fronterizos muy pobres. Unos poderosos y otros miserables, en medio de un desierto de sufrimiento y desolación. 

 Sus dos mayores socios comerciales son USA y la UE. Más el segundo que el primero, al que Israel vende, nos vende, el 29% de sus productos y tecnologías. Como "poderoso caballero es don Dinero", con estos socios preferentes y la ayuda de los judíos situados en los puestos de poder de las grandes corporaciones mundiales, banca incluida y, especialmente, los potentes medios de comunicación que llaman "guerra" a lo que es un exterminio (TVE la primera), ya está todo dicho. Y hecho.   

Si unimos los dos factores, la solidaridad culpabilizante por el holocausto y el poderío económico conseguido, el resultado es que nadie, a lo largo de las últimas décadas, se ha atrevido a criticar abiertamente a Israel. O, de haberlo hecho, su potente lobby, con ramificaciones planetarias en todos los sectores, te habría arruinado la existencia, la carrera profesional, el gobierno de turno o la empresa. 


Toda una vida, desde que tengo memoria, haciendo oídos sordos para que no te acusaran de antisemita. Tragándotelas como puños, sus injusticias, sus aberraciones y su victoriosa negativa a no permitir la creación de un estado palestino. Porque ser antisemita era como poner en tu mano la llave que abría el paso del cianuro Zyklon B de la cámara de gas. Y esa acusación nadie la quiere. Como nadie quiere que por expresar una opinión contraria a Israel, te cancelen el contrato o te echen de la empresa a patadas por antisemita. Insisto: la culpa/solidaridad y el miedo a su poder económico y a sus represalias.  Su poder y su pasta. 

De no ser así, no se puede entender que lleven años y años saltándose las resoluciones de la ONU (siempre con el apoyo de USA) y que no pase absolutamente nada. Que su mapa del territorio crezca y crezca, expulsando y matando palestinos como si fuera un mandato divino, y no pase absolutamente nada. Así actúan algunos colonos. Unos fanáticos con licencia para matar porque se creen "el pueblo elegido". ¿Elegido por quién? ¿Elegido para qué? Si el Secretario Gral. de la ONU, António Guterres, dice que "Estoy profundamente preocupado por las claras violaciones del derecho internacional humanitario que estamos presenciando en Gaza", Israel le acusa de "justificar las atrocidades cometidas contra israelíes", pide su dimisión y monta una campaña de desprestigio, muy efectiva, en su contra.  De Guterres y de la ONU.

Cuando el presidente Lula define, como pensamos una mayoría, "la situación en la Franja como una guerra de un ejército profesional contra 'mujeres y niños'", Israel le nombra persona non grata y le montan un cirio.  Por eso Sudáfrica, donde todavía sigue vivo el espíritu de Mandela, en vez de declaraciones de bla bla bla, lo que presentó fue una denuncia por genocidio ante la Corte Internacional de Justicia.  ¡Con un par! A la que se deberían haber unido el resto de países civilizados, demócratas y humanitarios. Especialmente Europa, también España (por favor, dejen de venderles armas para matar niños), en vez de los abrazos que le daba  la presidenta de la comisión Úrsula von der Leyen a Netanyahu. Abrazo que espero no le deje dormir en paz el resto de su vida. Igual que una multitud de buenos judíos repartidos por el mundo y otros residentes en Israel, valientes y comprometidos con la paz y la justicia, deberían haber alzado la voz contra el execrable gobierno israelí y su orden de masacrar a los palestinos. 


La solidaridad necesaria y compasiva tras la 2a Guerra Mundial hacia el pueblo de Israel se ha vuelto en contra, en especial y merecidamente por culpa de los gobernantes actuales elegidos por ese pueblo. Totalmente en contra. Una traición. Parece mentira que sufrieran lo que sufrieron para que ellos ahora estén haciendo lo mismo. Holocausto versus genocidio. Matan palestinos indefensos -mujeres, ancianos y niños- a bombazos hasta quedar sepultados bajo los escombros. Matan palestinos -mujeres, ancianos y niños- dinamitando hospitales. Matan palestinos -mujeres, ancianos y niños- alojados en los campos de refugiados. Revientan las ciudades, los pueblos, las casas, dejando los edificios como calaveras descarnadas.

Ahí están las espeluznantes e innegables imágenes del horror y la rabia. Los matan de hambre, recordando el Holodomor de Stalin en Ucrania, por no dejar que entre la ayuda humanitaria. Hambrientos y desnutridos. Muertos de hambre. Asfixiados, ahogados, entre el humo de las bombas y el polvo de sus casas al derrumbarse. Los matan de sed al destrozar los abastecimientos de agua. Los puestos de trabajo, las infraestructuras, las comunicaciones. Les hacen huir del espanto, abandonar sus viviendas, su tierra, su modo de vida, su pan, y les acorralan en otro infierno sin escapatoria, pues Egipto no les deja entrar. Los ametrallan y atropellan con sus tanques -mujeres, ancianos y niños- cuando se arremolinan frente a un camión para recoger un saquito de arroz o de trigo. ¿Es o no es un genocidio? ¿Es o no es un holocausto? ¿Es o no es Gaza una cárcel y un campo de exterminio? ¡30.000 mujeres, ancianos y niños!  

 El horrible acto terrorista cometido por Hamás, absolutamente abominable y cuyos autores deben ser perseguidos y llevados ante la justicia, tanto los inductores como los ejecutores, además de liberar de inmediato a los secuestrados, no justifica la masacre contra inocentes que están cometiendo. Nunca podrán legitimarse ni venganzas ni castigos colectivos. ¿Cómo vas a bombardear un edificio de doce plantas abarrotado de gente o un hospital lleno de heridos y enfermos convalecientes, porque crees que uno de Hamás está escondido dentro? ¿En qué cabeza cabe eso? ¿En qué corazón? En ninguno, salvo que seas de los que pienses que hay que eliminar a todos los palestinos. Igual que lo pensaban los nazis de los judíos. 


Y una petición a los Estados Unidos de América:  dejad de lanzar comida en paracaídas. Comida camuflada entre las bombas. ¡Hipócritas del doble juego y la abominable doble moral!  En vez de esa comida -manchada de sangre- para lavar vuestras conciencias y no perder votos ante las próximas elecciones, dejad de vetar en la ONU las resoluciones contra Israel. Unos ponen las balas... y otros aprietan los gatillos. 

Porque no queremos ninguna tregua, lo que queremos es el cese definitivo de esta matanza y que sus responsables sean juzgados por genocidio ante la Corte Penal Internacional. La creación del Estado Palestino y la retirada de Israel de los territorios ocupados, regresando a las fronteras marcadas por las resoluciones de la ONU desde 1947. Así como la reconstrucción e indemnización de todos los daños causados. 

Durante muchos años de mi vida y tras leer e investigar todo lo que he podido sobre la 2a Guerra Mundial, siempre me he hecho la misma pregunta: ¿Cómo es posible que los ciudadanos alemanes, aunque también austriacos, franceses o polacos, -profesores universitarios, respetables padres de familia, honorables doctores, amables agentes de seguros, honrados albañiles y camioneros- fueran capaces de participar activamente en el exterminio de los judíos? 


Unos disparando en la nuca, allá donde nace el pelo, según las instrucciones de prácticas reales de su sargento, otros transportando en carretillas hacia el crematorio cadáveres famélicos, aquellos grabando unos números en los antebrazos de los presos o rapándoles el pelo. En silencio. Sin una queja. Sin un remordimiento. Algunos, incluso, haciéndose fotografías delante de la montonera o la hilera de muertos para mandárselas luego a sus queridos familiares, con una dedicatoria y un beso. 

¿Cómo el ser humano pudo llegar a ese nivel de depravación y salvajismo? ¿A esa degeneración como especie? 

Hoy, tras ver un día más las imágenes de los niños muertos en Gaza, lo he comprendido. Nuestro silencio.  Nuestra apatía. Nuestra indiferencia. Nuestro inmovilismo. Nuestra aceptación como algo irremediable. Como si esas imágenes no fueran reales, sino de una película, una serie, un videojuego y, por tanto, de mentira. Como si al apagar la tele o el teléfono móvil todo hubiera acabado. Como si solo fuera cuestión de no leer más noticias y no ver los telediarios. Taparse los ojos. Taparse los oídos.  No saber, no oír, no mirar, no hablar... 

Cuando lo que yo quiero es gritar. Gritar fuerte. Gritar hasta desgañitarme. Gritar para que dentro de 50 años nadie se pregunte: ¿Por qué los ciudadanos del año 2024, respetables y honestos ciudadanos, consintieron, inmutables, en silencio, la masacre del pueblo palestino? Miles de mujeres, miles de ancianos, miles de niños.

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