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Trump, ahora a por Irán

Existe la opinión de que la victoria de Trump conducirá a una política exterior aislacionista de Estados Unidos. Sin embargo, Israel ya ha vuelto a marcar su territorio señalando a Irán como gran objetivo en un momento en el que la influencia del Estado judío aumenta significativamente en los corredores de Washington.

l as banderas de Estados Unidos e Irán en una sala de conferencias en Viena, Austria.- REUTERS/ARCHIVO

EUGENIO GARCÍA GASCÓN

JERUSALÉN.- Este jueves, durante la visita del primer ministro ruso Dimitry Medvedev a Israel, su colega Benjamín Netanyahu lanzó una dura proclama pública contra Irán, la primera en varios meses, lo que indica que la victoria de Donald Trump le hace concebir esperanzas de que Washington se coloque de nuevo en primera línea de fuego contra Teherán, que es sin duda la mayor ambición israelí.

Algunos analistas señalan que el presidente electo republicano no tiene intención de implicarse demasiado en la política exterior, y que ha dado muestras de ello durante la campaña, pero esos analistas ignoran que la política de Israel es una parte sustancial de la política interna de Estados Unidos debido a su desproporcionada influencia en el Capitolio.

Es una sencilla regla de tres: si Irán es política interior en Israel, e Israel es política interior en Estados Unidos, Irán será un asunto central en la política del futuro presidente republicano. De que sea así se va a encargar Netanyahu, de la misma manera que se encargó con Barack Obama hasta que sucedió el insólito hecho de que el presidente demócrata se cansó de él y le dio plantón.

La injerencia israelí en Irán le reporta sustanciales beneficios de varios tipos, de ahí que para Netanyahu sea un imperativo mantener ardiendo la llama antiiraní. Lo ha hecho siempre y ahora es un momento particularmente propicio para ahondar en él aprovechando el caos que se ha instalado en Oriente Próximo.

¿Se abandonará el acuerdo nuclear con Irán?

El portavoz del departamento de Estado Mark Torner ha advertido esta semana a los republicanos de las “profundas consecuencias” que se derivarán de que una de las partes firmantes, refiriéndose a Estados Unidos, abandone el reciente acuerdo nuclear con Teherán.

Durante la campaña,
Trump calificó el acuerdo
con Irán de “desastre”

Los iraníes están francamente nerviosos con los rumores que están circulando desde hace muchos meses. Desde las elecciones del martes han dicho que disponen de un plan B que no han especificado pero que el portavoz americano Torner descubrió diciendo que Teherán puede reanudar el enriquecimiento de uranio si Washington repudia el acuerdo.

Durante la campaña, Trump calificó el acuerdo de “desastre” y dijo que desmantelarlo constituiría la “prioridad número uno” de su administración. Naturalmente, una cosa es lo que se dice en campaña y otra distinta lo que se haga en el despacho oval, aunque eso puede depender mucho de lo que desee Netanyahu.

De hecho, el primer número telefónico extranjero que marcó el presidente electo el miércoles, apenas unas horas después de conocerse los resultados, fue el de Netanyahu, lo que corrobora que lo que interesa a Israel no es política exterior sino una política interior directa y urgente de Estados Unidos.

El mismo miércoles por la tarde, mientras las emisoras daban cuenta de la euforia reinante en Israel por la llamada telefónica de Trump, varios medios hebreos informaban de que los asesores de Trump ya tenían un plan para abortar el acuerdo de Obama con Teherán.

El supuesto plan de Trump

El plan presuntamente elaborado por el equipo de Trump parece ideado por Maquiavelo. Consiste en exigir a Irán una ampliación del acuerdo en la que Teherán se comprometa a no injerir en los asuntos de terceros países donde tiene intereses estratégicos, como Líbano, Siria, Bahrein o Yemen, donde existen importantes bolsas de población chií.

Naturalmente se trata de una condición que Teherán no aceptaría nunca, lo que le daría pie al nuevo presidente republicano para cancelar el acuerdo. La exigencia del equipo de Trump está cortada a la medida de Netanyahu, quien así obtendría dos ventajas muy significativas en el control cada vez más extenso de Oriente Próximo por parte de Israel.
Netanyahu lleva años estrechando sus relaciones con los países más reaccionarios de la región. Él mismo ha dicho que esos países suníes no quieren que se haga público el alcance de las relaciones que mantienen con el Estado judío, pero Netanyahu ha dado a entender que son mucho más significativas de lo que puntualmente trasciende en los medios de comunicación.

Países como Arabia Saudí y otros del golfo Pérsico han dado la espalda a la administración Obama y de la noche a la mañana han puesto todos sus huevos en la cesta de Israel. El rey saudí Salman, y sobre todo su hijo, el factótum de Arabia Saudí, consideran que Israel defiende sus intereses mejor que los americanos. De todas formas, esta es una jugada muy arriesgada por la que el rey Salman deberá pagar un alto precio si le sale mal.

Los saudíes están metidos hasta el cuello en prácticamente todos los conflictos regionales, empezando por Yemen, acabando por Siria y pasando por Líbano o Irak, y es en esos conflictos donde Israel dispone de bazas importantes para atraerse a los países suníes más reaccionarios.

Esta ecuación existe desde hace varios años pero que con la victoria de Trump pasa a primera línea. Ahora bien, existe un factor adicional que juega en la ecuación y que es Rusia. Los guiños que se han cruzado durante la campaña los dirigentes rusos y el equipo de Trump muestran que existe una buena sintonía entre las dos partes en lo tocante a la política exterior, de ahí que Moscú pueda desempeñar un papel positivo en el conflicto entre el nuevo Estados Unidos e Irán.

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