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Más de 4.000 sustancias invisibles contaminan nuestras vidas y es casi imposible combatirlas

Los PFAS son sustancias químicas que están presentes en numerosos objetos cotidianos, desde sartenes antiadherentes hasta prendas de vestir impermeables, pasando por cosméticos y productos de limpieza.

Unas manos cargan una bolsa con un tupper de plástico de comida.
Unas manos cargan una bolsa con un tupper de plástico de comida. Archivo / AFP

Son prácticamente invisibles a la vista del ser humano, pero están por todas partes. Se les conoce como PFAS, sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas, que no son otra cosa que químicos que envuelven los objetos más cotidianos de la vida: prendas de vestir impermeables, sartenes antiadherentes, cosméticos, productos de limpieza, envases de comida... Son materias "eternas", dicen los expertos, pues poseen una cualidad que les hace persistir en el medioambiente y permanecer en los entornos naturales sin apenas degradarse con el paso del tiempo. 

Esta cualidad, la de perdurar adheridas a la naturaleza, les hace traspasar las fronteras biológicas, contaminando los órganos de animales y personas, y pasando de unos seres a otros a través de la cadena trófica. Actualmente hay más de 4.000 sustancias creadas por el ser humano que se catalogan como PFAS, pero muy pocas cuentan con una regulación estricta que los excluya de los mercados. ¿La consecuencia? Una incidencia en la salud pública que incrementa los riesgos de enfermedades potentes como cáncer o los daños hepáticos.

"Los PFAS tienen efectos adversos en nuestra salud. Se asocian a diferentes tipos de cánceres y otras enfermedades. Pero, ahora mismo, el punto crítico más sensible es el efecto en la disminución de la respuesta del sistema inmunológico a la vacunación en los niños", dice Argelia Castaño Calvo, directora del Centro Nacional de Sanidad Ambiental del Instituto de Salud Carlos III, que participó este jueves en unas jornadas sobre los químicos eternos organizadas por el Ministerio para la Transición Ecológica (Miteco). "El hecho de que podamos detectar estas sustancias en organismo no implica que podamos desarrollar la enfermedad. Es decir, tiene que haber una exposición alta y prolongada en el tiempo para que se puedan producir alteraciones bioquímicas. Si se mantienen dosis altas es cuando se producen efectos adversos con alteraciones preclínicas que darían al desarrollo de patologías", apunta.

Los PFAS entran en el organismo y permanecen durante un largo tiempo. Lo hacen por ingesta, cuando, por ejemplo, los utensilios de cocina están fabricados con alguna de esta sustancia petroquímica. También penetran en el organismo por absorción dérmica, al untar alguna crema compuesta por esta materia; o por inhalación, por ejemplo, al respirar algún producto de limpieza. En España, según los datos de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), el 1,48% de los adolescentes presentan valores en su sangre superiores a las recomendaciones sanitarias. Un porcentaje preocupante, pero por debajo de la media de los países europeos, que supera el 10%.

En algunas zonas de Europa la contaminación de los PFAS es un problema de orden público. Bélgica, por ejemplo, vivió uno de los mayores escándalos ambientales debido a la contaminación de todo un entorno urbano por parte de una fábrica de la compañía 3M que fabricaba sulfonato de perfluorooctan. Prácticamente todos los vecinos del barrio aledaño a la planta ubicada en Flandes presentaron restos de esta sustancia en la sangre y el caso ha cobrado una dimensión judicial que ha puesto en el centro de atención a la compañía estadounidense.

La batalla para regular y restringir su uso

Patricia Villarrubia Gómez, investigadora del Centro para la Resiliencia de Estocolmo, pone el foco en la regulación tardía sobre estas sustancias a pesar de que "hemos traspasado los límites seguros por las cantidades de plásticos y de PFAS que se están liberando en el medio ambiente". En todo ello, dice la experta, hay un tira y afloja entre los grupos de presión y los organismos reguladores europeos. "Hay 52 químicos que son confidenciales por las empresas. Es decir, no hay información de ellos y cuya descripción es muy ambigua", denuncia.

El camino para regular y eliminar estas sustancias de la vida y la naturaleza comenzó en Europa en 2009, cuando se incluyeron algunos de los PFAS dentro de la lista de químicos a eliminar por el convenio internacional de Estocolmo. Además, en la última década se han ido regulando algunas de estas sustancias como el ácido perfluorooctanoico (PFOA) y sus derivados y actualmente se está estudiando la prohibición del ácido perfluorooctanoico (PFHxS) y los ácidos carboxílicos perfluorados (PFCA C9-14).

La dimensión del problema y la enorme cantidad de sustancias de este tipo es tan difícil de atajar que, por ejemplo, el último borrador de la directiva europea de calidad de aguas incluye, de momento, 24 PFAS a restringir por su incidencia en las masas de agua, cuando se calcula que existen miles de químicos de este tipo, tal y como informa Alejandra Puig Infante, jefa del área de Calidad de Aguas de la Dirección General del Agua del Miteco. "Suponen un riesgo real para aguas superficiales, subterráneas y potables", dice. Tanto es así que el promedio de las analíticas realizadas a los peces que habitan en las cuencas hidrográficas españolas presentan una media de 13,3 μg de PFAS por kilo. Un dato importante si se tiene en cuenta que estas sustancias se transmiten a través de la cadena alimentaria.

 "Se necesita una regulación urgente que evite que la contaminación por PFAS continúe empeorando. Nuestras demandas son que la Comisión Europea regule los PFAS restantes, es decir, los que no están prohibidos, y lo haga de manera urgente para facilitar el cambio de paradigma", dice Tatiana Santos, responsable de políticas químicas y nanotecnología de la European Environmental Bureau (EEB). Las acciones, además de la prohibición radical, pasan también por una mejora de los monitoreos y el despliegue de una normativa que regule, como ocurre con otras sustancias contaminantes como el CO2 que calienta el planeta, el número de partículas que pueden emitirse, estableciendo, además, objetivos de reducción.

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