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El 80% de las presas ha sido víctima de maltrato

Los expertos afirman que haber sufrido violencia machista es clave 'en la trayectoria del delito'

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Las reclusas tienen ante sí tres viñetas. Inicio, nudo y desenlace. La trama es sencilla: una pareja que empieza con pasión y acaba en tragedia. 'Ahora tenemos que poner en orden el cómic', dice Laia Tomàs, la psicóloga que conduce el taller Mujeres de hoy en la cárcel de Wad-Ras de Barcelona. El objetivo del curso es que las internas aprendan a identificar y a prevenir situaciones de violencia de género.

Según el estudio Violencia contra las Mujeres, análisis en la población penitenciaria femenina, realizado por la Fundación SURT en 2005 el último que hay en España de estas características, el 80% de las mujeres reclusas ha sufrido en algún momento de su vida violencia de género. En el conjunto de la sociedad española, esta cifra está en torno al 12%. El informe de la Fundación SURT también sostiene que, a menudo, son mujeres con relaciones familiares degradadas donde los vínculos se establecen a partir del control y la violencia.

'Hay que tener en cuenta que las personas con un nivel cultural bajo tienen más dificultades para cuestionarse los roles [hombre/mujer]', afirma la politóloga de SURT, Mar Camarasa. Y explica que, a diferencia de los hombres presos, las reclusas asumen el papel de 'cuidadoras' y, por lo tanto, cuando ingresan en prisión 'tienen sentimiento de culpa' por no poder hacerse cargo de los hijos o porque se ven obligadas a criarlos en el interior de un centro penitenciario.

El taller continúa y las mujeres explican qué ocurre en cada viñeta. 'El hombre es un cabrón, la trata súper mal, le dice: ¡Qué mal hueles! Y luego: ¡Qué bueno soy contigo!', exclama una mujer latinoamericana. Las demás escuchan. 'Ella piensa que algún día lo hará todo bien', cuenta la educadora, 'pero ese día nunca llega, ¿verdad?'. Habla de la mujer del cómic, pero María todos los nombres de este reportaje son falsos pone los ojos en blanco. Tiene el cabello rizado y los ojos grandes. 'Parece tu historia', le dice una compañera. María asiente.

En el pasillo, a través del cristal de la puerta, alguien hace señas. Una mujer se levanta y abandona la clase. Tiene prisa. 'Perdón, perdón', se disculpa al salir de la habitación.

'La mayoría de mujeres que están en prisión han padecido violencia de género y, sin embargo, no hay ningún programa generalizado [para combatirla], sólo experiencias aisladas', afirma Camarasa. En 2007, la Generalitat de Catalunya, que tiene las competencias en materia penitenciaria, decidió poner remedio a esta situación y, bajo la tutela del proyecto europeo Dafne, puso en marcha un taller piloto en la prisión de Can Brians. La experiencia fue bien y actualmente estos talleres se imparten también en Wad-Ras.

Violencia y delito

En las cárceles del resto de España no hay cursos específicos de prevención de violencia de género y la materia se imparte junto a otras. 'Empezamos a abordar el tema en el curso de salud porque notábamos que salía aunque no quisiéramos', recuerda la médico Loli Narváez, de la prisión de Alcalá de Guadaira, en Sevilla.

No hay estudios que demuestren la conexión directa entre haber sufrido violencia de género e infringir la ley, sin embargo, 'la violencia es un factor clave en la trayectoria del delito', señala Camarasa. Lo mismo opina la subdirectora general de Tratamiento y Gestión Penitenciaria del Ministerio del Interior, Concepción Yagüe: 'Está bastante difundido que hay una relación entre lo uno y lo otro'.

Camarasa detalla cómo afecta la violencia machista en el trayecto previo a la cárcel. Después de sufrir episodios constantes de malos tratos, algunas mujeres, las menos, acaban agrediendo al maltratador. Otras, por miedo o coacciones, 'pasan drogas'. Además, cuenta Camarasa, en muchos casos la violencia hace que aumente el consumo de estupefacientes porque las mujeres quieren evadirse, olvidar. También las hay que se van de casa, escapando del agresor y, ante las pocos recursos económicos, deciden delinquir. No en vano, muchas de las mujeres que están en prisión, cumplen condena por su primer delito.

Días de sol y tormenta

Se abre la puerta y la mujer que antes se había marchado con prisas, aparece cabizbaja, llorando. Todas la observan calladas hasta que Tomàs rompe el silencio. '¿Cómo te ha ido?, pregunta. 'Pensé que traían mi libertad. Pero no me dejan ir por riesgo de fuga. ¡Pero si tengo a mis hijos aquí, la vida hecha aquí!', dice. El llanto es desesperado pero intenta concentrarse en el rímel y se enjuga las lágrimas con cuidado, evitando tocar las pestañas. Las otras reclusas la animan. 'Tarde o temprano saldremos de aquí y nos reiremos', dice Laura, que lleva piercings por toda la cara y unos pantalones ajustados rojos, parecidos a los que llevaban los punks en los años setenta.

El taller de Wad-Ras no se llama Mujeres de hoy por casualidad. En el nombre no hay ninguna referencia a la violencia machista para que las asistentes no se sientan estigmatizadas por las demás presas. 'Sobrevivir allí [en la prisión] es muy duro', afirma Tomàs.

En las cárceles femeninas no se dan muchos casos de violencia física, a diferencia de lo que ocurre en las masculinas, pero la violencia psicológica es utilizada como arma arrojadiza. Por eso, uno de los objetivos de estos talleres es conseguir que las internas entiendan que lo que se explica dentro del aula no debe salir de allí.

'Los hijos hacen que aguantes [la violencia machista], lo digo por lo que he visto con mi madre', se justifica Laura. Tiene la cara ancha y parte de la cabeza está rapada. 'Ellos siempre dicen que se arrepienten', suelta una mujer. Parece que sabe muy bien de lo que habla. Inicio, nudo, desenlace. Las mujeres ya han ordenado el cómic. La historia la conocen. Principios dulces y finales trágicos. 'Esta mujer necesita ayuda externa', constata una de las asistentes. 'Es que al final te acostumbras', dice otra.

Las frases se suceden entrecortadas. No es fácil hablar. Y, sin embargo, María, tras un suspiro, reconoce que lo tiene claro, que ella 'nunca más', que no confía en la justicia y que lo mejor es cambiar de ciudad y de nombre. 'Yo soy mi protección', concluye.

'Hay que diferenciar entre un conflicto en la pareja y un maltrato', relata Tomàs. Sostiene una cartulina que ha ido recortando a lo largo de la clase. Hay tres dibujos que se repiten dentro de un círculo: un sol, una nube y una tormenta. Así es una relación con un maltratador: un círculo con besos y golpes. '¿Puede haber sólo sol?', pregunta Tomás, y antes de que pueda continuar, una de las mujeres responde que a ella le gustaría 'tener sólo sol' aunque sabe mucho de tormentas. Una vez tuvo que escapar de su casa porque su marido quería matarla. Más tarde, el agresor la convenció para volver pero las amenazas no tardaron en aparecer y ella tuvo que huir a toda prisa.

'Las épocas de sol cada vez duran menos', sentencia Tomàs. La clase ha terminado pero antes de que todas se vayan, Laia reparte corazones de papel y besos.

Violencia física. Entre las mujeres que antes de entrar en prisión habían sufrido violencia física, el 93% de las agresiones se produjo en el hogar. El 33% de ellas reconoció que eran golpeadas con “frecuencia”, y el 27% admitió que “algunas veces”.

Ataques sexuales. El estudio de la Fundación SURT afirma que, tras los malos tratos físicos, hay un 82% de agresiones sexuales.

Violencia psicológica. En el 83% de los casos, la agresión psicológica aparece junto a la social; en el 94%, junto a la física, y en el 65%, junto a la económica.

¿Quién te agredió? El estudio ‘Violencia contras las mujeres’ de SURT demuestra que, en el caso de las reclusas, la violencia de género, muchas veces, es ejercida por varios actores. A la pregunta de quién te agredía –antes de ingresar en prisión– el 54% contestó que la pareja: el 11% respondió que el padre, y el 10%, que el padre y la pareja. El 9% afirmó que hombres fuera de su familia.

Más ayuda. Los expertos recomiendan una intervención inmediata dentro de las prisiones femeninas para dar soporte e información a las mujeres que han sufrido violencia de género. El objetivo es que estén más preparadas cuando obtengan la libertad. 

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