Este artículo se publicó hace 15 años.
Beyoncé, borracha de ego
Concierto con poca música y sobrecargado de trucos escénicos de la Cleopatra del pop en Madrid
Beyoncé es la versión femenina del Rey Midas para la actual industria discográfica, en plena reconversión.
Los resultados económicos de su último trabajo son más que sobresalientes: casi cuatro millones de discos vendidos. Cifras de otra época para una artista que en directo solía ofrecer un espectáculo también de otra época, basado en su carisma bailando o exhibiendo su portentosa voz.
Pero en su expansión de la marca Beyoncé hacia nuevos mercados –esta gira pasa más tiempo en Europa que en América- la diva se ha excedido en el autohomenaje, se apoya demasiado en el vídeo y recarga su actuación de citas a otros artistas. Cleopatra hacia la conquista del mundo sin sacar partida a sus armas de seducción.
Escenario suntuoso, complejas animaciones en 3D o clips rodados exclusivamente para este tour, siempre protagonizados por ella.
Muchos medios y sobredosis de información, pero poca música. Y eso a pesar de que empezó quemando todas las naves con Crazy in love y enlazando varias canciones en las que su voz derrocha fuerza: su versión del Ave Maria de Haendel o Broken heart girl.
Sin embargo, las largas introducciones, los medleys o la constante incorporación de un fragmento de una canción durante la interpretación de otra, fueron desinflando una actuación en la que además bailó menos.
Todo circulaba alrededor de trucos escénicos espectaculares, como su vuelo sujeta a un arnés hasta una plataforma en medio del público cantando Baby boy. En la hora final, las canciones sólo recuperaron el protagonismo con Single ladies (put a ring on it) y Halo, los dos singles de I am… Sasha Fierce, que cerraron un concierto decepcionante.
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