Público
Público

En los burdelesde los campos de la muerte

Las SS, por orden directa de Heinrich Himmler, obligaron a más de 200 mujeres a prostituirse

GUILLEM SANS MORA

La visita dejaba muy poco espacio para la fantasía. Estaba prohibido hablar y sólo se permitía la posición del misionero. El cliente y la prostituta eran observados permanentemente a través de una mirilla por un guardián de las SS, que redactaba después un informe detallado. La cosa tenía que durar un máximo de 20 minutos.

Con la red de burdeles que organizaron los altos cargos nazis en los diez mayores campos de concentración, las SS pretendían aumentar la productividad de los presos esclavizados en la fabricación de armamento, evitar la temida propagación de la homosexualidad en los campos y, de paso, practicar experimentos médicos para investigar las enfermedades de transmisión sexual. El burdel estaba situado en casi todos los casos en una barraca a la entrada del campo. Contaban con un dormitorio común para las mujeres, aseo con bañera y habitaciones individuales para su trabajo.

A las mujeres se les practicaron abortos y todo tipo de experimentos

Más de 200 mujeres fueron obligadas a trabajar en estos burdeles desde marzo de 1942 hasta el final de guerra. El historiador Robert Sommer da una visión exhaustiva del tema en un libro que acaba de publicar en Alemania, Das KZ-Bordell (El burdel del campo de concentración, aún sin traducir al español), escrito a partir de su tesis doctoral. Sommer basa su investigación en fichas sobre los clientes conservadas en el Archivo Federal alemán y el de la Cruz Roja polaca. Todos los documentos llevan el sello de 'secreto'. Los burdeles fueron habilitados por orden directa del jefe de las SS, Heinrich Himmler.

La mayoría de estas esclavas sexuales casi todas alemanas detenidas por prostitución callejera o por contactos con judíos u otros 'enemigos del Reich' procedían del campo de mujeres de Ravensbrück, a unos 50 kilómetros de Berlín. Una vez detenidas, les cosían un triángulo negro en la manga que las distinguía como 'asociales', categoría que incluía a alcohólicos y mendigos. Algunas de estas mujeres fueron a parar a Ravensbrück simplemente por llamar la atención con un estilo de vida que el régimen nazi, que oficialmente combatía la prostitución, consideraba disoluto. Sommer ha documentado también unos pocos casos de mujeres reclutadas como prostitutas en Bergen-Belsen y Auschwitz.

Tras la guerra, las víctimas no pidieron indemnizaciones

Tanto los usuarios de los burdeles como las esclavas sexuales que trabajaban en ellos eran arios, o al menos no judíos. Algunas pocas mujeres eran polacas y ucranianas. Las SS aseguraban a estas mujeres que saldrían en libertad al cabo de seis meses, una promesa que jamás se cumplió. Documentos de la administración de los campos describen el pésimo estado físico de las mujeres antes de ser devueltas a Ravensbrück, donde se les practicaron abortos y experimentos médicos.

La comandancia de los campos ocultaba siempre dos cosas cuando venían 'visitas oficiales': el crematorio y el burdel. La existencia de estas instalaciones permaneció oculta después de la guerra. Las víctimas optaron por callar y renunciaron a pedir indemnizaciones en la Alemania de posguerra, porque no se las consideró trabajadoras forzadas. El trabajo de Sommer contribuye ahora a romper el tabú del sexo en los campos nazis, un capítulo poco conocido del terror nazi que ha dado lugar a un montón de películas de serie B.

 

¿Te ha resultado interesante esta noticia?

Más noticias