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Floral y fecal

Una cruda noche al hilo de los 15 relatos de En tierras bajas y la reivindicación de una literatura triste

MARTA SANZ

Algunos tertulianos han soltado risitas por la concesión del Nobel a una escritora que casi nadie conocía, Herta Müller. Los tertulianos no se lamentan de su ignorancia, sino que pretenden que el jurado se rija por los parámetros de popularidad y marca reconocible que imperan en el canon.

Los jurados del Nobel hacen cosas extrañas que, por un lado, conservan el sagrado fuego de la calidad y la independencia culturales ¿existen? y, por otro, activan estrategias que delatan lo que en cada curso político conviene.

El sectarismo o la fingida inocencia de cada lector determinan su conformidad con los galardones. Me confieso: me gustó que le concedieran el Nobel a Soyinka, García Márquez, Jelinek, Coetzee, Pinter, Saramago, Fo, Böll, Neruda, Steinbeck, Sartre, Bellow. Aleixandre.

Atendiendo a la estrategia política, contextualizamos el Nobel de Müller enumerando algunos de sus datos biográficos: hija de granjeros suabos; su padre luchó en las Waffen-SS; su madre fue recluida en un campo de concentración en Ucrania; Müller manifestó su beligerancia contra la dictadura de Ceaucescu quien fue ejecutado tras juicio sumarísimo. ¿Lo sabemos ya todo sobre Hertha Müller? No.

Para mi vergüenza yo experimento vergüenza por estas cosas no conocía a Müller, pero he leído su primer libro En tierras bajas (Siruela). Hablo de esta escritora con la sensación del desvirgamiento, de la primera vez, de la palabra casi fundacional al menos en nuestro ámbito: me obligo a la delicadeza y la mesura para comentar un libro que es tremebundo y sigiloso, floral y fecal.

La mirada de la niña de En tierras bajas no es sólo una mirada extrañada, sino enloquecida por una inadaptación y un desarraigo que nacen de la crudeza de las relaciones familiares. Esa niña es un adentro que capta la violencia del exterior y comprende que lo bello y lo horrible coexisten en una naturaleza que se pudre.

La descripción del entorno natural nunca es sublime, sino el resultado de un proceso de domesticación; la mano encierra la naturaleza dentro del paisaje, antónimo absoluto del locus amoenus: gatos ahogados, reventados nidos de gorriones, perros desventrados a puntapiés, un padre capaz de mentir para poder sacrificar una ternera a la que previamente le ha partido la pata con un azadón...

La premio Nobel de Literatura define a su familia por el color y la consistencia de sus excrementos

Esta mirada no se inmuniza frente a su entorno; se defiende para no crecer y es ojo de niña vieja, margarita entre los cerdos que se reivindica a sí misma a través de su inapropiada percepción del mundo, de su empatía con el dolor de las almejas al ser mordidas, de su excentricidad como niña de pueblo que no se acostumbra a la matanza del gorrino y marca su distancia contra la realidad a través de la escritura: la escritura que hermosea lo terrible y convierte en pavorosa la normalidad.

La mirada de Müller es concisa, salvaje y escatológica: define a su padre, a su madre, a sus abuelos por el color y la consistencia de sus excrementos. El lector se pregunta si de verdad existen las víctimas en este microcosmos de materia despiadada: quizá sólo los cachorros, los niños que no se han depravado imitando en sus juegos los comportamientos de adultos bebedores y madres pegonas. Los personajes se dulcifican cuando soban el dinero o las mazorcas.

Müller, con textos que son parábola, relato y poema, nos está contando que de las costras de la Historia no se aprende y, por eso, su universo está poblado de mala gente, de padres violadores de rusas que no se dejan rozar la cara.

Junto a la inutilidad del sufrimiento, el trauma de los que quieren olvidar su origen y, en el esfuerzo, quedan reducidos a fantasma o bestia. La Historia se convierte en cromosoma: los suabos son incapaces de lavar su mierda por mucho que se restrieguen. En el discurso de Müller no hay autocomplacencia moral: sólo la de su palabra.

Herta Müller es una naturalista que traspasa el primer plano de insectos, plantas y animales; una urbanista que traza mapas relacionando individuo y entorno, desgracia y genealogía; sobre todo, es una lírica antropóloga de posguerra que reivindica una literatura triste, condenada a ser minoritaria por una concepción estética que, esquizofrénicamente, puede ponerse de moda por su sustrato político.

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