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La historia se repite en el Raval

El debate de la prostitución en Barcelona tiene un siglo

L. DEL POZO

'Apaga la cámara', grita una señora mientras señala a un turista. Alta, vestida de negro, como salida de otra década, está indignada. Estos días, periodistas, policías y curiosos están alterando el quehacer del Raval. '¡Que tiene que salir la gente decente, hombre!', grita y señala un portal, de donde sale un hombre a toda prisa. Es un cliente. La prostituta tardará algo más en bajar.

La polémica a propósito de la prostitución callejera en el Raval ha abierto viejas heridas en el barrio. Ha evidenciado, como recuerda el cronista Paco Villar en Historia y Leyenda del barrio Chino, de 1900 a 1992 que en el Raval, 'cada cierto tiempo sucede algo así'.

'Las prostitutas son mis clientas. ¡Siempre ha habido prostitución!'

Villar explica que en 1931, Lluís Companys, cuando era gobernador civil, intervino por un altercado en la calle Nou de la Rambla: 'Desde hace unos días diversos periódicos tratan de la inmoralidad pública con un especial interés', afirmaba la nota de Companys.

A lo largo del siglo XX, el barrio puso a prueba la capacidad de indulgencia (y de hipocresía) de Barcelona. De hecho, uno de las primeras afirmaciones de Companys como gobernador fue que no consentiría 'inmoralidades de ninguna clase'. Como prueba de buena voluntad cerró varios meublés y detuvo a '89 mujeres de vida airada', cita Villar.

Sin embargo, Josep Maria de Sagarra explicó en Vida Privada como los burgueses catalanes, que de día consideraban al llamado Chino un barrio infame, de noche y de tapadillo, se desmadraban en los tugurios, rodeados de transformistas y prostitutas.

La dictadura franquista puso normas con los meublés

La dictadura franquista también fue permisiva con el Chino y, a pesar del conservadurismo del régimen, toleró la existencia de los meublés, eso sí, sometidos a algunas normas: no se permitían los ménage à trois ni 'facilitar habitación única a dos caballeros'.

Los vecinos de toda la vida del barrio como Marian Fernández o Lluís Nicolau explican que la prostitución forma parte de sus calles 'desde siempre', y que hay que tenerlo en cuenta para elaborar políticas en la zona. 'Las prostitutas son mis clientas. ¡Aquí ha habido prostitución toda la vida! Antes estaban en bares y locales, y lo de ahora no puede ser', afirma Nicolau.

La concejala del distrito de Ciutat Vella, Itziar González, se refirió hace unos días a la singularidad del barrio: 'Ciutat Vella no puede hiperregularse sino que tiene que autoregularse'; y también criticó que las ordenanzas se hagan desde despachos del Eixample o la Diagonal y 'eso no funciona para Ciutat Vella'.

Los vecinos achacan al cierre de locales el aumento de la prostitución callejera. Pero hecha la ley, hecha la trampa y, aunque casi no quedan casas de citas ni prostíbulos, todavía persisten los pisos ilegales, apartamentos donde los propietarios alquilan una habitación a 10 euros la media hora. 'La gente se busca la vida, ¿entiendes?', dice Amador, vecino de la zona.

La madre de Marian ya era propietaria de un bar en el barrio 'donde siempre iban las chicas'. Y como si de tradición familiar se tratase, Marian gestionó durante unos años un meublé, que fue cerrado por presiones vecinales. Considera que los recién llegados son quienes hacen las críticas más agrias. '¿Es que no sabían dónde iban? Si no querían putas que se hubiesen ido a vivir a otro sitio', y lanza un mensaje al Ayuntamiento: 'No quieren un bar donde las chicas se puedan recoger. ¡Pues que me den una licencia! No habrá mejor bar que este', afirma sentada en su restaurante de la calle Robador, ahora cerrado por problemas administrativos.

Marian habla del barrio y sus personajes con cariño e ironía sin que importen las contradicciones pero advierte: 'El problema no son las mujeres, sino la inseguridad ciudadana. ¡Escribe esto!'.

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