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Tras los pasos de las suecas

Un sicalíptico recorrido por las playas del cine del Destape.

MIRIAM QUEROL

Nada enorgullece más a Alfredo Landa que haber representado al españolito medio, rechoncho y picarón de la década de los 70, aquel que se pavoneaba con el torso velludo frente a unas turgentes nórdicas subyugadas ante los encantos del especímen ibérico en Manolo la Nuit (Mariano Ozores, 1975).

En una sociedad que hasta hacía pocos años tenía que cruzar la frontera para ver en la gran pantalla lo que escondía el recién estrenado bikini, estas películas fueron recibidas con curiosidad, a pesar de -o gracias a- los chistes verdes, el tono retrógrado y un intencionado mal gusto. Y aunque en su momento fueron despreciadas por la crítica, hoy han recuperado cierto interés cultureta gracias a la iconografía pop reivindicada por los amantes de las Ray Ban Wayfarer y la sintonía dabadabadá.

Desempolvar de la videoteca este subgénero del Destape -el que discurre en el litoral español y en época de asueto- supone un viaje en toda regla a las grandes metrópolis del turismo desenfrenado, entorno perfecto para los pintorescos y soeces personajes a los que el landismo dotó, sin embargo, de ternura y sentido del humor.

En Manolo La Nuit, y también en otros títulos como Objetivo Bi-ki-ni (Mariano Ozores, 1968), Tres suecas para tres rodríguez (Pedro Lazaga, 1975) o Fin de semana al desnudo (Mariano Ozores, 1974), Torremolinos es la auténtica estrella protagonista, irremediablemente asociada a Landa y Nadiuska, José Luis López Vázquez o Helga Liné. Sus escenarios -las playas de La Carihuela y Bajondillo, las calles rebosantes de guiris y los locales yeyés- son el mejor testimonio gráfico de aquella ciudad sin límites horarios, morales y urbanísticos que atrajo a la díscola Judy Garland, a Sean Connery y Brigitte Bardot cuando rodaban en Almería las aventuras de 007 y a un buen número de celebreties que pasaba las noches entre gogós y espectáculos de Lola Flores y Massiel en míticos night clubs como Tiffany's, Barbarella o Cleopatra.

Pero quizá la película que mejor retrata aquel efervescente negocio del 'sol y playa' es la disparatada comedia El turismo es un gran invento (Pedro Lazaga, 1968), una historia sobre las aventuras de las autoridades de un pueblo aragonés que trata de seguir el modelo de la Costa del Sol para progresar y que junta a José Luis López Vázquez, Paco Martínez Soria y Antonio Ozores. Muchas de sus escenas -entre ellas, el inolvidable número musical de las suecas Buby Girls- fueron rodadas en uno de los símbolos de la jet marbellí, el hotel Meliá Don Pepe.

Algunos exteriores, sin embargo, corresponden a Benidorm, el otro baluarte del fenómeno turístico-fílmico de los últimos años del franquismo y la Transición. La Manhattan del mediterráneo, con casi tantos rascacielos por metro cuadrado como Nueva York, ha sido escenario de multitud de filmes, pero fue Manolo Escobar quien introdujo la versión pacata del Desarrollismo con Un beso en el puerto (Ramón Torrado, 1964), en la que no faltan los tópicos del ligoncete bronceado.

Años más tarde, sin embargo, el cine retrató los excesos del capitalismo cañí en un tono menos optimista y más esperpéntico, como muestra el patético personaje de Javier Bardem en el Benidorm de Huevos de Oro (Bigas Lunas, 1993).





www.ayto-torremolinos.org/web/turismo.asp



www.marbella.es



www.benidorm.org/turismo

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