Este artículo se publicó hace 15 años.
El pijama de rayas de Enric Marco
Se estrena un filme sobre el activista que inventó su pasado como superviviente del exterminio nazi
El marco era sin duda incomparable. Enero de 2005. Acto de conmemoración de la liberación de Auschwitz en el Congreso. Los políticos escuchaban el testimonio de Enric Marco presidente de la asociación Amical Mathaussen y superviviente del campo de Flossenburg con el corazón en un puño. "Cuando llegábamos a los campos de concentración en esos trenes infectos, para ganado, nos desnudaban, nos mordían sus perros, nos deslumbraban sus focos".
Cuatro meses después estalló el escándalo. El historiador Benito Bermejo demostró que Marco que daba unas 140 conferencias al año sobre su experiencia nunca había estado en Flossenburg. Marco fue repudiado por todos. Ahora, cuatro años después de su linchamiento público, parece un buen momento para intentar comprender quién es Enric Marco, como hacen los cineastas argentinos Santiago Fillol y Lucas Vermal en el documental Ich bin Enric Marco, que se estrena el viernes en Madrid (Pequeño Cine Estudio) y Barcelona (Alexandra).
"Su relato emotivo se ajustaba a lo que todos querían escuchar"
"Una de las primeras cosas que descubrimos es que Marco estaba escribiendo su nueva biografía. Era un desafío tratar de contar la historia de alguien con dos identidades", cuenta Fillol. Dos historias de vida que, para colmo, se cruzaban en algunos puntos. Marco sí estuvo en Alemania durante la II Guerra Mundial, sí fue detenido por la Gestapo y sí fue encarcelado en un penal nazi (Kiel) acusado de repartir propaganda comunista.
Fillol y Vermal le filmaron mientras recorría otra vez el trayecto que hizo durante su estancia en Alemania, adonde llegó en 1941 en un convoy de trabajadores enviados por Franco. "Tengo derecho a recuperar mi memoria, mis recuerdos. Hasta eso me han quitado", se queja al principio del documental. "En realidad también queríamos que visitara algunos lugares de su falsa biografía", cuenta Fillol sobre la última etapa del viaje: el campo de concentración de Flossenburg. "Buscamos el momento emocional oportuno para proponérselo y que no nos enviara a freír espárragos en mitad del rodaje". Marco acabó aceptando a regañadientes. Quizás porque la visita al centro de exterminio era imprescindible para "ajustar cuentas con su impostura", razona Fillol.
Piquito de oroMarco bascula en el filme entre el abatimiento del que tiene la identidad echa trizas y el orgullo del que cree haber "hecho mucho por los deportados" y se cree injustamente tratado. "No mentí, aunque fui un embustero", afirma sagaz. Enric, como aquel amigo al que le pedimos en las fiestas que rememore las anécdotas comunes porque lo hace mejor que los demás, transformó los testimonios balbuceantes de los traumatizados supervivientes en un cuento para todos los públicos.
Fillol cree que uno de los motivos del éxito del relato de Marco fue su capacidad para "emocionar" cuando los de las víctimas reales suelen "conmocionar". La diferencia no es baladí: "No es fácil convertir la degradación sufrida por los supervivientes en un relato emotivo y digerible que se adapte a las exigencias de la actual museización de la memoria histórica y su sucesión de onomásticas y aniversarios", asegura con acidez.
"No creo que la figura de Marco cuestione la verdad histórica hace mucho que el negacionismo perdió esa guerra pero sí alerta sobre la banalización de sus relatos, como ejemplifica el éxito de filmes bienintencionados como La vida es bella", afirma aludiendo el sentimentalismo militante de la historia de Roberto Benigni. "Hay que asumir la complejidad de los testimonios de los supervivientes. No parece razonable que en los colegios se vea El niño con el pijama de rayas, que convierte la memoria del Holocausto en algo trivial, en lugar de Shoah", cuenta.
Una alusión cinéfila que requiere una explicación: en Shoah (Claude Lanzmann, 1985), documental con testimonios de víctimas y verdugos del exterminio, no suena una sola nota musical en sus nueve horas de metraje. Mientras que El niño con el pijama de rayas (Mark Herman, 2008) está repleto de crescendos orquestales que nos indican cuándo llorar. La misma lágrima fácil que soltaron los diputados cuando Marco contó aquello de "nos desnudaban, nos mordían sus perros, nos deslumbraban sus focos".
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