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Nada por puro gusto

 

 

MARTA SANZ

 

No recuerdo cuál fue el primer libro 'serio' que leí después de las aventuras de Los cinco o las novelas-tebeo de Julio Verne en Clásicos Juveniles. Quizá compartí las hambres de Lázaro o me sentí pequeña y mortal con las Coplas a la muerte de su padre. Lo que sí recuerdo es que Nada fue el primer libro que leí sin la urgencia de que se terminara, para poder decir que ya lo había leído y abrillantarme el cráneo con cierta pátina cultural. Lo leí por puro gusto, mal y deprisa: atisbé indirectamente aquello del desmoronamiento de la burguesía catalanade posguerra.

Estaba acostumbrada a un tipo de crítica donde hubiese que buscar con menos sutileza los hilos que unen la Historia con la historia. En mi desa-lentada lectura desalentada: con la lengua fuera trataba de entender a los personajes a través de sus insatisfacciones, turbias y románticas: la trenza que se corta por amor, el presentimiento de un erotismo terminal, más sucio y más humano. El crecimiento significaba poder ser por fin protagonista de las historias. Aunque fueran tristes.

Supe que las ficciones nos llevan a preferir el dolor frente a la supuesta inanidad de la propia vida rebajada a 'vida cotidiana'. Me metí detrás de los ojos de Andrea. Encontré a Andrea dentro de mí y tuve la impresión de que eso era la verdad de la literatura. Era una adolescente y leí como tal porque sentí que aquella peripecia tenía que ver conmigo por encima de las otras y que ése era el libro que me gustaría escribir. Lo mismo creo que les pasó a gran parte de las escritoras que tomaron la palabra después de Carmen Laforet.

Años más tarde, por razones que vuelven a relacionarse con la no tan infantil necesidad de reconocernos en los otros, sin disminuir mi interés por la novela, se acrecentó mi curiosidad por la mujer que la había escrito. 'Yo no soy luchadora', dijo esta mujer tímida, quizá frustrada por el éxito irrepetible de su primera novela, consciente de su vulnerabilidad. Pero su manera de tomar la palabra fue una forma de luchar que nos dio voz. 'Yo no soy luchadora'. No sabía ella hasta qué punto lo era.

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