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La Valldemossa de Chopin

Cientos de actividades se han programado para el Año Chopin 2010. Un pretexto más que perfecto para dejarse caer por la isla malloquina.

ESPERANZA MORENO

Sólo fueron tres meses y cinco días los que Frederic Chopin vivió en esta preciosa localidad situada al norte de la isla de Mallorca, pero su nombre, desde entonces, está íntimamente unido a ella. Y especialmente este año que se celebra por todo lo alto el bicentenario del nacimiento del gran pianista polaco y una lluvia de actos recuerdan su figura.

Hay de todo donde elegir. Conferencias, recitales, ciclos de conciertos, seminarios, exposiciones, cine... Las opciones son múltiples y los escenarios, también variados, porque junto a Valldemossa, muchas otras localidades de Baleares se suman a la oferta cultural y han programado actos para el Año Chopin 2010. Un pretexto más que perfecto para dejarse caer por la isla malloquina.

De entre todas las propuestas, nada como asistir a alguno de los eventos que tienen lugar en la Real Cartuja, no sólo porque es la joya arquitectónica de Valldemossa, también porque fue en él donde aquel invierno de 1838 a 1839 Chopin residió, compuso algunas de sus grandes obras y vivió su clandestina historia de amor con la novelista francesa George Sand, huyendo de los prejuicios de que eran víctimas en París.






Un recorrido por su interior permite entrar en las celdas que habitaron y donde hoy todavía se conservan recuerdos de tan insignes huéspedes, como el piano Pleyel, partituras originales, cartas personales..., pero también pasear por el antiguo claustro, del siglo XIV, acceder a la capilla para admirar las pinturas de Joan Manuel Bayeu o quedarse embelesado con la farmacia antigua.

Concluida la visita, hay que perder el tiempo recorriendo los rincones más pintorescos de esta localidad de postal, con su típico puerto pesquero, sus empinadas calles y, sobre todo, el paisaje en el que se enmarca, en plena sierra de Tramontana. Este lugar cargado de evocaciones románticas que tanto ha fascinado y fascina a pintores y escritores de medio mundo invita a emprender una ruta por la costa que se extiende entre el puerto de Andratx y el cabo de Formentor.

Extremadamente accidentado, es éste un itinerario para descubrir con calma, porque en el camino van abriéndose paso pueblos de singular encanto, montañas de piedra desnuda, calitas de ensueño, acantilados que sobrevuelan el horizonte marino y una sucesión constante de lugares mágicos.

Si en el extremo occidental de la isla, Andratx ofrece la imagen más típica de la Mallorca turística, Estellencs es uno de esos pueblos de piedra que parecen colgados sobre el paisaje. Si en Banyalbufar sorprende su geometría de bancales donde se cultivaba una malvasía muy celebrada, Deià, la que durante más de trescientos años compartió historia con Valldemossa, simboliza la Mallorca exquisita.

Y qué decir de Sóller, con su famoso tren, o de Sa Calobra, en la desembocadura del Torrent de Pareis, un gigantesco desfiladero que se interna por las entrañas de la sierra. Hay más: el monasterio de Lluc, corazón espiritual de la isla, Pollença, con su teatral conjunto de Es Calvari, y Formentor, cuyo mirador de Sa Creueta ofrece la mejor estampa de este paisaje bravío imposible de olvidar.




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