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Vijayanagar, el imperio olvidado

En Karnataka, en el sur del subcontinente, en medio de un paisaje sobrecogedor, permanecen los restos de una de las capitales más importantes de la historia de la India.

ÁNGEL M. BERMEJO

A la caída de la tarde desaparece la calima del mediodía y, desde la cima de la colina de Hemakuta, se divisa un paisaje de otro tiempo. El río Tungabhadra corre -ancho y poderoso- entre palmeras y roquedales, desperdigados como en una lluvia de piedras propia del Apocalipsis.

Aquí y allá, en este lugar sagrado desde hace cientos de generaciones, resisten al tiempo los restos de la capital de un gran imperio. Al caminar cerca de esta cresta se descubren a cada paso unas extrañas figuras grabadas en el suelo, en la roca viva. A veces, algún hombre, vestido únicamente con un calzón blanco, sube a paso firme la cuesta llevando una bandeja rebosante de ofrendas camino del templo de Krisna. Alrededor, todo es silencio sobre las ruinas de Vijayanagar.

Éstos son los restos de esta fabulosa Ciudad de la Victoria. Durante dos siglos, del XIV al XVI, Vijayanagar fue la capital del reino más poderoso del Deccan, cuando controlaba el comercio de los caballos árabes y las especias indias que pasaban por sus puertos. Era una de las urbes más ricas y pobladas del planeta, con cientos de miles de habitantes.

Pero el lugar ha sido sagrado desde que lo recuerda la historia y la memoria. Incluso desde antes, en los tiempos míticos, cuando era Kishkinda, el reino de los monos. Abdur-Razzak, un embajador persa que recorrió esta región a mediados del siglo XV, escribió: 'En Vijayanagar los bazares son inmensos, y se venden rosas por doquier. Esta gente no puede vivir sin rosas, y las consideran tan necesarias como la comida'.

Después del esplendor llegó la decadencia, de golpe, con la traición de sus generales. Los ejércitos enemigos arrasaron palacios, templos, vidas y sueños. Caminar ahora entre los restos de los monumentos reales es un ejercicio de asombro y perplejidad. Hay que imaginar que desde lo alto de Mahanavamia-Dibba el rey contemplaba los desfiles y los festivales, los espectáculos de artes marciales y las peleas de elefantes.

Muy temprano, al amanecer, se celebran las ceremonias en el templo de Virupaksha. Luego hay que cruzar el bazar, salir de Hampi -la aldea que vive a la sombra de tanta historia-, pasar junto a la gran estatua monolítica de Nandi y seguir el río, donde todavía son visibles los restos de un puente destruido. Se pasa junto a templos decorados con escenas eróticas y otros en los que sólo viven monos antes de llegar a Vitthala. Este templo, la cumbre artística de Vijayanagar, está poblado de figuras míticas, cada columna es un león, un caballo encabritado, un monstruo terrible. Hace años -ahora está prohibido tocarlas-, si se golpeaba suavemente unas columnas finas con el borde de la mano, la vibración del fuste sacaba unas tenues notas musicales que flotaban en el aire cálido de la mañana.

Al sur se extiende un inmenso recinto amurallado donde se encuentran algunos de los restos de la corte imperial. Allí están los Baños de la Reina, los establos de elefantes, un templo subterráneo, pabellones ricamente decorados. Recuerdos de otro tiempo que nos hablan de un mundo suntuoso y perdido.



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Vijayanagar The Kishkinda Trust

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