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El abuelo de la Luna

Edwin ‘Buzz’ Aldrin, segundo hombre en pisar el satélite, reflexiona sobre la carrera espacial

DANIEL MEDIAVILLA

La preparación de los primeros hombres que pisaron la Luna fue exhaustiva, pero no incluyó un entrenamiento para resistir los mareos de vivir eternamente en un bucle. Ayer a media tarde, Edwin Buzz Aldrin había relatado ya decenas de veces lo ocurrido durante el verano de 1969, cuando se convirtió en el segundo hombre en pisar la Luna tras Neil Armstrong. Estaba en Madrid para apoyar la presentación del juego de Nintendo Supermario Galaxy y hablaba una vez más sobre lo que se siente cuando se pisa la Luna, cuando se ve la bola azul sobre un fondo oscuro, cuando se es el segundo en uno de los hitos de la historia.

Casi cuarenta años después del vuelo del Apollo XI Aldrin es como el Papa de la exploración espacial. Igual resiste los viajes y las jornadas interminables para apoyar la energía solar en el espacio que para promocionar un videojuego en el que un fontanero salta entre planetas de colorines para salvar a una princesa. Todo para transmitir el mensaje, aunque a veces la repetición del mantra amenace con extirpar el significado.

Salvación espacial

Aldrin predica los vuelos espaciales tripulados y le atribuye virtudes salvadoras. Librarán a la humanidad de todo mal, incluso del peor de todos. “El mundo está amenazado por gente despiadada que utiliza terroristas suicidas. ¿Qué hacemos? ¿Les combatimos con nuestros propios suicidas? No. Podemos utilizar otras cosas, nuestra mente para estimular una tecnología avanzada”, asegura Aldrin. La inspiración para lograr que la gente joven y la nación sea capaz de defenderse llegará, según él, del espacio.

Aldrin habla y gesticula despacio, recuerda a aquel hombre sobre la Luna que saludaba a Armstrong desde su escafandra. Entonces fue el segundo, sí, pero eso le convirtió en protagonista. Él es quien aparece en casi todas las imágenes de aquel viaje. A Armstrong le tocó llevar la cámara. “La gente está demasiado preocupada por quién fue el primero”, dice. “Los astronautas del Apollo VIII, aunque no aterrizaron, fueron los primeros en llegar a la Luna, pero nadie se acuerda de ellos; la gente quiere centrarse sólo en una persona”, afirma.

Vuelos para todos

Él prefiere fijarse en muchas y quiere desarrollar un sistema para involucrar a más gente en la carrera espacial a través de la participación en vuelos suborbitales. “Si a través de una lotería o bajando más los precios somos capaces de hacer que más personas piensen que pueden llegar a viajar al espacio y se involucren, más apoyo habrá para los programas espaciales que le parecen interesantes al gobierno”, explica.
A sus 77 años, Buzz Aldrin cuenta con una paciencia envidiable. Sólo en una ocasión, cuando un individuo se acercó a él y puso en duda que alguna vez hubiese pisado la Luna, perdió los nervios. Le atizó un derechazo admirable para un septuagenario. Aquel hombre, en realidad, había negado su misma existencia.

Ayer, el ex astronauta disparaba estrellitas a un monstruo multicolor que trataba de defender su planeta ficticio. Aldrin no identificaba allí aquella “hermosa desolación” que encontró cuando caminó por primera vez sobre la Luna. “Yo no necesito dragones”, dijo. Pero, aunque sea en forma de videojuego, necesitará siempre el espacio.

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