Este artículo se publicó hace 13 años.
Pastillas para soportar la vida
Un controvertido estudio dice que los antidepresivos acaban con los sofocos de la menopausia. Los expertos critican la creciente medicalización de la vida cotidiana
Un estudio publicado en la última edición de JAMA asegura haber dado con la clave para acabar con las molestias que sufren las mujeres en la menopausia. Según el trabajo, la administración de antidepresivos reduce el número de sofocos. En principio, podría tratarse de una buena noticia, pero el estudio ha vuelto a poner de manifiesto un asunto que preocupa a algunos profesionales y que, sin duda, afecta negativamente a la sostenibilidad de los sistemas sanitarios: la medicalización de los fenómenos de la vida cotidiana.
Tanto en España como en otros países existe un número creciente de profesionales que está tratando de acabar con la tendencia de tratar como enfermedades fenómenos fisiológicos con los que la humanidad lleva conviviendo desde hace siglos. La menopausia sería un ejemplo, pero hay muchos más, desde la calvicie a la mera tristeza asociada a acontecimientos adversos de la vida cotidiana. Desde Australia, el periodista y profesor de la Universidad de Newcastle Ray Moynihan popularizó el concepto disease mongering que podría traducirse como "invención de enfermedades". Sin embargo, el director de la Fundació Institut Catalá de Farmacología, el catedrático Joan Ramón Laporte, prefiere hablar de "invención y exageración de enfermedades" porque, apunta, en algunos casos lo que se medicaliza sí es una patología, pero para mucha menos gente de la que finalmente obtiene el diagnóstico. "Es cierto que la menopausia puede tener manifestaciones extremas que, en ciertas ocasiones, son molestas y tratables", pone como ejemplo Laporte.
No sólo se exageran enfermedades; algunas también se inventan
Sólo para minoríasUn estudio publicado en Annalsof Human Biology cuantifica esta afirmación al demostrar que sólo un 9% de las mujeres menopáusicas sufre sofocos realmente irritantes.
Quizás uno de los primeros ejemplos de medicalización de fenómenos cotidianos fue el de la calvicie. El descubrimiento casual de un fármaco que ralentizaba la caída del cabello se vio acompañado de una intensa campaña de relaciones públicas en la que se difundió la calvicie como un problema que afectaba muy negativamente a la calidad de vida de los hombres.
Los expertos apuntan a la industriay a los médicos
Algo similar ocurrió con la disfunción sexual eréctil, como recuerda el farmacólogo catalán. Tras el desarrollo de Viagra, al que acompañaron otros fármacos similares, se empezó a oír a hablar del gran problema que suponía para los hombres a partir de cierta edad tener dificultades para mantener relaciones sexuales. Pero ¿toda persona que sufre un gatillazo aislado es un afectado por disfunción sexual eréctil?
Aunque el fenómeno de la medicalización está aumentando, también lo está haciendo la sensibilidad de los médicos al respecto, comenta Laporte, quien, no obstante, cree que habrá algo que influirá mucho más contra esta tendencia que el propio esfuerzo de los profesionales: la propia restricción financiera. El catedrático cuestiona que las medidas por las que apuestan las autoridades sanitarias sean las ideales para reducir el gasto sanitario. Es el caso, por ejemplo, de la restricción en el catálogo de medicamentos financiados por la Xunta de Galicia o la disminución del precio de los fármacos decretada por el Ministerio de Sanidad. Esto no logrará acabar con el problema de la sostenibilidad si, al mismo tiempo, "la industria farmacéutica promueve cada vez más indicaciones para los fármacos y monopoliza la información sobre medicamentos y la formación continuada en el seno del sistema de salud", comenta Laporte.
El médico de familia Vicente Baos, autor del blog El Supositorio, es uno de esos facultativos concienciados sobre los problemas de la medicalización excesiva, aunque puntualiza que el fenómeno no es tan reciente: "Llevamos años con este asunto, pero la expresión pública ahora es distinta", afirma refiriéndose a la mayor difusión de estas ideas propiciada por las redes sociales. Para Baos, hay un motivo claro que empuja a preocuparse por este fenómeno y es la propia realidad de la práctica diaria. "Mi consulta está llena de enfermos con una salud excelente", ironiza. El galeno cree que el hecho de que durante años se haya intentado promover la salud ha generado unas expectativas erróneas del propio concepto de salud. "La gente cree que todo el mundo tiene que vivir sin el más mínimo problema". Así, reflexiona, "en vez de más autonomía, se ha llegado a una medicodependencia".
Los problemas del sistema sanitario podrían acabar con el fenómeno
Para Baos, el ejemplo más claro de medicalización de la sociedad es todo lo que genera ansiedad. "A mi consulta llegan chicos muy jóvenes pidiéndome medicamentos porque acaban de tener un desengaño amoroso y, lo que es peor, madres de estos chicos que me piden que les dé algo para ayudarles en su problema", comenta.
Pesimismo sobre el futuroAl contrario que Laporte, este especialista se muestra muy poco optimista con respecto a la solución del problema. "Nuestro sistema está basado en poner etiquetas a todo y aliviarlo, y es más fácil ir al médico y que te dé algo, que pensar en abordar el problema desde otro punto de vista", comenta Baos, que define el sistema público como abocado "a la explosión interna". El gran problema es, a su juicio, que no hay alternativas ni tiempo para investigar sobre ellas. Además, señala que cualquier limitación en la prescripción de fármacos se acompaña de protestas por parte de la industria biomédica y los farmacéuticos. "El sistema político no pone límites", concluye.
El farmacólogo de la Oficina de Evaluación de Medicamentos del Servicio Extremeño de Salud Galo Agustín Sánchez lleva años preocupado por este asunto desde la administración sanitaria. Según sus cálculos, a principios de la década pasada se recetaba un 15% de medicamentos excesivos (a personas que no los necesitaban) y se dejaban de prescribir fármacos necesarios a un 5% de pacientes.
Sánchez considera que la culpa de este fenómeno no es únicamente de la industria farmacéutica aunque, afirma, esta "no contribuye a la medicalización con buena intención. Se basa en medias verdades, tampoco dicen nunca una mentira completa". Otros actores implicados en que se prescriban fármacos para patologías inexistentes son, para este gestor, los propios políticos y los pacientes. "El público no es tonto, pero está atontado; la gente prefiere salvaguardar su salud tomando cosas que no tomándolas", resume.
El farmacólogo recuerda que toda intervención sanitaria debe decidirse en función de los beneficios, los riesgos, los inconvenientes y los costes; algo que, a veces, parece no ser tenido en cuenta por nadie.
Cuatro circunstancias que se han convertido en enfermedades
-La calvicie que no gusta a las mujeres andaluzas
“A las mujeres andaluzas no les gustan los calvos”. Este fue uno de los muchos titulares que generó el fármaco finasteride (comercializado como Propecia) tras su aprobación en España en 1999 como primer tratamiento autorizado para retrasar la calvicie. Este estudio tan negativo para los calvos del sur de España estaba patrocinado por el fabricante del medicamento y se basaba en entrevistas a 500 mujeres. El dermatólogo del Hospital Valme de Sevilla Jerónimo Escudero lo presentó en 2001.
Cuatro años antes, cuando Estados Unidos acababa de aprobar el medicamento y aún se negociaba su aprobación en España, el periodista José María Carrascal definía en el diario ‘ABC’ a Propecia como una auténtica medicina, producto de años de investigación.
-El ‘boom’ de los niños hiperactivos
Al contrario que otros fenómenos de medicalización, el trastorno de déficit de atención por hiperactividad (TDAH) es una enfermedad clínicamente descrita. Pero, ¿afecta a tantos niños como se cree? En 2004, un diario nacional cifraba la prevalencia en uno de cada 20 escolares, es decir, 300.000 alumnos. El periódico recogía las declaraciones del psiquiatra de la Fundación Jiménez Díaz Francisco Javier Quintero, que recomendaba el tratamiento psicofarmacológico para la dolencia. En la década de los noventa se empezaron a aprobar nuevos fármacos para el tratamiento de este síndrome, tendencia que siguió en la década siguiente. Varios expertos apuntaron a un posible sobrediagnóstico del trastorno.
-Fármacos para la tristeza, aun motivada
El tratamiento de la depresión leve, o motivada por circunstancias adversas, es un fenómeno creciente. Según datos de la consultora IMS Health, de enero a octubre de 2010 se vendieron casi tres millones de envases de antidepresivos en España y el mercado de esta familia de fármacos creció un 5,6% con respecto a 2009. Al menos dos estudios publicados en los últimos dos años han confirmado que este tipo de medicamentos es igual o menos eficaz que el placebo en el tratamiento de la depresión leve, aun siendo muy útiles para las formas graves de la enfermedad. Sin embargo, tanto los psiquiatras como los médicos de atención primaria reconocen que los siguen recetando con este fin. ¿Se medicaliza la tristeza común?
-Una campaña anterior al nacimiento de Viagra
En marzo de 1998, la entidad que controla fármacos y alimentos en EEUU, la FDA, aprobó el sildenafilo. El medicamento, comercializado como Viagra, era el primer medicamento aprobado para tratar la disfunción eréctil y se convirtió en un gran éxito de ventas. “1998 pasará a la historia por la aparición del primer fármaco contra la impotencia”, titulaba ‘ABC’ a finales de aquel año. La campaña de relaciones públicas había empezado antes y, en 1997, los urólogos Íñigo Sáez de Tejada, del Hospital Ramón y Cajal, y José Luis Arrondo, del Hospital de Navarra, afirmaban en el II Congreso de la Sociedad Europea para la Investigación de la Impotencia que esta afectaba a más de dos millones de españoles.
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