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La navaja de Buñuel rasga San Sebastián

Una muestra recuerda la primera proyección de 'Un perro andaluz' 80 años después

SARA BRITO

Antes del empacho de cine y pintxos, una navaja. Luis Buñuel la sacó hace ahora 80 años y con ella abrió en canal el ojo de Simone Mareuil. Aquella herida abierta derramó imágenes impúdicas, grotescas, libres de todas las ataduras de la razón y el tiempo, que aún hoy siguen salpicando con rabia al cine y a la vida convencional. Podría ser un prólogo-advertencia para el Festival de San Sebastián que arranca hoy, a escasos minutos del edificio de la Tabakalera donde una exposición, organizada por la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, recuerda el mítico filme.

Es peligroso asomarse al interior. Ese fue uno de los títulos que Buñuel y Dalí barajaron en marzo de 1929 en Cadaqués mientras escribían a golpe de pulsiones el guión de la que sería la primera película surrealista. La pieza de 17 minutos se acabó llamando Un perro andaluz, pero la advertencia común en los carteles de trenes daba el apunte certero a la búsqueda que emprendían entonces los dos artistas: buscar en el subconsciente, luchar contra la lógica.

Buñuel escribía después del estreno: 'Históricamente este filme es una reacción violenta contra el cine de vanguardia', al que culpaba de abdicar a la razón. El escrito está entre las decenas de documentos, recortes de periódicos y fotografías que forman la muestra Un perro andaluz. Ochenta años después, que se completa con dibujos y poemas de Lorca, audios y cartas, como la que Buñuel escribió a Dalí poco antes de empezar el rodaje en París y donde le pedía al pintor que trajera hormigas de España para la escena de la mano.

Precisamente la muestra indaga en este universo: el cartel de la película La bestia de cinco dedos (Robert Florey, 1946) convive con un dibujo de Lorca de dos manos mutiladas, libros sobre insectos de Buñuel y fotos del rodaje de Un perro andaluz. Allí está la imaginería que Dalí y Buñuel compartían con sus compañeros en la Residencia y que volcaron en el cortometraje.

Unas pesadas cortinas de terciopelo cierran un espacio circular donde, a modo de barraca, se reproduce la proyección que tuvo lugar en julio de 1929 en el Studio des Ursulines, y que incluyó entonces, como ahora, el corto de Man Ray Les mystères du chateau du Dé. Allí, el Tristán e Isolda de Wagner y los tangos acompañan a la mujer-hombre que abraza una caja antes de ser atropellada y al piano con dos burros sangrantes. Imágenes de un cine libre, imposibles de olvidar cuando hoy se apaguen las luces en el Kursaal.

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