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Adriana Royo: "Llamamos sexo a lo que no son más que pajas a dos"

"Se han mercantilizado las relaciones humanas y la sexualidad", denuncia esta joven sexóloga y terapeuta en 'Falos y falacias', un ensayo que aborda las miserias de nuestras relaciones en tiempos narcisistas e hiperconectados.

Adriana Royo, autora de 'Falos y falacias'.- ARPA EDITORES

Estamos muy solos. La mera posibilidad de morir aislados, viejos y huraños late de forma más o menos consciente en cada uno de nosotros. El infausto escenario de no ser deseados nunca más, o peor, de ser rechazados, deviene en una angustia social que a duras penas somos capaces de mitigar y que, a golpe de likes, selfies y demás vainas, tratamos de mitigar como buenamente podemos. Un juego de máscaras en toda regla entre lo que queremos mostrar y lo que somos en realidad; ese secreto que solo nosotros sabemos y que nos horroriza someter al caprichoso veredicto de los otros.

“Lo que realmente nos aísla de nosotros mismos en no amar lo que creemos que los demás no amarán”, matiza al otro lado de teléfono la joven terapeuta barcelonesa Adriana Royo, autora del ensayo Falos y falacias (Arpa editores), un libro que ahonda en ese abismo que nos inventamos para sobrevivir, esa disociación de nuestras propias emociones y sus consecuencias a la hora de encamarse. “Preferimos mil veces sentirnos envidiados que ser respetados y, definitivamente, sentirnos admirados que ser amados”.

Así las cosas, nos inventamos un yo intachable, un tipo afable apto para todos los públicos, alérgico a la intimidad y al compromiso, con la capacidad afectiva de una ameba y las miserias aplacadas tras un filtro Valencia. El resultado cuando procedemos al fornicio es una estampa lastimosa, a saber; dos hologramas percutiendo en la oscuridad de la noche. O lo que es lo mismo, la nada aderezada de deseo y ansiedad. "Llamamos sexo a lo que no son más que pajas a dos", puntualiza la autora.

Propone Royo quitarnos la máscara. Interrogar al deseo y comprobar hasta qué punto nos pertenece. Se trata, a fin de cuentas, de tomar distancia frente al neonarcisismo imperante. Patología generalizada que, en palabras de esta joven sexóloga, “no hace sino acrecentar la necesidad de mantener dicha máscara a través del consumo”. En ese sentido Falos y falacias funciona como una llamada a la calma, un intento por despresurizar nuestras relaciones sexuales y analizar hasta qué punto no estaremos llenando un vacío.

“Ojo —matiza Royo— no pretendo juzgar los encuentros sexuales, sino las inercias sociales que nos llevan a este tipo de relaciones”. Entender nuestras zonas de sombra y responsabilizarnos de ellas para reconciliarnos con nosotros mismos y con los demás. “El desgraciado es desgraciado cuando no es consciente de su miseria”, escribe la autora. Un autoconocimiento no siempre fácil que, en tiempos tinderianos, requiere un poco de nuestra parte. “Se han mercantilizado las relaciones humanas y la sexualidad, aunque hablemos de un polvo de quince minutos con un desconocido las emociones están siempre presentes y es necesario hacerse cargo y preguntarnos qué anhelamos”.

La encarnación del ideal pornográfico

Cuenta la terapeuta que muchos de sus pacientes tratan, de forma inconsciente, de personificar ese imaginario pornográfico que consumen con asiduidad: “Dioses griegos de una virilidad imponderable proveedores de múltiples orgasmos”. Un ideal que no genera más que distorsión de lo masculino y lo femenino. De nuevo estamos ante la pugna entre el deseo implantado y el deseo ideal fruto de una ficción supuestamente más glamurosa. Un mundo en el que las felaciones son de una plasticidad inquietante y los coitos flirtean con el contorsionismo. “Basar nuestras experiencias en el porno nos desnaturaliza, nos anestesia, porque el arte pornográfico se encuentra en absoluta decadencia”, zanja la autora.

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