Albert Le Lay, jefe de la aduana francesa en la estación de ferrocarril de Canfranc, en el Pirineo oscense, salvó la vida 'de muchísimas personas' durante la Segunda Guerra Mundial, hasta que le descubrió la Gestapo. Protagonizó entonces una huida rocambolesca y escapó a bordo de un barco. Cuando terminó la guerra, rechazó cargos y honores y expresó a su familia el deseo de mantener en silencio sus actividades de esos años. Uno de sus nietos, Víctor Fairén, ha roto recientemente el pacto y ha contado la grandísima hazaña que llevó a cabo su abuelo, un héroe desconocido al que se bautizó en su época como 'el rey de Canfranc'. Ahora José Antonio Blanco y Manuel Priede cuentan la historia de este Schindler anónimo en una película documental que se estrena este viernes.
No se sabe a cuántas personas salvó la vida Albert Le Lay, pero fueron 'muchísimas' y sobrevivieron gracias a su decisión, su humanidad y su valentía. 'He aprendido muchas cosas de él. Era un hombre con una humanidad que no se puede explicar con palabras, se jugó la vida a cambio de nada, ni siquiera de memoria, eso es de una generosidad enorme... Nos ha transmitido unos valores que enriquecen nuestra vida personal y que ahora son fundamentales en nuestro día a día', asegura José Antonio Blanco, uno de los directores de la película, con la que pretenden llegar 'al corazón de los espectadores'.
'En este mundo cada uno vamos a lo nuestro, pero creo que en el fondo todos tenemos un corazón y esta historia puede calar. Creo que la gente puede salir del cine de otra manera', añade el codirector, que llegó a conocer la historia de Albert Le Lay gracias a la impresión que produjo en él y en sus compañeros la visión de la imponente estación de ferrocarril de Canfranc.
Declarado monumento en 2002, el edificio es una visión inesperada en medio de las montañas. 'Es una especie de Titanic varado en la superficie, que nosotros vimos con el mobiliario de la época. Somos cinco compañeros que, huyendo de la rutina, hacemos escapadas a la montaña y conocíamos la estación. Nos llamaba tanto la atención que quisimos hacer algo sobre ella y nos encontramos con la historia de Albert Le Lay. En aquella época hubo muchos héroes, conocidos como Schindler, y desconocidos, como le Lay'.
Hijo de un hombre que también fue un héroe -su padre murió intentando salvar la vida de una persona-, Le Lay entró en contacto con la Resistencia y utilizó su puesto para ayudar a cruzar la frontera a los que huían de los nazis. En los mismos trenes y para encubrir sus propias operaciones, permitía que se pasara desde España el wolframio y el hierro que Alemania necesitaba. Además, enviaba correos que recogía en la consulta de un médico, un resistente también, al que detuvieron y torturaron, pero del que la Gestapo no consiguió ninguna información.
Algunas de las personas que salvaron la vida gracias a Le Lay quedaron consignadas en un libro donde éste apuntaba las donaciones que recibía para una escuela que fundó allí mismo para la comunidad francesa. El equipo de la película encontró después de meses de búsqueda desesperada a una refugiada judía, 'testigo en primera persona' de la historia de este héroe. Poco después de que esta mujer contara la peripecia de su familia, se descubrió su apellido en las páginas de este cuaderno. Allí estaba los nombres de muchos judíos que donaron sus francos a Le Lay. 'Donaban su dinero a la escuela, a veces cantidades muy importantes. Ya no iban a volver así que donaban has los céntimos y él lo apuntaba. Son apellidos judíos'.
Y entre ellos y las cartas de agradecimiento que recibió una vez terminada la guerra se puede calcular la magnitud de la proeza realizada por Albert Le Lay. 'Hay muchísimas cartas de agradecimiento. Y entre ellas está una de la embajada de Japón, otra de Estados Unidos, del pintor Marc Chagall, de Joséphine Baker, de Max Ernst...'
Llegaban a la frontera huyendo de una muerte segura a manos de los nazis. En Canfranc, en el comedor del hotel, les daban de comer y Le Lay les escondía en el tren y les cruzaba la frontera. 'Mi padre esperaba siempre todos los trenes ', recuerda una de sus hijas. Los que caían antes en poder de los carabineros españoles iban directamente a manos de la Gestapo. El equipo de El rey de Canfranc consiguió el testimonio de uno de estos siniestros policías, un tipo que asegura ante la cámara: 'Había orden de devolverlos, era un cuadro que ni Goya lo pintaba'.
A él se unen algunos familiares que finalmente han consentido en hablar, además del nieto, miembros de la Resistencia o hijos de luchadores por la libertad, supervivientes del genocidio, correos que operaban con Le Lay... Todos ayudan con sus testimonios a contar la magnífica historia de este héroe desconocido, 'un señor alto, elegante, con un ligera cojera', que pudo regresar a Canfranc y allí enseñó a los trabajadores de Aduanas 'todos los escondrijos que había hecho en los trenes para esconder a las personas'. Albert Le Lay se jubiló en San Juan de Luz donde vivió con su mujer hasta su muerte.
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