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El cuarto oscuro

Los sex shops engrosan su oferta de ocio con el peep show, el máximo exponente del voyeurismo

ISABEL REPISO

Una hilera de bombillas encendidas recibe con honores a los paseantes curiosos, pero no se trata de la entrada al musical de moda. Tampoco oirán gorgoritos los que entren al local a pesar de que sus paredes enseñen fotografías de jóvenes en actitud sexy.

Los neones y la música machacona son una constante en los mundos eróticos de mentira hasta que la voz del Dj informa: “Les recordamos que actuando en cabina está la señorita Eva con el número 14”. El volumen del chunda-chunda vuelve a inundarlo todo hasta que el Dj interrumpe para informar de los precios. Se trata del peep show: una adaptación voyeurista de lo que fue el cabaret de principios del siglo XX. Chicas o parejas desnudas se tocan sobre un puff redondo.

Ionela tiene los ojos almendrados y una sonrisa perfecta. Su minúsculo vestido rojo, como el rímel de sus ojos, forma parte de su trabajo. Es una de las cuatro chicas que actúan en el peep show de la madrileña calle Valverde. Espontánea, se apoya en la puerta mientras cuenta cómo llegó a España. “Vine porque me llamó mi hermana. Hace ya casi dos años que trabajo en esto aunque pienso parar en verano porque quiero volver a Rumanía para hacerme una casa”.

Ionela trabaja ocho horas cinco días a la semana. El gasto en vestuario y maquillaje corre de su cuenta. “Me gusta bailar, así que no lo considero un trabajo duro”. Gestualiza poco, lo justo para que las lentejuelas del vestido brillen de vez en cuando. ¿Y las rivalidades entre bambalinas? “No hay. El ambiente entre nosotras es muy bueno”, contesta.

De las cuatro chicas que se anuncian en el tablón de este sex shop, ninguna de ellas es española. “Hace tiempo, cuando trabajaba en Mundo Fantástico (Atocha, 80), sí que coincidí con una, pero tenía otro trabajo y no duró mucho”. La chica lo dice de manera dulce, quizá pensando en la flamante casa que dentro de unos meses encargará construir. Detrás de ella, un pequeño camerino y el escenario redondo donde se desnuda.

Ver moverse a Ionela minuto y medio cuesta un euro. El peep show del Pasarela está abierto desde las 11.00 hasta las 3.00 de la madrugada y consta de seis cabinas. “Es muy raro que todas estén llenas a la vez”, cuenta un empleado, que prefiere mantener su identidad en el anonimato. “El negocio está bajando. Antes la gente venía como un hobby pero ahora para gastarse cinco euros, se lo piensan más”. Los días que más solicitadas están las chicas son el viernes y el sábado. “El domingo es más difícil porque los hombres tienen más compromisos familiares”, explica.

Otro factor que incide en la clientela son las mensualidades: “Como en todos los negocios, hasta el 15 las cosas todavía se mueven… Luego ya es más difícil”, comenta el encargado. Sobre la clientela, el chico tiene su propia estadística. “Vienen chicas pero son más temerosas y menos numerosas que los hombres y, claro, también vienen parejas”.    

José Andreu regenta el Blue Star de Barcelona (Numancia, 69). Con una superficie de 700 metros cuadrados repartidos en dos plantas, este sex shop cuenta con dos salas de mini cine, cabinas audiovisuales y una plantilla que oscila entre ocho y diez chicas para el peep show, más una pareja heterosexual.

“Todo tiene su público, pero entre el 50 y el 60% de la clientela es hetero y las parejas homosexuales ya no representan una novedad”, indica en alusión a los tiempos del destape. Con semejante plantilla, el peep show del Blue Star dura de las 12.00 a las 22.00 horas, aunque el horario del sex shop se extiende de las 10.00 a las 00.00 horas.

La media de edad de los profesionales del Blue Star oscila entre los 20 y los 32 años. “Los hay que superan esta edad pero bien se han hecho algún retoque estético o poseen algún rasgo especial”, comenta. La destreza de la excitación ajena se premia en el peep show y, aunque no hay vedettes, “cada cual tiene su público”. Una audiencia que, en el caso de las españolas, habla holandés o neerlandés.

“Aquí la mayoría de las chicas proceden de los países del Este o de Brasil. Supongo que es una cuestión de discreción e intimidad porque, de hecho, las españolas que se dedican a esto se van a trabajar a Bélgica o Francia. Si lo haces aquí siempre corres el riesgo de encontrar a alguien de tu barrio”, explica Andreu.   

Este catalán tiene su propia teoría sociológica sobre la clientela. “Los lunes y los viernes son los días más fuertes porque son el día siguiente y la víspera del fin de semana familiar. De lunes a viernes viene gente que trabaja por aquí cerca y tiene horarios laborales, mientras que los sábados y los domingos la clientela procede de lugares más lejanos”, una tesis que varía en función del calendario futbolístico. “Las victorias del Barça influyen y al día siguiente se nota mayor afluencia”, aclara divertido. Jordi, encargado en funciones del barcelonés D’Angelo, refrenda la teoría de los lunes y viernes como días más fuertes, y señala Las Ramblas como el escenario más parecido al Pigalle parisino.

Cambiamos de escenario. En el sex shop Californiusa de Montera las cabinas son audiovisuales. “Aunque parezca que no dan trabajo, cada mañana hay que meter los 120 dvd’s, hay que cambiar los que estén rayados y limpiar los habitáculos”.

La entrada de una mujer en este largo pasillo es un acontecimiento. “Sólo vienen hombres”, valora un chico joven. Aquí los mayores beneficios se sacan en la noche del sábado. Las cabinas tienen un sistema de climatización, dos altavoces, una pantalla con cuatro secuencias a elegir, un rollo de papel higiénico y la papelera de rigor. Que no falte.

El técnico del FC Barcelona, Frank Rijkaard, no es el único defensor a ultranza del sistema de rotaciones. No hay más que echar un ojo a los peep shows para darse cuenta. “Cambiamos a las chicas cada 14 días”, explica José Andreu del sex shop Blue Star (Barcelona). A lo que Jordi, gerente en funciones del D’Angelo (Entença, 218) agrega: “Nosotros repetimos una al cabo de tres meses”. Esto se explica porque los propietarios de los sex shops no negocian directamente con estos profesionales, sino con empresas que los representan mediante un contrato de espectáculo. “Lo que me consta es que quien se dedica a esto no es mileurista”, indica con sorna Andreu.    

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