Así se escribió 'Algo que sirva como luz', el 'bestseller' sobre Supersubmarina
El periodista Fernando Navarro desgrana el recorrido vital y creativo hasta completar su nuevo libro, un superventas que desvela los detalles del accidente y la rehabilitación de la banda, pero también sus insólitos comienzos como grupo.
Madrid-
El 14 de agosto de 2016 cambió para siempre la vida de cuatro chavales. Fue un domingo, por la mañana temprano, en el kilómetro 168 de la carretera N-322, a la altura de la localidad jiennense de Úbeda. Chocaron de manera frontolateral un turismo y una furgoneta en la que viajaban los cuatro chavales, más conocidos como José, Juanca, Pope y Jaime, más conocidos todavía por ser los integrantes del grupo Supersubmarina.
Fue una tragedia generacional, sin duda la más importante de la música española en lo que llevamos de siglo, porque aquella banda se había convertido en unos pocos años en un referente de la escena indie nacional. Eran una apuesta segura para convertir en memorable algún festival, por eso los programaban a la mejor hora en el mejor escenario. Eran todavía veinteañeros y tenían todo el futuro por delante, pero aquella noche, después de actuar en Cullera, València, decidieron no pernoctar allí para regresar antes a su pueblo, Baeza, siempre Baeza, y llegar así a tiempo a las fiestas para disfrutarlas con sus familias.
El resultado de aquel accidente fue una casi interminable lista de lesiones muy graves para los músicos, debatiéndose algunos entre la vida y la muerte, seguida de procesos de recuperación larguísimos, tan duros que asustan solo de pensarlos, y del que por ejemplo José, el cantante y compositor principal, todavía no ha logrado salir. La actividad de la banda, por supuesto, quedó suspendida desde entonces.
Aquel mismo domingo por la mañana, el periodista Fernando Navarro conducía de regreso a Madrid desde Aranda de Duero después de cubrir el Sonorama Ribera, uno de los festivales más importantes de la escena musical patria. Todo cambia siempre con una llamada, y en su caso fue la de un antiguo jefe, que con unas pocas palabras lo puso en la pista de lo sucedido.
Navarro se detuvo en una gasolinera de la N-1, a unos cuatrocientos kilómetros donde había ocurrido todo, aunque formando sobre el mapa una línea recta casi perfecta respecto al lugar del accidente. Allí mismo, desde el portátil, con la puerta del coche abierta como único remedio para no asarse por el calor estival, redactó una noticia en la web de El País que tituló de manera sucinta: "El grupo Supersubmarina sufre un accidente de tráfico". Gracias a Ernesto Muñoz, mánager de la banda, desmintió los rumores vertidos en las redes sociales que hablaban de algún músico fallecido. Así, al menos, ahorró algo de sufrimiento a los fans de la banda, pero especialmente a sus familiares y allegados, por entonces desesperados en busca de información.
Los cuatro integrantes del grupo habían coincidido previamente con Navarro, aunque de manera muy superficial. Unos años atrás compartieron charla: una entrevista breve para el periodista, un acto promocional más para la banda. Nada memorable. Cómo imaginar entonces que la tragedia uniría tan estrechamente sus respectivas trayectorias vitales.
Hasta la Semana Santa de 2021, Navarro no había puesto un pie en Baeza. Desconocía aún el embrujo de ese municipio, que cuenta hoy con unos quince mil habitantes, y que compite por la atención del visitante con su vecina Úbeda —renacentistas ambas, aunque de bellezas diferentes—, con quien fue declarada conjuntamente Patrimonio de la Humanidad. Hasta allí fue el autor para escribir un reportaje en el suplemento dominical de su periódico, pero lo que descubrió al llegar le sorprendió: "Me encontré con un muro invisible, un ambiente muy denso —explica Navarro—, como de falta de comunicación entre ellos. Nada que ver con lo que había percibido la primera vez que traté con ellos. Me pareció muy raro, y más viniendo de donde venían".
Navarro: "Me encontré con un muro invisible, un ambiente muy denso, como de falta de comunicación entre ellos"
¿Y de dónde venían? De ser amigos desde siempre, de toda la vida. No es que se juntasen en la universidad, ni que se conociesen de vista en el instituto ni que alguien los presentase. No. Es que jugaban al fútbol en una plaza del pueblo desde que eran críos, es que luego ingresaron en las categorías inferiores del Baeza C.F. y es que hasta se apuntaron a la vez en la banda de música de la misma hermandad de Semana Santa, la Humildad del Jueves Santo, y un poco más tarde formaron una banda que triunfó hasta alcanzar cotas inimaginables. Todo ese camino lo recorrieron juntos José, Juanca, Pope y Jaime. Si se rebusca en las biografías de otras bandas exitosas, difícilmente se encuentra, a nivel mundial, un caso que tenga parangón con el de Supersubmarina.
Por eso a Fernando Navarro le sorprendió tanto encontrárselos tan distanciados. Es cierto que, además del accidente, habían pasado por una pandemia y las dudas los agarrotaban. "Es difícil encontrar conversaciones así en el mundo de la música —puntualiza Navarro—. No es lo mismo hablar de una gira, de la relación con los fans o de la inspiración para una canción que hablar sobre un dolor así, sobre todo mientras atravesaban un proceso de recuperación lentísimo y muy duro, sin visos de recuperación inmediata, que los tenía amargados".
El autor les hizo sendas entrevistas individuales y descubrió "cosas que no habían contado nunca, un relato muy potente y más complejo que un reportaje. Pensé que había que profundizar a niveles mucho más amplios". Luego, durante las más de tres horas por carretera de regreso hasta Madrid, donde reside, no dejó de pensar que la historia daba para más. Finalmente, ya en casa, se lo propuso al grupo en una reunión por Zoom.
Si la decisión de escribir un libro supone siempre un acto de fe, en Algo que sirva como luz se multiplicó por diversos factores. El primero de ellos, la generosidad que el autor requería a los miembros del grupo: "Les pedí que se comprometieran a ser valientes con ellos mismos para que la historia creciera. Me dejaron preguntar y seguir preguntando hasta las últimas consecuencias. Y lo hicieron sin saber lo que se iban a encontrar, porque ninguno me fue preguntando qué es lo que había dicho el otro. Esa es la esencia de esta historia, la osadía y la generosidad hacia su propio dolor y su propio relato humano". Tanto es así que, a las entrevistas sucesivas, los músicos las empezaron a rebautizar como ir a terapia, ya que en ellas hablaban de cosas que no habían verbalizado aún.
"Esa es la esencia de esta historia, la osadía y la generosidad hacia su propio dolor y su propio relato humano"
Ese acto de fe de la banda se complementa con el del propio autor: Navarro comenzó el proyecto sin editorial, anotando en una hoja de viaje los gastos de sus visitas a Baeza —gasolina, comidas, alojamiento—, a donde habrá ido, calcula, unas doce veces, con estancias que iban desde dos días a una semana, teniendo que repartirse entre el trabajo y el tiempo estipulado con su hijo y ocupando hasta las vacaciones, que a menudo destinaba al libro. Todo ello sin saber siquiera si su agenda le permitiría terminar el manuscrito o si alguno de los miembros se arrepentiría de lo contado. El periodista tenía muy claras sus intenciones: "No podía pasar lo que les sucede a otros músicos, menos inteligentes, que no son capaces de ceder la historia al escritor y terminan contaminándola y empeorándola".
Tantas visitas completó Navarro a Baeza que terminó por familiarizarse con las tradiciones populares y las antiguas leyendas de la zona, así como con la biografía de uno de sus residentes más famosos. Allí pasó Antonio Machado el luto por la muerte de su esposa Leonor a fuerza de escribir y trabajar como profesor de francés, y allí lo conoció, como parte de un viaje de estudios, nada menos que un Federico García Lorca enfocado aún en su vocación musical, aunque después de aquel encuentro regresó a Granada convencido de dejar el piano y centrarse en la literatura.
Todo eso y más lo ha incluido el periodista en su libro, ya que pronto comprendió que Baeza debía estar muy presente en la narración. El sentimiento de pertenencia de la banda con su pueblo es inmenso. "Los cuatro se criaron allí, juntos. Jamás renunciaron a su origen. La discográfica les ofreció mudarse a Madrid para hacer escena, estar más cerca de la prensa y trabajar en posibles colaboraciones, pero ellos se mantuvieron allí. Si incluso el accidente que les cambió la vida ocurrió mientras regresaban antes de tiempo tras un concierto para llegar a las fiestas de su pueblo", recuerda el autor.
"El alma humana está formada de muchas almas en conjunción", dice Navarro, que identifica la cita extraída de Las uvas de la ira. La menciona porque, a fuerza de viajar a Baeza, entendió que debía hablar también con los familiares, los amigos y la gente que acompañó al grupo desde sus comienzos. "No es solamente el alma de cuatro personas, son almas en conjunción respecto a un dolor y a un concepto emocional que se llama Supersubmarina", asegura Navarro.
"No es solamente el alma de cuatro personas, son almas en conjunción respecto a un dolor"
Así, comenzó a entrevistarse con cada vez más personas. Un testimonio le llevaba a otro, un detalle complementaba el anterior, todo para transmitir de la mejor manera posible la historia del grupo antes y después del accidente. Navarro confiesa que "cuanto más hablaba con su entorno, más se agrandaba la responsabilidad, porque sabía que no podía fallar a lo que tanta gente me iba contando".
A menudo, los escritores tienden a engrandecer sus referentes para quedar mejor en las entrevistas con menciones a autores clásicos. El mismo Navarro cita a Steinbeck o a Capote, pero al mismo tiempo no tiene reparos en subrayar la importancia en su proceso de escritura de un título publicado recientemente: La ciudad de los vivos, de Nicola Lagioia. No solo le inspiró para darle su protagonismo a Baeza, igual que el autor italiano hizo con Roma, sino que asegura que le ayudó mucho "para encontrar la estructura de bloques, ya que mete el punto de vista de muchas personas y construye un universo amplio, más coral".
La narración fragmentada de Algo que sirva como luz funciona perfectamente. Para lograrlo, su autor tuvo que darle muchas vueltas y descartar borradores iniciales. "Encima era un proceso más solitario de lo normal —confiesa Navarro—, ya que este libro era un completo secreto y no podía compartirlo ni con otros amigos periodistas que me ayudasen con el proceso". Además de la estructura, el otro caballo de batalla fue el tono, según rememora el autor: "No quería un libro declarativo, como otras tantas biografías musicales que ya hay. Quería darle un punto de fábula, de cuento".
"Quería darle un punto de fábula, de cuento"
La elección fue acertada, ya que la historia de éxito de Supersubmarina resulta fácilmente confundible con la de un cuento de hadas: el grupo de amigos de toda la vida que monta una banda y graba una maqueta; el promotor que la escucha y se enamora tanto de ellos que abandona su consolidado puesto de trabajo para convertirse en su agente; el director de la discográfica multinacional que se desplaza a Baeza para ficharlos en cuanto los escucha; la creación de un sello específico dentro de la compañía para ajustarse a sus características como banda; el ascenso meteórico hasta ser cabeza de festivales en unos pocos años de carrera. Narrativamente, el germen del grupo es igual o más interesante que el resto del libro.
Fernando Navarro, que tanto tiempo compartió con ellos, ha llegado a una conclusión: "Mucho del trauma que arrastran no es solo culpa del accidente en sí, sino de ver que ese cuento se ha convertido tan rápidamente en tragedia. Si la luz que les cegaba no hubiera sido tan potente, luego no tendrían tantos problemas para soportar ese dolor. Estoy convencido". Por eso mismo, cree, las numerosas entrevistas también les han servido "para poner en perspectiva su propia carrera. Eso lo haces cuando paras y piensas, pero ellos estaban en una espiral de ocho años de éxito, encadenando discos y giras".
"Mucho del trauma que arrastran es de ver que ese cuento se ha convertido tan rápidamente en tragedia"
Ese punto de cuento de hadas también puede aplicarse al propio recorrido de Algo que sirva como luz. De estar sin editorial durante más de un año a publicarse en un gran grupo gracias a Aguilar y registrar un incontestable éxito de ventas. "Sabía que la historia de ellos era importante, a medida que iba escribiéndola notaba que el libro tenía un toque diferente, pero la repercusión nos ha sorprendido a todos. A la editorial, a la banda y a mí —reconoce su autor—. Estoy en una nube desde hace un mes y todavía no me he bajado, estamos alucinando todos".
Esa alucinación se debe a unas cifras espectaculares: tres ediciones en apenas cuatro semanas, y solo la primera de ellas ya alcanzó los dieciséis mil ejemplares, teniéndose que duplicar la estimación inicial de la editorial debido al alto volumen de preventas. Ocho años de silencio son muchos y tras ellos aguardaba una irreductible legión de seguidores del grupo deseosos de novedades, explicaciones o confidencias, pero, como cierra Navarro, "esta historia no merece ser conocida solo por sus fans, sino también por la gente que no sabe ni qué es el indie ni qué es Supersubmarina".
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