Este artículo se publicó hace 3 años.
Jonás Trueba: "Esta sociedad habla a los jóvenes como si fueran idiotas"
El cineasta revela la mirada de la juventud en su película ‘Quién lo impide’, una "experiencia inmersiva" que permite compartir tiempo, conversaciones y vivencias con la nueva generación. Premio a la Mejor Interpretación de Reparto y FIPRESCI de la Crítica Internacional en San Sebastián.
Madrid-
A una sociedad paternalista y que criminaliza por mala costumbre a los jóvenes le conviene (y le corresponde, por la responsabilidad obligada hacia las nuevas generaciones) convivir con ellos un tiempo, sentarse a escuchar, intentar comprender. Para facilitar la tarea y, sobre todo, para propiciar un acceso a su mundo, de otro modo muy difícil, el cineasta Jonás Trueba ha ido de avanzadilla empujando puertas, abiertas ahora de par en par. Quién lo impide, su nueva película, propone, en sus propias palabras, esa "experiencia inmersiva".
Documental y ficción, en la que los participantes se interpretan a ellos mismos, aunque no siempre en situaciones reales, la película repasa casi todas las claves que dibujan la vida de cualquiera, no solo de la juventud. Pero sí es desde la mirada de ésta, desde donde Trueba sugiere que nos miremos a nosotros mismos. Después de tres horas y cuarenta minutos compartidas con ellos se ha producido el prodigio del contagio. Al fin y al cabo y a pesar de la imagen que la sociedad ha construido de la gente más joven, son como la mayoría fuimos y seguimos siendo.
Premio a la Mejor Interpretación de Reparto y Premio FIPRESCI de la Crítica Internacional en el 69 Festival de San Sebastián, ‘Quién lo impide’ –"nadie lo impide", dice la canción de Rafa Berrio- sorprende por la libertad creativa que contiene y por la revelación de una realidad positiva y esperanzadora que esta sociedad intenta una y otra vez abatir. Jonás Trueba habló con Público de los cinco años dedicados a esta película y de esta nueva generación.
¿Qué pasa con esta sociedad que criminaliza a los jóvenes?
Sospecho que no es muy diferente en otros países. Hay rechazo, miedo, distancia, ganas de etiquetar para sacarse de encima el problema. Todos somos responsables, pero a veces también pienso que parte de la culpa es de los jóvenes, que ocultan su mejor lado. En esta vida es difícil ser uno mismo y demostrar lo mejor que uno tiene. En eso somos bastante egoístas cuando somos jóvenes y no compartimos nuestra mejor parte. Esta película, les dije a ellos, era una oportunidad para demostrar lo bueno, lo mejor de ellos.
¿Y limpiarse de etiquetas que les hemos colocado?
Sí, las etiquetas… incluso la etiqueta ‘jóvenes’, ‘adolescentes’… Yo no quería catalogar, me daba mucha pereza. No vendría mal desmitificar ideas y pensarnos más como personas. Pasa con el cine, con la literatura… lo etiquetamos todo para generar una idea rápida y fácil. Los jóvenes, como todos los colectivos, también son víctimas de eso.
Pero los ‘jóvenes’ y los ‘adolescentes’ viven una época que es única…
Los de la película están entre los quince y los veinte años. Es verdad que es una época única, irrepetible, donde suceden cosas importantes, Pero no por ello, porque todo sea intenso y decisivo, debemos construir un muro alrededor de ellos. Debemos respetar esa edad como se merece y creer en ella, y no justificar el cliché que les ponemos. Les debemos una atención mayor. A esa edad se necesita más acompañamiento y también dejarles más libertad.
¿Es demasiado paternalista esta sociedad para eso?
Esta sociedad les habla como si fueran idiotas a todos los niveles, también a nivel de política. Ahora, por ejemplo, con el cheque cultural, ¿no sería mejor dedicar más dinero a la educación? No puedo evitar ver cierta medida cosmética allí. Creo que hay que apostar de una manera más profunda.
¿Qué ha aprendido de ellos en estos cinco años?
Muchas cosas y hemos creado una pequeña familia, una pandilla. Hemos creado un grupo humano y bonito y real. Ahora son mis amigos y me emociona que se preocupen por mí. Me ha sorprendido el respeto con que se tratan entre ellos, con el que se preguntan las cosas. Tienen más en cuenta las diferencias entre ellos y las respetan.
En la película, las mujeres son mucho más positivas que los hombres…
He visto que los chicos tienden a un aire más pesimista, más nihilista incluso. Ellas tienen a ser más optimistas, constructivas y reflexivas. Eso es lo que he notado.
Se habla casi de todo en ‘Quién lo impide’, pero ¿dónde están los padres, la familia?
En el cine casi siempre se incluye a los adultos para confrontarlos con los jóvenes, a mí me daba pereza hacer eso. En esta película los adultos son ellos. Hay muchas escenas en la calle porque ahí es donde se sienten más adultos y en posesión de su verdadera personalidad. Por eso esta película no es tanto un retrato de juventud, como que ellos nos ayudan a seguir pensando la vida y las cosas, el amor, la soledad… Es una película para ver la vida a partir de los jóvenes.
El mito de que viven enganchado a las redes sociales aquí no existe, ¿es un invento?
Siempre pienso que ya hay demasiados móviles en la vida real, no hace falta que en las películas estén todo el rato también con el móvil. Cuando desaparece el móvil, es cuando profundizamos en todas las cosas de las que hablamos y nos damos cuenta de que el móvil no es tan importante. Uno de ellos me dijo: "Las redes sociales es una cosa muy graciosa, pero lo más gracioso es lo en serio que se lo toman los adultos". Ellos se saben distanciar y se dan cuenta de que hay otras cosas.
No les gusta nada cómo se les representa en el cine, ¿qué piensa usted?
Íbamos juntos al cine y en las películas veíamos muchos protagonistas jóvenes que mataban a su padre, chicas a las que violaban… Y ¡ya basta! Ellos quieren también películas más tranquilas, que se ocupen más de lo que sucede cuando eres joven. Los jóvenes están en cosas más sutiles y más adultas. Con la película quería una mirada diferente que contradijera la imagen habitual, creada a casi siempre desde lo conflictivo.
¿Desde el botellón de ahora?
Lo del botellón no es tan nuevo, pero a los jóvenes se les saca sólo desde ahí. Lo que pasa es que esa es una imagen espectacular. Se habla mucho de ella y por eso se vuelve a sacar la misma imagen una y otra vez.
La película tiene tres partes, ¿la segunda intenta ir más a las emociones y a la intimidad de los personajes?
Cada parte es distinta. La película tiene una especie de estructura río. La segunda parte es el corazón de la película, lo más cinematográfico. Nada tiene sentido sin esta parte, es la más epidérmica. Rodando algunas escenas de esta parte he vivido algunos de los momentos más emocionantes de mi vida como cineasta. Volver a sentir el primer beso a través de la película eso es…
Es documental, pero también es ficción. ¿Cuál es el objetivo?
Se trata de vernos como posibles personajes de ficción a partir de sus realidades. Había que trabajar con la materia de lo que son. Algunos interpretan cosas que no han vivido previamente pero de las que están cerca. La película tiene partes que están más cerca de la ficción, pero incluso ahí hay un compromiso con su realidad y su verdad.
¿Qué preocupa más a las personas de esa generación?
La igualdad de oportunidades, de género, con los jóvenes de hoy vuelve otra vez la lucha feminista, está muy presente. También el cuidado con el diferente, el respeto entre los diferentes. Y el medioambiente, claramente. Pero lo que más me ha llamado la atención es que están agobiados por la falta de tiempo propio. La presión social es más fuerte ahora y se les han ido quitando espacios de ocio. Tienen menos tiempo, todo se ha acelerado y se les exige más. Necesitan más tiempo para encontrarse a sí mismos. Por otro lado, tienen miedo al rechazo, quizá por ello son más cuidadosos con el diferente, más conscientes del bullying.
Las chicas y chicos de su película son de colegio público, ¿podría haber sido otra película?
La película no tiene vocación sociológica. Lo que pueda tener de eso lo hemos ido encontrando. Enviamos cartas a muchos institutos, públicos, privados y concertados. Ha sido una selección natural, hemos trabajado con los más receptivos. También he buscado trabajar con los que tenía más afinidad, con los que se dejaban.
Dice que es una experiencia inmersiva…
…El cine tiene un componente que te permite ir a sitios donde no puedes estar. Esta película te permite acceder a los jóvenes de una forma que no es fácil. Intenta transmitir la sensación de que estás con ellos. Ese es el proceso inmersivo que he vivido.
Parece que es esa edad en la que apuestan por el individuo o el grupo, ¿es así?
Saber cómo equilibrar las dosis de soledad con las de colectividad, esa es una tesitura en la que estamos todos y que nos mantiene siempre en tensión. O encerrarnos en nosotros mismos o aceptar el mundo en el que vives con gente con la que no te llevas bien, que no piensa como tú, pero que sabes que tienen sus razones.
Ahí entra la ‘mediación’ que aparece en la película. ¿Es un programa real de los centros educativos?
Sí y es un programa que empieza a arraigar en muchos centros. Y es bonito verlo, muy revelador. Es algo que te hace pensar mucho. Necesitamos mediadores, no solo los adolescentes, también los necesitan el PP y el PSOE. Nos muestra cómo seríamos nosotros poniéndonos a intentar dialogar. Es esperanzador y tranquilizador.
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