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Actualizado:Es la historia en viñetas de una aspiración cumplida: ser una estrella del rock. Sin perder, eso sí, el contacto de la suela del zapato con el asfalto: el espíritu del músico de la calle. En un pasaje del cómic, Fito Cabrales sirve unos zuritos y unos pinchos en un bar de Bilbao. Ya peina canas —pocas, al menos las de sus patillas y su perilla— y recuerda que de joven quería ser artista, un "sueño loco" que se hace realidad cuando se despierta de la pesadilla. Esa noche, toca en el estadio de San Mamés ante 46.000 espectadores.
"Es tan cercano como reflejan sus letras. Una persona sencilla que llena la Catedral. Un tipo campechano al que para todo dios en Bilbao para saludarlo o sacarse una foto, como si viviese en un pueblo. Así es él", explica Kike Turrón, guionista junto a Kike Babas de Fito. Y por supuesto la luna (Bao Komikiak). "Es inevitable, porque para él resultaría complicado camuflarse, pues tiene un perfil muy de cómic: gorra, patillas y menudo", comenta irónicamente el periodista musical y colaborador de El Asombrario.
La historia de Fito también es la de un músico sin concesiones, que apuesta por lo que cree, pero también por lo que siente, lo que lo llevó a aparcar el grupo Platero y Tú cuando había conseguido llevarlo a la cumbre del rock español. El cuerpo y el corazón le pedían otras letras y sonidos que no encajaban con la banda de Mongol, Maguila e Iñaki Uoho Antón, quien también prestó su guitarra a Extremoduro.
Adolfo Fito Cabrales (Bilbao, 1966) había empezado a componer canciones para lo que terminaría siendo Fito y Fitipaldis, con el que tendría incluso más trascendencia que con su primer grupo. Hasta que, al tiempo que Uoho se implicaba en la banda de Robe Iniesta, él se implicó por completo en su actual proyecto. Por el camino grabó con ambos un discazo para el recuerdo, Poesía básica, firmado por Extrechinato y Tú, con versos del poeta asilvestrado Manolo Chinato.
"Platero y Tú estaba en el mejor momento de su carrera y Fito, a punto de despegar en solitario. Sin embargo, si con la primera banda tocaba dos noches en la sala La Riviera, él solo lograría llenar el Wizink Center", añade Kike Babas, quien rememora algunos hitos que reflejan su consagración, como tocar en el Royal Albert Hall de Londres. "Pese a que no se prodigó mucho, su fama ha traspasado las fronteras españolas, como muestra el eco que ha tenido el cómic en Colombia, Argentina, Ecuador y otros países latinoamericanos".
¿Cómo logró llegar hasta ahí? ¿Y cuál sería la forma idónea de contarlo? Los Kikes ya habían escrito biografías de Los Enemigos, Siniestro Total, Rosendo, Boikot, Reincidentes, Manu Chao, Leño o Los Rodríguez. Por su parte, la figura de Fito Cabrales ya había sido perfilada en dos libros, Cultura de bar y Soy todo lo que me pasa, escrito en primera persona. Por ello, los primeros decidieron convertir al segundo en un personaje de cómic.
"Tenemos la suerte de ser casi contemporáneos y de conocerlo personalmente. Lo habíamos entrevistado un puñado de veces y el trato siempre fue fantástico, porque es una persona muy maja y accesible. Como ya conocíamos su vida, optamos por contarla a través de viñetas y, cuando se lo propusimos durante una gira, Fito nos dijo: Mientras no me deis mucho la lata, podéis tirar adelante con el proyecto", comenta Kike Turrón.
Así nació todo, incluido el alumbramiento del artista en el barrio bilbaíno de Zabala, en su propia casa, "como se nacía antes", recuerda en el libro el personaje de Fito, poco aficionado a los estudios pero enganchado desde muy joven a la guitarra, cuando trabajaba en el bar familiar y, luego, de camarero en un bar de alterne. Luego, la mili, los Platero, los Fitipaldis, las sustancias, la prole y las relaciones con la plana mayor del roquerío patrio.
"En esta novela gráfica se recrea la vida del músico, y se celebra, porque la única razón de ser del verdadero artista es intentar compartir esa sensación de plenitud, de éxtasis, con el que quiera escucharle, y cuando ocurre, se constata esa realidad profunda de que han nacido el uno para el otro", escribe en el prólogo El Gran Wyoming, convencido de que "la obligación de todo artista es hacer feliz a aquel que se detiene a intentar comprender lo que hace".
Para ello, los Kikes llevaron a cabo una ardua tarea de documentación, no solo biográfica, sino también histórica. "Fue un reto, porque el resultado final era una incógnita. Además del guion, les entregamos a los ilustradores muchas descripciones, referencias e imágenes de entonces, porque la recreación de las distintas épocas tenía que ser perfecta. A partir de ahí entró en escena su libertad creativa y nosotros confiamos en su magia", apunta Kike Babas.
El mérito le corresponde a los dibujantes Raquel Alzate, Alberto Peral, Pedro J. Colombo, Vicente Damián, Toni Fight, Kepa de Orbe, Alejandro Merino, Álex Orbe, Iosu Berriobeña y Juan Soler. Ellos supieron plasmar la "impronta" de los guionistas, quienes reconocen que el resultado es "fidedigno" respecto a su idea inicial. Solo faltaba la opinión de Fito Cabrales, que no tardaría en llegar durante un encuentro en Bilbao.
"Le íbamos a mandar el libro, pero él nos invitó a comer allí. Cuando regresábamos a Madrid, a las dos horas nos llamó por teléfono para decirnos que ya se lo había leído", recuerda Kike Babas. "Es un gran aficionado a los cómics desde su adolescencia, por lo que nos hizo ilusión ver una sonrisa en su cara, que nos contagió inmediatamente, nada más hojear la novela gráfica", añade Kike Turrón.
El protagonista se prestó a participar en la presentación del cómic en su ciudad natal. "Pudimos ver en acción a una auténtica estrella del rock. Todo el mundo lo paraba cada dos segundos y él atendía con amabilidad. Firmó ejemplares durante tres horas. Había personas que habían venido desde Palma o Santiago de Compostela. Otras lloraban o temblaban al verlo", rememora Kike Babas.
"Su carrera ha sido a golpe de pico y pala. Es un ejemplo de superación constante. Alguien obsesionado con la música que vive para la canción. Siempre quiso ir más allá, hasta crear su propio mundo. Muchos lo soñamos, pero él lo consiguió. Y, pese a alcanzar el éxito, vive la calle y la pisa con normalidad", analiza Turrón. "Bueno, eso es una gran responsabilidad", tercia Babas. "¡Ser Fito 24 horas al día tiene que ser terrible!", concluye entre risas.
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