Este artículo se publicó hace 17 años.
Garibaldi, el marinero revolucionario
Italia celebra el bicentenario del nacimiento de Giuseppe Garibaldi, unificador del país y libertador en Suramérica.
Camisa roja y gorro negro, cabellos largos al viento y barba bermeja, bien larga y cuidada. Giuseppe Garibaldi, el hombre de la libertad y la humanidad, como lo definió Víctor Hugo, vivió un mundo de aventuras exóticas. Su espada, intrépida y audaz, cabalgó en los mares de dos mundos para combatir con astucia, muchas veces en inferioridad numérica, pero siempre con valentía y en nombre de la libertad.
Las crónicas hablan de un héroe frágil y humilde pero intransigente con sus hombres. Sabía obtener de ellos lo mejor. "No les puedo ofrecer honores ni dinero. Sólo hambres, sed, marchas forzadas, batallas y muerte. El que ame la patria, que me siga", arengaba a sus discípulos. Vivió un tiempo, el siglo XIX, en el que el nacionalismo surgía como una idea romántica, de la voluntad de los individuos que componían una nación y del compromiso que adquirían.
Nacido un 4 de julio
Garibaldi nació en el verano de 1807 en Niza, hijo de pescadores, desde pequeño su familia le inculcó la pasión por el mar. Acompañó a su padre en el bergantín Costanza como grumete y, tras tres años navegando, se embarcó como segundo en el Cortese, donde recorrió el Mar Negro y Constantinopla.
Por aquel entonces, estudió geografía, astronomía y matemáticas. Las inquietudes políticas no tardaron en llegar. Tras una tarde de tertulia en una taberna del puerto ruso de Taganrog, decide dar un giro a su vida y emprende un viaje hasta Marsella para entrevistarse con Giuseppe Mazzini, el gran profeta del nacionalismo italiano en el exilio, cuyas obras despertaron su curiosidad.
Allí, 700 jóvenes preparan la primera gran rebelión, y Garibaldi, bajo el pseudónimo de Cleómbroto lucha con ellos. El grupo es derrotado y condenado a muerte.
Tras la guerra, el exilio. Deambula por Francia y Túnez, pero el destino le depara algo mejor: Suramérica. Allí, convertido en corsario, lucha por la liberación de Brasil y la defensa de Uruguay.
La Europa de las revoluciones
En marzo de 1848, Garibaldi vuelve a Europa, un continente sumido en insurrecciones y liberalismos varios. Italia, dividida en múltiples estados, es la última gran nación fraccionada. Garibaldi se empeña en tomar Roma, pero las tropas papales, austríacas, francesas, españolas y napolitanas, defienden la ciudad.
Forzado a un segundo exilio, Garibaldi visita Estados Unidos y Perú. Regresa a Italia en 1854 y en 1860 se une al liberal Cavour, que le ordena las conquistas de Sicilia y Nápoles, empresas que logra con éxito. En 1861, el rey piamontés Victor Manuel II proclama el incipiente Reino de Italia.
Pero lo que Garibaldi anhelaba era una gran Italia unida bajo un solo gobierno en Roma. Acompañado de sus camisas rojas, inicia, de nuevo, su asalto bajo un lema: "¡Roma o muerte!". De nuevo, fracasó.
La liberación no se logró hasta 1870. Al año siguiente, Roma se convirtió en la capital de Italia y Garibaldi, en diputado del Parlamento, cargo al que renunció, pues contravenía las ideas republicanas por las que había luchado.
Tras su retiro llevó una vida austera. El 2 de junio de 1882, cuando descansaba en su residencia de Caprera, dos pájaros se posaron en su cama. Cuando trataron de espantarlos, dijo: "Déjadlos. Han venido a buscarme". Murió en el acto.
Este año, Italia ha celebrado el bicentenario de su nacimiento con múltiples homenajes, conferencias y exposiciones itinerantes que muestran cuadros, grabados y daguerrotipos de la época. La Italia de Garibaldi acaba de llegar a Roma, al Museo del Risorgimento. Hasta el 6 de enero.
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