Este artículo se publicó hace 4 años.
HBO'Mrs. America': De cuando un grupo de amas de casa de EEUU boicoteó a las feministas
HBO estrena esta serie de nueve capítulos en los que se relata la lucha de la activista Phyllis Schlafly contra el movimiento feminista para parar la Enmienda de Igualdad de Derechos hace medio siglo.
María José Arias
Madrid-
En la década de los setenta, un movimiento de amas de casa liderado por Phyllis Schlafly se opuso fervientemente a la aprobación de la Enmienda de Igualdad de Derechos (ERA) que defendían las feministas de la Segunda Ola. Su historia de rivalidad y lucha dentro y fuera de la política es la que recoge Mrs. America, serie creada por Dahvi Waller para FX y Hulu. Esta evidencia que, medio siglo después, no se ha avanzado tanto como se podría creer en la lucha y el discurso por alcanzar la igualdad.
No hay trabajo más importante para una mujer que ser ama de casa. Si la mujer trabaja fuera de casa tendrá dos trabajos a tiempo completo. Si se vota cada pequeña cosa, nunca estaremos listas. Necesitamos una cara bonita. No olvides sonreír, con dientes… Todas y cada una de estas frases se escuchan, en boca de los personajes, a lo largo de los tres episodios facilitados por HBO -plataforma que emite Mrs. America a España- a los medios. Cualquiera de ellas podría escucharse, y de hecho se escuchan en algunos círculos, hoy en día.
La estructura planteada es la centrarse en un personaje por capítulo para poder ahondar más en su psicología, ideología y motivaciones. El primero, como no podía ser de otra forma, se lo dedica a Phyllis Schlafly (Cate Blanchett), activista conservadora apasionada de la política internacional que enfocó sus esfuerzos públicos en impedir la aprobación de la ERA bajo el argumento de que hacerlo acabaría con la familia tradicional. Y lo hizo con ahínco, sin escatimar recursos de marketing, con desprecio público a las feministas y poniendo buena cara. Es a ella a quien Philip Crane (James Marsden) le dice, junto antes de que se enciendan las cámaras, que no se olvide de sonreír.
Lo hace continuamente. Vende la imagen de ama de casa satisfecha con su vida y madre de familia numerosa entregada a los suyos preocupada porque los que ella considera los valores de una sociedad que no está dispuesta a dejar evolucionar se están viendo amenazados. Con el argumento del miedo al cambio y vaticinios casi apocalípticos de lo que vendrá si se aprueba la enmienda logra movilizar a las amas de casa conservadoras del país para que, junto a ella, hagan campaña en contra con sus mejores armas, incluida la elaboración de dulces y panes caseros para regalar a quienes deben votar. Eso sí, Schlafly lo hace todo desde el protagonismo y el liderazgo que no está dispuesta a ceder y desde la comodidad de pertenecer a la clase alta. Porque el personaje que retrata Blanchett está lleno de contradicciones y, por momentos, en su radicalismo, recuerda a la Serena Joy de El cuento de la criada. Con la diferencia de que una es real y la otra, ficción.
Frente a ella, plantándole cara, la periodista y feminista Gloria Steinem (Rose Byrne). Ambas son polos opuestos y ambas son reflejadas con sus claros y oscuros. A ella le dedica la serie el segundo capítulo, que muestra por dentro, junto con el tercero, los grados de separación que existen dentro del colectivo de la Segunda Ola. Unas diferencias que les desunen por momentos y, a la vez, les debilitan. La legalización del aborto, del matrimonio entre personas del mismo sexo… Son líneas de su programa que según qué sector se consideran prioritarias o no.
El tercer episodio saca al centro del terreno de juego a Shirley Chisholm, la primera candidata de color en la carrera a la Casa Blanca. Interpretada por Uzo Aduba, introduce temas como el racismo y la presencia de las minorías en política. Una entrega en la que mucho de lo que se aborda tiene que ver con las promesas hechas solo para conseguir un objetivo sin intención de ser cumplidas y la complejidad que existe a veces, sobre todo desde fuera, para diferenciar la agenda política que aboga por el interés general de la estrictamente personal de quienes lideran causas y gobiernos.
Aunque Phyllis, Gloria y Shirley son quienes dan título a estos tres primeros capítulos, todas están presentes en los ‘ajenos’. Como lo está también el personaje de Sarah Paulson. Alice no existió en la realidad y quizá por eso su paso por la serie despierte tanto interés. Ella, ama de casa que llega a decir que en su vida adulta no ha hablado con más de cuatro hombres -padre, marido, hijo y cura-, representa la ingenuidad de quien entra en una corriente sin conocer en realidad muy bien su trasfondo, con buena voluntad y que, poco a poco, se va dando cuenta de que no está de acuerdo ni con el discurso ni con las formas.
Mrs. America, dentro de toda la densidad de su discurso y la complejidad de dos movimientos surgidos hace 50 años, se centra en problemáticas tan actuales como la división del colectivo y como esta merma su fuerza a la hora de lograr un objetivo que debería ser común. En estos tres episodios se ponen de manifiesto a su vez ideas problemáticas como la de pretender imponer al de al lado cómo debe vivir su vida, la superioridad moral o ganar votos y adeptos a costa de ridiculizar a quien piensa distinto, de los argumentos más populistas, de los bulos informativos, de menospreciar la capacidad de movilización de la otra parte y del ataque personal.
Waller se adentra en la trastienda de la política sin políticos como protagonistas principales con una banda sonora que merece al menos una mención. Si El Ala Oeste de la Casa Blanca mostraba cómo en Estados Unidos se ganan votos negociando leyes y medidas para territorios concretos, por ejemplo, en Mrs. America se meten de lleno en esa otra parte de la política que tiene que ver con los movimientos que orbitan en torno a congresos y senados. Las amas de casa conservadoras lograron, sin redes sociales pero con cartas, llamadas y panes caseros, lo que las feministas creían imposible: la no aprobación de la ERA en Illinois.
A Steinem y sus compañeras de viaje les ocurrió con la ratificación de esta enmienda como a la sociedad de hoy en día con el Brexit, el triunfo Donald Trump o el ascenso de la ultraderecha en España. El sentir general, o al menos el que se oía más alto, indicaba que eran situaciones que no podían darse. El discurso del miedo funcionó entonces y sigue haciéndolo ahora.
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