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El hombre que perdió la memoria y se reinventó como luchador antifranquista

Bernardo Fuster, fundador de Suburbano, satiriza el franquismo en su novela 'Si mañana no regreso, quémalo todo'.

Bernardo Fuster satiriza el franquismo en su última novela, 'Si mañana no regreso, quémalo todo'.
Bernardo Fuster satiriza el franquismo en su última novela, 'Si mañana no regreso, quémalo todo'. 

Bernardo Fuster (Madrid 1951) fue Pedro Faura antes de volver a recuperar su nombre, un exiliado que ondeaba sus canciones antifranquistas por Europa encaramado a la cofa del Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP), que abandonó al regresar a España tras acogerse a la amnistía de 1976. Antes, había sido anarquista y comunista. Durante, publicó en Alemania los elepés Manifiesto y Volver no es volver atrás. Luego, funda Suburbano junto a Luis Mendo, prolífica banda vallecana, autora de clásicos como Arde París o La Puerta de Alcalá, popularizados por Ana Belén.

La vida de Bernardo Fuster es de novela, aunque prefirió ceñirse a los hechos en El contador de abejas muertas. Memorias de un músico clandestino (Varasek), donde relata sus tempranos y accidentales escarceos con el falangismo antes de convertirse en un revolucionario, como demostró en 1972 al derribar en nombre del FRAP la estatua de Primo de Rivera en València. Que antes se hubiese puesto Cara al sol puede parecer extraño, pero qué no lo es en su intensa biografía, que debe ser leída para entenderlo todo. Por ejemplo, usaba documentación falsa, al igual que su padre: él era un rojo; su padre, un nazi.

"Entonces, un alemán no podía ser otra cosa", reflexiona el autor de los discos Canciones de piratas y Que el tiempo no borre, donde hace tres años resucitó a su alter ego ante el auge ultra, de ahí el subtítulo Bernardo Fuster canta a Pedro Faura. Aunque pule las canciones, en las que había prevalecido el mensaje, en ellas recupera su labor de músico agitprop en las trincheras lejanas de Berlín y París. Pero volvamos al padre, funcionario de la embajada nazi cuando el Tercer Reich expiraba. "Trabajaba en las Juventudes Hitlerianas de los colegios alemanes y ejercía como profesor de música", comenta.

El señor no decía nada y el chaval, involucrado en la resistencia antifranquista, tampoco. Bernhard Feuerriegel, de quien heredó el nombre pero no el apellido, fue protegido por el franquismo y en su casa exhibía la memorabilia gamada. Su hijo, en cambio, pasaba por otro y, de vuelta a España, no conocía de nada a Pedro Faura, como si se hubiese desvanecido el recuerdo de sí mismo. Si le preguntaban con insistencia, dejaba caer que en una ocasión lo vio en un concierto. Con el tiempo, además de rescatar al legendario cantautor protesta, añadió el apellido paterno al materno, en un cruce de identidades atravesadas por la realidad y la ficción.

Ahora publica la novela Si mañana no regreso, quémalo todo (El Garaje), protagonizada por un hombre que pierde la memoria en 1951 y decide reconstruirse como un opositor anarquista, la excusa del autor para recrear la represión de la dictadura. "La situación histórica de cambio me permite jugar con lo real y con lo posible, es decir, con lo que pudo haber ocurrido aunque lo desconozcamos. Quizás lo real no lo fue tanto y lo posible fue más real de lo que nos han contado", explica Fuster, quien ya había ejercido de prestidigitador en Si me ves, no se lo digas a nadie (El Garaje).

En su debut literario, hizo desaparecer un ayuntamiento del mapa tras un error burocrático en la reorganización del registro catastral durante la dictadura de Primo de Rivera en 1923, una circunstancia "kafkiana" de la que se vale para hablar de la clandestinidad y, de paso, de la lucha contra la injusticia social. Ese pueblo fantasma podría ser Ayora, donde se crio, como el protagonista de su última novela tendrá algo de él, porque detrás "siempre hay autobiografía, pues plasmas situaciones que has vivido o gente a la que has conocido, pese a que modeles a los personajes de forma inconsciente".

Bernardo Fuster, autor de la novela 'Si mañana no regreso, quémalo todo'.
Bernardo Fuster, autor de la novela 'Si mañana no regreso, quémalo todo'. El Garaje

Actores más o menos secundarios inspirados en personas reales, como su abuela, quien recibía en su casa a las señoras de, una imagen de la infancia que se le quedó fijada en la retina. Así lo hace en su nueva novela doña Concepción, cuyas invitadas son la esposa del militar José Moscardó o María Topete, la cruel carcelera de Ventas. Ahí entra lo posible, aunque sí recuerda aquel cuarto humeante y perfumado donde las generalas barajaban las cartas, elevaban el tono, se carcajeaban y podaban los tacos con aquellos córcholis y mecachis.

"Para mí era un lenguaje nuevo que me resultaba muy raro, porque usaban eufemismos propios de la gente de bien y católica. Yo entraba en aquella habitación y me quedaba fascinado con aquellas mujeres, cuyos maridos tal vez estarían en ese momento en un cuartel o en Chicote", rememora Fuster, quien sitúa al protagonista tomándose un chocolate con churros con Franco en su residencia de El Pardo. El autor, que se vale del humor para denunciar lo terrible, no puede evitar la risotada, si bien deja claro que para recrear de forma verosímil ese tipo de escenas hizo un gran trabajo de documentación.

No extraña que haya compuesto la banda sonora de dos películas de Luis García Berlanga y la de la serie Makinavaja, dirigida por José Luis Cuerda. "Mi intención es denunciar una época horrorosa en España y que la gente, sobre todo los jóvenes, la conozcan, porque el futuro es suyo, pero la memoria es nuestra. Y una forma de llegar a ellos es a través del humor, sea satírico o negro", razona el autor de Si mañana no regreso, quémalo todo, donde reincide en la sátira y en otros dos elementos presentes en El contador de abejas muertas y en Los Hermanos de la Costa. Piratería libertaria en el Caribe (El Garaje).

"Por una parte, la vida clandestina, es decir, cómo te ves forzado a cambiar de identidad para sobrevivir, una experiencia que viví en primera persona. Por otra, el anticlericalismo, porque siempre me ha atraído la lucha contra el dogmatismo y las grandes verdades", asegura Fuster, quien subraya que su última novela "está marcada por la esperanza y la solidaridad". Sin embargo, no se ambienta en sus años de contestación, sino en los cincuenta, precisamente cuando nació. "El reto, insisto, fue documentarme mucho, porque quería reflejar un momento histórico de cambio en la historia de España".

Una etapa a la que, según él, "no se le ha dado tanta importancia", pese a que "tras la derrota de Alemania el falangismo y la germanofilia pierden poder en el régimen franquista, que se acerca al Opus Dei y a los Estados Unidos". Un entorno que, como escritor, facilita que sus personajes tengan "más libertad de movimiento", aunque matiza que sus novelas "no son históricas, sino de sentimientos". Recurre, eso sí, a personajes reales para "afianzar y dar credibilidad" a los que se inventa, como el falsificador anarquista Laureano Cerrada o el psiquiatra Antonio Vallejo-Nájera, el Mengele de Franco.

"Si no recuperamos la memoria, perderemos parte de nuestra identidad y personalidad", insiste Bernardo Fuster, quien colaboró en su día con Luis Eduardo Aute y trabajó en el grupo de teatro Tábano. Por eso propone que el protagonista de Si mañana no regreso, quémalo todo se despierta en el parque del Retiro con amnesia, en un mundo desconocido que podría abrirse a otro nuevo. "Eso me ha permitido satirizar la sociedad franquista a través de los ojos de una persona virgen que narra una España cutre a medida que la descubre", como el Gurb de Eduardo Mendoza con la Barcelona preolímpica.

La historia se reescribe, pero también se inventa. A él le gusta recrearla metiéndose en la piel de personajes de diversa ralea o, al menos, dándoles voz. "Me atrajo la literatura porque es un campo muy abierto. En cambio, para tocar las emociones del público con una canción, solo dispones de unos cuantos versos", añade Fuster, quien reconoce que se interesó por la piratería libertaria en el Caribe a través del sonido. "Los filibusteros llevaban músicos a bordo para amenizar la travesía a la tripulación cuando el viento dejaba de soplar y evitar que cayesen en una depresión", concluye el autor de Los Hermanos de la Costa. "Y cobraban más que el resto por su trabajo, al igual que el capitán, el médico o el carpintero".

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