Este artículo se publicó hace 4 años.
'Homeland''Homeland' recupera su primera premisa para cerrar la historia de Carrie y Saul
Fox estrena este domingo noche la serie de Showtime, que llega a su octava y última temporada con muchos cadáveres en el camino y los personajes de Claire Danes y Mandy Patinkin más en el centro que nunca.
María José Arias
Ha llegado la hora. Ocho temporadas más tarde y casi una década después, Homeland estrena la que será su última tanda de episodios este domingo por la noche en Fox. Lo suyo ha sido una carrera de fondo. La de los espectadores que han llegado hasta aquí, de resiliencia. Empezó como una de las mejores de su año (2011), ha ganado premios (5 Globos de Oro y 8 Emmys), ha superado perder a dos de sus mejores personajes (Brody y Quinn), el hastío que produce su protagonista (Carrie Mathison), la evolución arrolladora de la actualidad de la que se ha colgado en las últimas temporadas (como las fake news) y, al final, ha vuelto a su premisa original (el enemigo dentro) para cerrar el círculo.
Basada en una serie israelí, la ficción creada por Alex Gansa y Howard Gordon ha sido capaz de explotar y adentrarse en casi cualquier tema que se le pueda pedir a un drama/thriller con agentes de la CIA como protagonistas. Desde el enemigo en casa a las fabricación de noticias falsas pasando por un presidente o presidenta con sed de venganza personal o el terrorismo dentro y fuera de las propias fronteras. Para su despedida han decidido regresar a Afganistán en un intento de Saul Berenson (Mandy Patinkin), esta vez en el cargo de Asesor de Seguridad Nacional del presidente Warner (Beau Bridges), por sentar en la mesa de negociación a los talibanes, cerrar el conflicto y que las tropas estadounidenses abandonen el terreno.
Para conseguirlo, dado el punto de equilibrio precario en el que se encuentran las conversaciones, recurre al comodín que siempre está disponible. No importa si Carrie Mathison (Claire Danes) no ha completado su tratamiento o si está en la fase depresiva o en la maníaca –aunque en la segunda funciona mucho mejor como agente–. Mentor y pupila aventajada son tal para cual. Se respetan y usan a partes iguales. A él le da igual que su reclamo de emergencia suponga una recaída en el camino. A ella lo que realmente le importa es sentir que puede seguir siendo espía y que su país la necesita.
Así arranca esta octava temporada de Homeland, con Saul llamando a la puerta del sanatorio de una Carrie que pasó siete meses en poder de los rusos sometida a unos interrogatorios que han hecho mella en su ya de por sí tortuosa mente provocándole lagunas. No recuerda lo que ocurrió durante 180 días. Seis meses en blanco de los que recibe unos fogonazos que no sabe si son fiables. Ella desconfía de su mente. La mayor parte del mundo, y especialmente la CIA, de su lealtad. Ha pasado de ser una agente a la que dar una palmada en la espalda por sacrificar su vida personal -renunció a la custodia de su hija por una misión- a convertirse en alguien de quien se sospecha.
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En ese punto en donde esta última temporada de Homeland entronca con la primera para cerrar el círculo. En aquella, la de 2001, el sargento Nicholas Brody (Damian Lewis) era el sospecho. Un soldado cautivo sometido a toda clase de torturas que regresaba a casa convertido al Islam y en enemigo de su país. ¿Ha ocurrido lo mismo con Carrie? Nadie lo sabe. Aún. Ni siquiera ella. Pero esa escena del final del primer capítulo facilitado por Fox a los medios antes del estreno da mucho en qué pensar.
Sin embargo, aunque ese sea el gancho, saber si Carrie ha traicionado a su país y a sus fuentes y si Saul logra un acuerdo con los talibanes que ponga fin al conflicto en Afganistán, la verdadera misión de Homeland en su adiós es cerrar la relación entre ambos personajes, que hace tiempo que se convirtió en el eje conductor de la serie, en especial en sus últimas entregas.
Atrás, casi olvidadas ya, quedan las dudas y todos esos espectadores que se bajaron tras la muerte de Brody. Quien continuó pudo disfrutar del ascenso de Peter Quinn (Rupert Friend), pero con él tampoco fueron justos y lo eliminaron de la ecuación cuando aún se le habría podido sacar más partido a su historia. Después vino una séptima temporada muy pegada a la actualidad, con más protagonismo para Max (Maury Sterling) y con la presidenta Elizabeth Keane (Elizabeth Marvel) revelando su verdadera cara como uno de los mejores personajes femeninos que ha dado la serie. También desapareció.
No sabe tratar la ficción de Showtime a sus mejores personajes. O quizá ese sea uno de sus grandes aciertos: tener claro que el foco nunca debe desviarse de lo que realmente les interesa contar aunque para ello haya que dejar cadáveres en el camino. De eso la mujer a la que da vida Claire Danes sabe mucho. En su lista figuran unos cuantos y en este arranque de la octava hay uno en concreto que hace que hasta ella misma comience a dudar de su fiabilidad y fidelidad.
Ha pasado mucho desde que se emitiese a finales de abril Paean to the People, último episodio de la séptima temporada, y es fácil que, sin echarle un ojo antes de ponerse con la nueva, parte de la información haya sido borrada de la mente del espectador. Sin embargo, el clásico ‘anteriormente en’ y algunos de los diálogos que mantienen varios personajes ayudan a refrescar la memoria y meterse de nuevo en la trama sin mayor problema. Que haya bastante acción también ayuda. Un par de movimientos inteligentes por parte de los guionistas. Y no son los únicos. En cuanto a las incorporaciones al reparto, destaca la de Hugh Dancy (Hannibal) como John Zable, miembro de la Casa Blanca.
Por delante y después del emitido esta noche en Fox, otros 11 capítulos para dar carpetazo el libro que se inició con Brody volviendo de su cautiverio y que se cerrará con Carrie regresando del suyo. Él falló en su reinserción en la vida civil. ¿Lo conseguirá la protagonista de Homeland?
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