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MADRID.-“En Israel hay libertad si no eres árabe, mujer, gay…”, sentencia el cineasta Shlomi Elkabetz, que ha dedicado a las mujeres de su país y a la situación que viven en él una trilogía. Con Gett: el divorcio de Viviane Amsalem, película que firma como las anteriores junto a su hermana, la actriz, directora y guionista Ronit Elkabetz, cierra este trabajo. Presentada en Cannes y San Sebastián, candidata al Globo de Oro y ganadora del Premio de la Academia Israelí, entre otros, la película cuenta una situación decididamente kafkiana: en Israel los divorcios, incluso de los matrimonios civiles, solo pueden conseguirse a través de tribunales rabínicos, que, además, no tienen las manos libres porque la última palabra legal es la del marido, el hombre.
La circunstancia es completamente absurda en un país en el que están socialmente aceptadas las parejas, incluso con hijos, que conviven sin casarse. De hecho, muchos ciudadanos de Israel no conocían esta ley hasta que no se estrenó la película, con la que se abrió un debate necesario. El filme, coprotagonizado por el prestigioso actor de origen armenio Simon Abkarian, abre a los isralíes por primera vez las puertas de los tribunales religiosos.
¿Usted cree que esta situación, de discriminación total hacia la mujer, es propia de una democracia? ¿Se le puede llamar democracia al sistema de Israel?
Sí, es una democracia, una democracia en evolución, con algunas contradicciones. Aunque la gente busque declaraciones en blanco y negro, la vida es más compleja y está llena de sutilezas, sobre todo en un país como Israel. Estamos en el camino, aunque todavía nos quede mucho para llegar a una democracia plena. Pero lo cierto es que en todo el planeta no existe ninguna verdadera democracia.
¿Es verdad que para divorciarse en su país es obligatorio un tribunal rabínico, incluso si el matrimonio no es religioso, es solo civil?
Sí. Es obligatorio. En Israel no puedes divorciarte de otra forma, solo con un tribunal rabínico. Puedes no casarte y vivir con alguien, tener hijos, incluso… nadie te señala. En ese sentido no es un país religioso, aunque si no te casas no tienes los derechos de un matrimonio. Y, es verdad, aun es un poco más difícil para los niños, por eso la mayoría de la gente decide casarse finalmente.
Dice que no es un país religioso, pero los grupos religiosos son poderosísimos…
No, no es un país religioso, pero, sí, la religión sí tiene cierto poder político. Hay partidos religiosos judíos en el Parlamento que comparten el poder con otros partidos. En el sistema pueden tener mucha influencia.
¿Con la película pretende denuncia este poder religioso?
Claro. Yo no defiendo esta situación. Esta es una película de protesta y de denuncia. En Israel el Estado está creado como refugio para los judíos. La idea es proteger la identidad judía. Al mismo tiempo, hay injusticias que es la religión las que las denuncia. De todos modos, esta no es solo una película política, es también social y habla de la vida en pareja. Los personajes muestran cada una de sus desgracias matrimoniales, sus mentiras, esperanzas, frustraciones… Por otro lado, los planos de la película son políticos. Cuando rodamos, desde el primer momento tenemos imágenes políticas. Cuando los personajes hablan árabe o hablan otro idioma también es político…
Es sorprendente que haya gente en Israel que no sepa que existe esta obligación en los divorcios. ¿Cómo es posible?
Ahora hay un debate abierto a raíz de la película y se está hablando de ello. En Israel hay gente que no sabe que este problema existe, fundamentalmente porque los tribunales rabínicos son a puerta cerrada. Esta es la primera vez que entramos públicamente en la realidad de un tribunal rabínico. Por ejemplo, yo tengo un amigo, una persona destacada del mundo cultural, un hombre de más de sesenta años, casado, que entró en shock cuando vio la película. Él no sabía que tenía este poder como hombre de dar o no el divorcio a su mujer. Todo ello siguiendo siempre la ley judaica. Incluso aunque una mujer esté casada fuera del país.
Por eso hemos hecho la película, porque hay que acabar con esto.
¿El cine sirve como herramienta para luchar contra estas situaciones?
Cuando nos dieron el Premio de la Academia de Cine de Israel, dijimos que no era un premio personal, que cuando un jurado elegía este tipo de películas era la victoria del espíritu. Yo vivo en Israel, he nacido allí, no tengo otro lugar donde vivir, pero quiero seguir creyendo que Israel puede ser un lugar mejor. No hemos perdido aun toda la capacidad de hablar. Los palestinos e israelíes tenemos la posibilidad de hablar y tendremos la posibilidad de cambiar algo. Hay oportunidades. Y el cine nos abre las puertas a ese diálogo.
¿El gobierno respeta la libertad del cine?
No solo lo respeta, sino que apoya este tipo de películas. En Israel dan facilidades a los artistas para que hablen, protesten y denuncien. El cine es un puente maravilloso, porque da la posibilidad de revelar el otro lado, de mostrar más. Es otra de nuestras contradicciones, pero hay que tener en cuenta que la nuestra es una cultura mixta, no está en paz la sociedad con ella misma.
Gett cierra la trilogía sobre la mujer.
Sí. La trilogía son tres fases de la libertad. La primera es ella, su vida y ella misma. La segunda es la sociedad. La tercera es el Estado y la ley. Lo interesante es que pueda llegar a más gente, que tenga un impacto, por eso en esta última hay algunos momentos con humor. En teoría Viviane Amsalem tiene todos los recursos de un tribunal para intentar el divorcio, pero al final es el marido el que da el veredicto. Cuanto más profundo es el asunto, más absurdo se vuelve y cuanto más absurdo, más gracioso. Y eso también es trágico. Haciendo la película nos hemos reído, pero también hemos llorado.
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