¿Es peligroso que los niños lean tebeos?
Carla Berrocal nos recomienda cada viernes novelas gráficas. Sus lecturas perdidas que no obedecen a la dictadura de la novedad.

Madrid--Actualizado a
El 11 de marzo de 1935 comenzó en Nueva York un juicio cuyas consecuencias cambiarían por completo la industria del cómic norteamericano. El acusado era Howard Albert Fish, también llamado Grey Man –Hombre Gris–, un anciano de aspecto vulnerable y descuidado que escondía bajo su apariencia a uno de los asesinos en serie más brutales de la historia de Estados Unidos. Oficialmente fue detenido y juzgado por matar a Grace Budd, una pequeña niña negra de ocho años, pero una vez en prisión confesó haber acabado con la vida de dos criaturas más. La realidad es que se sospecha que fueron más de 100 sus víctimas, en su mayoría pobres y racializadas.
Unos años antes, en 1932, el psiquiatra de origen alemán Fredric Wertham comenzó a trabajar en el Bellevue Mental Hygiene Clinic de Nueva York. En ese centro eran evaluados psiquiátricamente los presos que luego se enfrentarían a la justicia, y entre ellos estaba Albert Fish, sobre cuyo proceso tuvo que testificar Wertham en 1935. Según él, Fish necesitaba ser recluido en un sanatorio especializado, no le serviría de nada estar en una cárcel, debía estar bajo supervisión, tratamiento y cuidados, pero su petición no fue atendida. El 16 de enero de 1936 el asesino fue condenado a muerte y ejecutado en la silla eléctrica. No había pasado ni un año de la celebración del juicio.
Tras aquello, Wertham decidió dejar de lado su trabajo psiquiátrico con adultos y centrarse en niños. Al fin y al cabo, ese era su campo antes de todo aquello en el Bellevue. Quería acabar con los demonios que pudieran convertirlos en monstruos como Fish, y encontró la excusa perfecta: todos leían tebeos. Empezó así su particular guerra contra la industria de los cómics Pulp, que por aquel entonces gozaban de su mayor popularidad, llegando a vender 300.000 ejemplares a la semana. Primero escribió algún que otro artículo en revistas como Reader’s Digest, apareció en medios hablando del tema y en 1954 publicó el libro por el que sería recordado: Seduction of the Innocent –La Seducción del Inocente–, un ensayo que advertía de los peligros de los cómics en la mentes de los niños. Apoyado en estudios científicos –que luego resultaron ser manipulaciones de datos para certificar su tesis–, Wertham escribió que el consumo de imágenes perturbadoras podría ser una de las causas de la delincuencia juvenil. El libro le convirtió en una autoridad para hablar del tema porque el contexto era perfecto: estaba la plena caza de brujas del macartismo y la sensación general era que el american way of life corría peligro bajo la amenaza del comunismo.
Los cómics se volvieron así un asunto de Estado, y el 21 y 22 de Abril y el 4 de Junio de 1954 se formó en el Senado de Estados Unidos el Subcomité sobre la delincuencia juvenil, una serie de audiencias en las que participaron expertos de todas las partes: desde psiquiatras como el propio Wertham, hasta editores y autores de cómic. La pregunta que recorría la sala una y otra vez era: ¿es peligroso que los niños lean tebeos? William Gaines, dueño y editor jefe de Entertainment Comics (EC), la editorial con más tirada y la primera en publicar cómics de terror, lo tenía claro:
-Leer entretenimiento nunca ha herido a nadie
Gaines era el dueño del mayor imperio editorial de historietas pulp, llegó a vender un millón y medio de ejemplares de todas sus revistas. Cómics baratos, a diez céntimos, impresos en papel rasposo y amarillento hecho con pulpa de papel, de ahí el nombre. Por aquellas páginas desfilaron todo tipo de personajes crueles y turbulentos, en los que sus dibujantes y guionistas colaron ideas transgresoras: la igualdad racial o la corrupción del poder. Aquello contribuyó, en cierta medida, a su persecución. Muestra de ello es el duro y extenso interrogatorio al que los senadores sometieron ese 21 de abril a su editor. Gaines se mostró en todo momento irónico y desafiante.
El senador por Tennessee, Estes Kefauver, le preguntó a Gaines por la portada del número 22 del mes de mayo de la revista Crime Supensestories dibujada por Johnny Craig. En la imagen aparece la cabeza de una mujer cortada cogida del pelo por un hombre que en la otra mano sostiene un hacha salpicada de sangre. De fondo, en el suelo, descansa el resto del cuerpo de la víctima.
—¿Cree usted que esta cubierta es de buen gusto?
—Si, señor —respondió Gaines con sorna—; lo creo de buen gusto para la cubierta de un cómic de terror. Una cubierta de mal gusto tendría, por ejemplo, la cabeza un poco más arriba, de tal manera que se vieran gotas de sangre caer del cuello y de parte del cuerpo.
La censura tiene muchos disfraces y siempre se ampara en buenas intenciones: por el buen gusto, para proteger a los niños, para que las lecturas sean las correctas, para evitar los peligros del comunismo… Un poco más tarde, ese mismo 21 de abril, los senadores continúan acribillando a preguntas, esta vez, a dos dibujantes: Walt Kelly, creador de Pogo y presidente de la asociación de profesionales del cómic National Cartoonist Society; y Milton Caniff, reconocido autor de aventuras como Terry y los Piratas o Steve Canyon. Ambos autores trabajan en prensa, así que buscaron diferenciarse de sus colegas del pulp y encararon las respuestas como pudieron. Kelly, además de leer el manifiesto redactado por la asociación de la que formaba parte, apeló al respeto por la decencia y moralidad que había en su trabajo. Es el dibujante –dijo– quien selecciona el tipo de historias que quiere dibujar. Por su parte, Caniff, con algo más de ojo, advirtió que el buen o mal gusto es una experiencia individual que depende del libro y del lector, y no debía ser condenada toda la sociedad por experiencias aisladas.
En 1955 Kefauver publica el informe del Senado sobre la delincuencia juvenil donde concluye: el país no puede permitirse el riesgo de alimentar a sus niños a través de cómics con imágenes perturbadoras, horror y violencia, no puede enseñarles a cometer crímenes (sic). El texto concluye con el que será el principio del Comics Code Authority, un código moral que vigila que todo sea políticamente correcto: ni mujeres infieles, ni escenas sangrientas, ni policías corruptos. Es decir, condena a morir a cualquier guion con un mínimo de interés. Y para demostrar a los padres que el material que leen sus hijos respetaba la decencia de la nación americana, comenzó a aparecer un pequeño sello en las cubiertas: Approved by the Comics Code Authority. Como era de esperar, el impacto económico en las editoriales pulp fue devastador: una gran cantidad de títulos desaparecieron y muchas editoriales cerraron. Entre ellas estaba el imperio de EC Cómics de William Gaines, de la que sólo sobreviviría la revista de humor MAD Magazine.
En 1973 el doctor Fredric Wertham publica The World of Fanzines, un alegato a favor de la autoedición amateur que tiene sus inicios entre los fans de la ciencia ficción y el terror. Sí, esos mismos que tanto había perseguido el psiquiatra un par de décadas antes. Phil Seuling, organizador de la Feria del Cómic de Nueva York de ese año, invita al buen doctor a presentar su libro y éste acepta. Al llegar, se encuentran una horda de lectores enfurecidos que le acusan de arruinar los cómics de los años cincuenta, obligándolo a cancelar la charla y salir de allí por patas. El mundo del cómic, veinte años después, no perdonaba los crímenes de Wertham: acabar con la vida de la industria editorial, cortar y triturar a sus autores, destripar editoriales, despedazar viñetas y matar ficciones… y todo… todo por los niños.
El 24 de junio de 2011 Archie, el tebeo dulzón sobre un grupo de amigos adolescentes que se publicaba ininterrumpidamente desde 1941, fue la última vez que vio en su portada el sello del Comics Code Authority. Moría con él uno de los últimos vestigios de la censura y lo políticamente correcto heredado de la Guerra Fría.


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