Este artículo se publicó hace 4 años.
'#malditos16', cuando el suicidio adolescente se sube a las tablas
Cuatro veinteañeros viajan sobre el escenario del Teatro Galileo al centro neurálgico del dolor. Aquél que les hizo intentar acabar con su vida cuando apenas tenían 16 años. Una obra que indaga en el sufrimiento y en la incapacidad de empatizar con el diferente.
Madrid-
Conviene volver a aquello que en su día nos quebró por dentro. Una visita que nos recuerde lo que fuimos y lo que con tanto esmero tratamos de olvidar. Sólo así podremos construir algo, elegir quién narices queremos ser, porque de ese camino al origen del trauma uno sale emocionalmente trasquilado pero más entero. En esas andan Ali, Dylan, Naima y Rober, cuatro jóvenes que se conocieron en el peor momento de su vida: justo después de querer quitársela.
Apenas cumplidos los veinte, el hospital en el que estuvieron internados les ofrece la posibilidad de contar(se) aquellos años en un taller con adolescentes en su misma situación. El resultado es #malditos16, una obra de teatro que, además de catártica, muestra las vergüenzas de una sociedad incapaz de empatizar con el diferente, una sociedad ajena al dolor de los demás. "Es una obra que nos permite entender desde donde procede nuestra rebeldía", añade el dramaturgo Quino Falero, al frente de la dirección.
Enmarcada dentro del programa ‘Escritos en la escena’ del Centro Dramático Nacional, esta obra nace con el firme propósito de servir de llamada de atención tanto a padres y educadores como al resto de la sociedad de este drama. Para ello, tanto Fernando J. López, al frente del texto, como el director dramático y los actores se han servido de experiencias reales que han nutrido y complementado el proceso de escritura. "La función nació con una vertiente pedagógica muy marcada, queríamos que vinieran los adolescentes y queríamos que sintonizaran con este problema, que se reconocieran en ellos", explica Falero.
Expertos en las materias que se abordan –suicidio adolescente, trastornos alimenticios, acoso escolar, violencia sexual, transexualidad…– y el testimonio de jóvenes que han vivido, en primera persona, las situaciones de la función, han formado parte del germen de #malditos16. Una obra cuyo planteamiento convierte al espectador en testigo de la evolución de sus personajes al presentarlos viviendo el trauma y revisitándolo unos años más tarde. Una suerte de espejo en el que reflejar los traumas del ayer y las cicatrices del hoy.
"Nuestra intención, y creo que lo hemos conseguido, era huir de moralinas, por eso hemos intentado ser muy precisos en el recorrido emocional de cada uno de los personajes para que en ningún momento cayéramos en la tentación enjuiciar lo que hicieron, ni en estereotipos, ni en ningún tipo de bálsamo extraño", explica el dramaturgo.
Ni autocensura, ni morbo
#Malditos16 opta por un lenguaje directo y adulto, sin caer en tremendismos ni en falsos mitos sobre la adolescencia. Una aproximación a esa edad en la que todo parece posible, en la que la vehemencia, la rebeldía y la energía se conjugan en un combo fatal capaz de todo. "Hemos querido definir cuatro retratos bien diferentes, de cuatro jóvenes que llegan al mismo desenlace, o al mismo intento de desenlace de sus vidas, pero desde diferentes caminos, unos tienen que ver con identidad de género, otros con la violencia, hay también un caso de trastorno de la alimentación…".
Se trata, a fin de cuentas, de reivindicar la necesidad de nombrar lo innombrable, aquellas realidades que todos en algún grado compartimos pero que, por temor al qué dirán, escondemos y nos van minando poco a poco. Las cicatrices de Ali, Dylan, Naima y Rober son las cicatrices de una sociedad que finge ser lo que no es, una sociedad que se cree y se quiere libre pero que se impone una ortopedia de cara a la galería. Quizá por ello #Malditos16 es tan importante, porque visibiliza lo que nuestra sociedad prefiere ocultar.
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