'Matria' desmenuza el mito sobre el matriarcado gallego
Álvaro Gago debuta en el largometraje con el relato de la vida de una mujer obrera. La película, que compitió en la sección Panorama de Berlín, está protagonizada por María Vázquez, ganadora de la Biznaga de Plata a la mejor actriz.
Madrid-
"Desde el cine necesitamos mirar a la altura de los ojos de la gente", dice el director y guionista Álvaro Gago, que con su primer largometraje, Matria, ha puesto los pies en la tierra para contar la historia de una mujer obrera. La inercia del patriarcado, la sororidad y la realidad de las mujeres gallegas hoy se funden en esta película en el relato de cotidianidad y de vida de Ramona, interpretada espléndidamente por la actriz María Vázquez.
Inspirada en Francisco Bouzón, la mujer que cuidó al abuelo del director en sus últimos días y que originó un cortometraje anterior, Ramona es una mujer de cuarenta años, trabaja en una fábrica como limpiadora y en un barco pesquero algunos días de la semana. Además ahorra todo lo que puede para una matrícula de estudios para su hija. Siempre pendiente de otros, nunca se ha ocupado de ella misma.
Matria es cine político y social, anclado en la realidad, feminista y reivindicativo, que defiende una mirada humana y, de paso, revela cierta esencia exclusivamente gallega. Estrenada en la sección Panorama del Festival de Berlín, la película se alzó en el Festival de Málaga con el premio a la mejor actriz para María Vázquez.
Ramona es una mujer que, como millones en el mundo, se dedica a cuidar a los demás y se olvida de cuidarse ella misma
Pero no es culpa vuestra, es un rol muy bien construido y muy difícil de agrietar, que se crea en un entorno con reglas, escritas o no, que son limitantes y que te empujan a ceñirte al modelo. O aceptas las reglas, o te quedas al margen. Es algo normalizado en el heteropatriarcado, muchas veces sin tiempo a pensar en nada más allá.
Es complejo, se trata de buscar cambios circunstanciales para agrietar el sistema. Ahí es donde existe el feminismo, la lucha de todas las luchas, la que lo engloba todo. En eso no estoy de acuerdo con la ministra Carmen Calvo cuando dice que el feminismo no se puede echar a la espalda todas las luchas, porque ahí precisamente es donde reside nuestra última esperanza.
Es una mujer normal, no heroína, ¿esa heroicidad no es una tentación demasiado grande en el cine de hoy?
Sí y no podemos crear referentes inalcanzables que solo son una frustración para muchas personas. Hay que humanizar a los personajes, con gamas de grises, hay que hacer retratos de esa complejidad, es nuestra responsabilidad como cineastas.
¿La película quiere ser una reivindicación de la mujer obrera?
Sí y creo que no hay muchos referentes porque, para empezar, hay pocas mujeres obreras, u hombres, haciendo cine. Yo vengo de familia obrera, es cierto que a mí mis padres me concedieron nuevas oportunidades. Ellos mismos pudieron estudiar gracias a la ayuda de sus familias y especialmente de mi abuela materna y en contra de lo que todo el mundo les decía.
Eso abrió sus horizontes y revertió positivamente en mí. Pero aún falta dejar la cámara a las Franciscas Bouzón. Francisca que, por cierto, tiene mucho potencial como cineasta, que yo lo he vivido en primera persona en el rodaje. Me gustaría ver una película hecha por ella, nos volaría la cabeza a todos. Recuerdo a Clara Roquet cuando decía que ojalá se democratizaran los puntos de vista, que eso fuera real.
¿Cómo se consigue esto?
Yo creo que la clave está en llevar el cine a los institutos, pero ahora se hace con esfuerzos individuales, con el corto yo he ido personalmente a más de 150 institutos. Hay algunos programas, pero en Galicia, por falta de financiación solo se aplican a cuatro centros. El beneficio es tremendo, el hecho de cómo miran a lo próximo de otra manera.
¿Y también el hecho de qué es eso próximo a lo que miran, no?
También, porque el cine español se ha alejado de las raíces y los orígenes del cine, que rodó a los hombres y las mujeres saliendo de una fábrica. Después se elevó a las alfombras rojas, y ahí hay una celebración que a mí también me gusta, pero tenemos que bajarlo a la tierra, mirar a la altura de los ojos de la gente. Así como dignificar las figuras que son realmente importantes y redefinir la idea de éxito. Eso es un esfuerzo que debe ser transversal y estructural, un poco como existe en Francia. Debería existir el cine en las aulas en este país y empezaremos a ver propuestas de gente de clase obrera y muy interesantes.
Esta es una película feminista desde la mirada de un hombre. ¿Un paso importante?
Creo que es una mirada humana, es un punto al que llegaremos, la disolución del género. El proceso de creación de esta película es colectivo y creo que las directoras y directores de nuestra generación lo entienden así. Esta obra la ha hecho todo el equipo, pero ¿cómo no voy a despedazar mis ideas para incluir las suyas? Esto es una mirada colectiva.
Con la película, de alguna forma destroza ese mito construido sobre el matriarcado gallego, ¿hay que contar la Historia no oficial?
Sí, porque la Historia no pone el foco en personajes como Ramona. Y precisamente esa es la historia que creo que tenemos que contar, es la que nos representa y nos define como pueblo. Los protagonistas de esas hazañas importantes se encuentran en lo cotidiano. Y no hay que creer en esos mitos impuestos. En Galicia está muy arraigado el mito matriarcal. Son ideas que flotan y se repiten como un mantra hasta que lo desmenuzas, viajas a la historia para entender y te das cuenta de que no se sostienen.
¿Cuál es esa historia?
Galicia es un pueblo de emigrantes donde los hombres se iban fuera y las propiedades pasaban de mujer a mujer, era una forma de protegerlas. Eso es un matrilineado, no un matriarcado. Es un parche, nada más. Además, el resto de España ha asociado que las mujeres gallegas trabajaban fuera de casa, sobre todo en sus tierras, y eso tenía prestigio. En realidad hacían doble trabajo, dentro y fuera, pero se hace una asociación errónea. Y luego está el regionalismo gallego, escapando del centralismo y queriéndose asociar a sociedades como la vasca, le germana o la celta y crear lazos de un supuesto matriarcado, que tampoco que sostiene en esas sociedades.
'Matria' se enmarca en una tradición importantísima de cine social que no es común ahora en España. ¿Ha tenido más problemas por ello?
Creo que parte del problema viene por la etiqueta, que reduce este tipo de películas a historias de perdedores, que no lo son. Se ha conseguido que no sean atractivas para el público. A mí es el cine que me interesa y me gusta, pero creo que es posible que la etiqueta haya revertido negativamente en estas películas. Nosotros nos hemos encontrado con piedras en el camino, pero creo que como todo el mundo.
El ritmo del personaje es frenético, ¿cómo trabajó el ritmo narrativo para que no resultara asfixiante?
Está rebajado, porque la realidad supera la ficción. Si llego a reflejar todo lo que me contaron, me tacharían de exagerado, ¡manda carallo! Pero el ritmo, como el nivel interpretativo, se fue abriendo. Al principio la historia confía casi todo en el cuerpo y se va abriendo a lo sensitivo, y eso afecta al lenguaje formal de la película y el ritmo se va suavizando.
También hay un trabajo sonoro importante. El cine se está abriendo hoy a nuevos campos sonoros, ya no suenan todas las películas en un apartamento de Madrid bien sonorizado. En Galicia hay casas donde escuchas al vecino y oyes pasar un tractor, y eso hace que, a nivel rítmico, la película navegue más ligera. En algún momento dudé de si dotando al personaje central de una trama más fuerte le daría más ritmo. Pero al final aposté por un viaje interior de todos los personajes.
¿De dónde surge el deseo de hacer esta película?
Pues del último plano del cortometraje. Ramona está sentada en las escaleras del pabellón y pensé que tenía que romper con todo eso y abrir grietas en esa rutina asfixiante, en ese sistema patriarcal castrador. Y contaba con un elemento distintivo de Francisca Iglesias Bouzón, que es su sentido del humor, una herramienta de supervivencia y sanadora que en el cortometraje no incluí, pero que en el largometraje quería dejar reflejado. Es una forma de entender las cosas.
¿Su próximo proyecto se desarrollará también en Galicia?
Sí, en San Cibrao, en la Mariña Lucense, que es el pueblo de mi madre. Es una especie de península y eso nos daba una sensación de libertad y de tiempo suspendido, porque los adultos se relajaban. El reto es abordarlo como una experiencia subjetiva y eso me coloca en una zona de incomodidad, estoy nervioso, pero me ilusiona.
Un proyecto más íntimo que 'Matria', ¿sin nada de la situación económica que vive hoy esa zona?
Eso será el tercer largometraje. Es una zona que vivió y vive grandes luchas y actualmente está encallada. En la Mariña existe el monopolio del aluminio, Alcoa, pero nunca se construyó una base sólida de empresas auxiliares, todo lo que se hace con el aluminio se dejó. Me acercaré a los protagonistas de esa lucha.
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