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'Los reyes del mundo', una película de Laura Mora para los desposeídos y contra un mundo "lleno de dueños"

La cineasta se alzó con la Concha de Oro a la mejor película en San Sebastián con esta historia de unos chicos de la calle de Medellín, víctimas del sistemático robo de tierras en Colombia durante el conflicto.

Los jóvenes protagonistas de la película 'Los reyes del mundo'
Los jóvenes protagonistas de la película 'Los reyes del mundo'. BTeam Pictures

En Colombia casi seis millones de personas han tenido que abandonar sus casas a causa del conflicto armado. Comunidades campesinas, indígenas y afrodescendientes vieron cómo grupos paramilitares, la guerrilla o terratenientes poderosos les robaban sus tierras. Ocho millones de hectáreas han sido abandonadas y robadas a sus legítimos propietarios, según Amnistía Internacional. Ahora, el gobierno de Gustavo Petro ha decidido activar la ley de Víctimas y Restitución de Tierras que el anterior ejecutivo dejó de lado.

Estas tierras ocupadas y la necesaria y justa devolución a sus propietarios es el motor de la historia que viven los protagonistas, cinco chicos de la calle de Medellín, de Los reyes del mundo, la película con la que la cineasta Laura Mora ganó la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián.

Ellos son Rá, Culebro, Sere, Winny y Nano. Cuando el primero recibe una carta de la oficina de restitución de tierras del Gobierno, inician un viaje desde la ciudad, cruzando la cordillera hacia el Bajo Cauca, en busca de ese lugar robado a su abuela y donde encontrarán la seguridad y la libertad que nunca han tenido. Por el camino tropezarán con la maldad y la bondad, con la solidaridad y la avaricia, con la violencia, conocerán a otros desposeídos y descubrirán la belleza del país. 

Toda la película nace de las tierras abandonadas y robadas en Colombia, ¿es una de las claves en el conflicto colombiano?

Es el punto neurálgico del conflicto colombiano. Hay muchas tierras ocupadas en litigios irregulares por las élites, por paramilitares, por grupos guerrilleros y todo tiene que ver con la riqueza de la tierra y con el narco.

Usted encuentra belleza en paradojas y contradicciones de la vida en Colombia…

Sí, hay muchas contradicciones y paradojas, y en ellas hay una posibilidad poética. Cuando una cosa duele y es bella, es poética.

La libertad de estos chicos no está en la calle donde viven…

Porque todo tiene dueño ya. Una esquina en una calle del centro de Medellín tiene dueño, un combo, una pandilla, o las tierras de la ganadería robadas o las de la abuela del chico de la película. El mundo está lleno de dueños. Es un mundo poseído donde los desposeídos son cada vez más. Yo lo cuento desde Colombia, porque es lo que conozco, pero el mundo entero está funcionando así.

La película indaga desde la mirada femenina en el mundo violento de los hombres, ¿víctimas también del sistema de patriarcado?

Siento mucho interés, como mujer, por el mundo de los hombres y todo lo que tiene que ver con la violencia. Sí, ellos son víctimas del patriarcado, están atrapados en ciclos interminables de violencia, condenados por la exigencia de ser hombres. Yo, como mujer, puedo poner eso en cuestión y fragilizarlos, indagar en ese mundo de hombres jóvenes y de contextos humildes, víctimas del conflicto armado.

Son víctimas también de la burocracia que ralentiza esa vuelta de las tierras a sus dueños legítimos, ¿es un mecanismo relacionado con la corrupción política?

Tiene que ver con la corrupción, pero también con un sistema judicial que colapsó por la magnitud del conflicto. Eso ha hecho que los funcionarios judiciales se vuelvan insensibles a las víctimas, la magnitud del problema les excede. El gobierno de derechas que hubo antes hizo a un lado el tema de restitución de las tierras, porque es molesto y toca intereses de mucha gente, de terratenientes y de élites. Ahora hay un gobierno progresista que lo ha puesto en el centro. El gobierno pidió en diciembre una proyección privada de la película y la vimos con funcionarios.

¿Y en los cines cómo ha sido la reacción ante la película?

La Concha de Oro provocó mucha curiosidad alrededor de la película y fue a verla un público muy popular que no va a ver cine de autor. Se creó un diálogo apasionado sobre el tema, se ha escrito mucho después del estreno.

Es una película profundamente política, ¿buscaba con ella ese tipo de reacción?

No fue el asesinato de mi padre lo que me decidió a hacer un cine político, ya lo hacía en la Universidad, es el cine que siempre me ha gustado y el que me enamoró. Pasolini. Angelopoulos. Me gusta explorar las cosas que me inquietan desde planteamientos estéticos.

La decisión de rodar en Antioquía, zona de alto peligro, es también una decisión política.

Sí. Ahí nació la historia, de un viaje que hice. Todos los colombianos de Medellín conocemos esa carretera porque es la que lleva al mar. En el cine se puede falsear, pero yo no vengo de esa tradición. Al comienzo del proyecto todo el mundo nos decía que no rodáramos ahí, que iba a ser imposible. Fue todo lo contrario. Y sí, ese fue el primer acto desobediente de la película. Mirlanda Torres (productora) y yo viajamos allí, hablamos con las instituciones y los líderes culturales, sociales y ambientales. Hicimos relaciones horizontales. Es una zona que ha sufrido mucho y el cine no podía llegar a causar más dolor.

Los protagonistas de la película no son chicos de la calle, pero son de zonas populares, ¿tras la película miran la violencia de una forma diferente?

Tuvimos una relación afectiva fuerte con ellos. Fue un proceso largo y éramos muy responsables porque teníamos dos menores en el grupo. Por supuesto que nos preguntamos cómo podíamos ayudarles y sí, la mejor manera era que cambiaran su forma de mirar hacia el mundo y hacia ellos mismos. La película les dio confianza en ellos mismos y eso es importante en un país como Colombia, donde el otro siempre es el enemigo.

Los menores estaban desescolarizados y quisieron volver a la escuela. Andrés Castañeda (Culebro) tuvo mucha curiosidad por el equipo técnico y ahora está trabajando con un equipo de luces en una película. Davison Flores (Sere) tuvo un accidente en un brazo y le conseguimos una beca para rehabilitación y ahora está trabajando. 

Aparecen unas mujeres, prostitutas, que les acogen con bondad y cariño. ¿La otra cara de la moneda?

Cuando construimos para la película el burdel de esas mujeres yo lo veía como Colombia. Los muertos del conflicto han sido los hombres, pero las mujeres son las víctimas sobrevivientes. Las mujeres en Colombia están tremendamente aporreadas.

En sus películas siempre trabaja con actores naturales, ¿por qué?

Lo próximo que haré será con actores profesionales, voy a dirigir tres capítulos de la serie de Cien años de soledad, que para nosotros es como trabajar con la Biblia. Pero en mis proyectos sí trabajo con actores naturales. Es una apuesta estética, me dan la verdad que busco. La verdad existe, no es algo que se construya. Esas personas tienen la marca de la verdad en la piel, en el alma, tienen una forma de moverse, de andar. 

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