Este artículo se publicó hace 3 años.
Mujer tenías que ser
Las mujeres cambian el relato machista que ha dominado el mundo rompiendo su silencio. 2.000 mujeres de 50 países distintos se autorretratan en 'Woman', una increíble, muy ambiciosa y conmovedora película de Yann Arthus-Bertrand y Anastasia Mikova.
Madrid-
"Me encanta ser una mujer... me encantan la ternura, la sensibilidad, el carácter único de lo que implica ser mujer". Y una feliz sonrisa. Es uno de los primeros testimonios que las mujeres narran frente a las cámaras para Woman, la película de Yann Arthus-Bertrand y Anastasia Mikova, un trabajo que "responde al deseo de mirar el planeta con los ojos de una mujer", una increíble y ambiciosa película en la que los codirectores han recorrido cincuenta países y han entrevistado a 2.000 mujeres. Y el resultado, a pesar de la extrema violencia y discriminación que sufre la mujer en el mundo, es un retrato hermoso, auténtico y en el que domina una sincera alegría por vivir.
Mujeres de todas las edades, de diferentes etnias, con religiones distintas, de variadas tendencias sexuales, de clases sociales y profesiones u oficios muy diversos... mujeres, fuertes y vitales. Casadas con viejos en su infancia, violadas, vendidas en mercados de trata de mujeres, maltratadas por sus parejas, obligadas a abortar y obligadas a jugarse la vida por abortar, abandonadas, acosadas, madres, hijas, compañeras, catedráticas, políticas, camioneras, pescadoras, atletas... Mujeres, resistentes. "Mujeres. Fuertes. Siempre".
Contra viento y marea
"Lo que más nos impresionó fue la increíble resistencia de las mujeres, su capacidad de seguir contra viento y marea, como si formara parte de su ADN", reconoce el cineasta Yann Arthus-Bertrand, que con la codirectora eligió un escalofriante testimonio para arrancar su largometraje, la voz de una mujer extraordinaria que verbaliza una de las claves de la película: "Como si fuera una cuestión de vida o muerte, las mujeres necesitaban hablar, pero, sobre todo, necesitaban ser escuchadas".
"Lo más valiente que he hecho ha sido estar frente al público y confesar que he sobrevivido a la violencia sexual y al tráfico de personas. He escalado montañas, he recorrido desiertos. He ganado un premio Guinness por el triatlón más largo. He nadado 193 kilómetros. He recorrido en bici 47.919 kilómetros. He corrido 1.183 kilómetros. Pero nunca antes había tenido tanto miedo como cuando lo dije por primera vez. ¡Tuve muchas dudas! En cuanto pronuncié esas palabras, quise retractarme, porque estaba aterrorizada. Pero no me rendí. Y eso me hizo más fuerte, mejor. Porque lo que yo quería era romper ese silencio. Porque sé que es el silencio el que lo hizo posible. La violencia surge del silencio, cuando no la mencionamos. Se dice que las víctimas no tienen voz ¡pero la tenemos! Lo que no quieren es escucharnos. Nos silencian".
Y las mujeres hablaron
Y ella también sonríe al final de su declaración. Y con ese gesto crea la atmósfera de una película en la que sus directores, apostando por las voces de las mujeres, revelan otra realidad silenciada, la de que una mujer puede ser víctima –millones de mujeres del planeta lo son–, pero no lo son sobre todas las cosas. Al contrario, las mujeres de esta excepcional película son energía positiva, pura vida. Son luchadoras que decidieron aprovechar la oportunidad de este trabajo y cambiar el relato que domina el mundo rompiendo su silencio. Siempre nos dijeron "mujer tenías que ser" para humillarnos, a partir de ahora solo lo dirán con admiración y asombro.
"Fueron las propias mujeres las que nos guiaron en lo que consideraban realmente importante –reconoce Anastasia Mikova en sus notas de dirección–. Hablaron del trabajo, la educación, la emancipación o la maternidad. Pero también hablaron de temas muy íntimos, como la relación con su cuerpo o con su primera menstruación. Compartieron con nosotros recuerdos divertidos, sorprendentes, conmovedores, pero también terribles. Para muchas, las entrevistas también dieron paso a la introspección, como en una sesión de terapia. Necesitaban enfrentarse a algunos de sus dolores más profundos sobre temas de los que nunca pensaron que podrían hablar algún día, y sin embargo lo hicieron".
En este mundo hostil
Hablaron de su orgullo de ser mujeres y de la vergüenza femenina por los abusos sexuales continuados que sufrieron durante años en la casa familiar –"de los 13 a los 18 no hubo un solo día en que mi padre no abusara sexualmente de mí"–, de la felicidad de conseguir el diploma de Harvard siendo mujer negra y de la decepción de no poder estudiar por ser mujer, de lo que les gusta el sexo y de no haber tenido un orgasmo en toda su vida; del ácido en el rostro, los puñetazos, la brutalidad y de la ternura y felicidad de la pareja...
Ello en un mundo en el que menos del 10% de países están dirigidos por mujeres y donde las mujeres constituyen el 70% de las personas que viven por debajo del umbral de la pobreza. En un planeta en que las mujeres invierten el 90% de sus ingresos en su familia y donde una de cada diez mujeres experimenta violencia durante su vida.
En ese mundo hostil, las mujeres se rebelan, siguen luchando y resisten. No se rinden. Mujeres que, con sus propias palabras y desde la diversidad, coinciden en el diagnóstico: "Estoy orgullosa de ser mujer. Soy una mujer fuerte, determinada, decidida y súper simpática, una mujer que hace el trabajo de un hombre, llena de esperanza, soy una mujer normal. Soy una mujer perseverante, una mujer valiente, una abuela inteligente, una mujer poderosa, una mujer guerrera, soy atrevida, feminista, una mujer de acción, una luchadora... Sin miedo, que ama la vida, alegre, heroica, libre, puede que sea subversiva, pero hasta Dios debe haber sido mujer".
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