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Poemas como laberintos

La Biblioteca Nacional acoge una exposición que reflexiona sobre el vínculo entre verso e imagen

ISABEL REPISO

Bello, Berídico, Baliente, Bibo. Con esta composición homenajeó Pablo del Barco a Joan Brossa, aunque puesta así es ilegible porque le falta su otra mitad: la imagen. Para comprenderla en su totalidad la Biblioteca Nacional ha organizado la muestra Imagen en el verso, que permanecerá abierta hasta el 18 de mayo y abarca el mencionado poema.

Quien visite esta cita no podrá obviar la influencia que tuvo Vicente Huidobro en la poesía visual de las vanguardias, ni el artista total que fue Rafael Alberti. Pero vayamos por partes. El primer período que despliega Imagen en el verso es el Barroco español de los siglos XVII y XVIII y su derivación en el XIX. En este apartado José María Díez Borque, comisario de la exposición, destacó el “valor doctrinal y moralizador” de las imágenes de los textos, que elogiaban a monarcas o a figuras esenciales del cristianismo.

Otro rasgo que caracteriza esta época es el ingenio de estos autores. Así pues, entre los cien originales que se exhiben, varios son laberintos poéticos, en los que el lector debía conocer el movimiento de las piezas del ajedrez para leerlos con sentido. Una técnica que José Paulino Ayuso, catedrático de Filología Española de la UCM, relacionó con la poesía dadaísta de los años veinte. “Muchas veces lo nuevo es la recuperación de técnicas anteriores”, comentó, en alusión a la formación de poemas a partir de recortes de periódicos y su ordenación casual.

Influencia francesa

La segunda parte se centra en la poesía visual de vanguardias, que en España comenzó en torno a 1918 y cuyo impulsor fue Huidobro, muy apegado a la tradición francesa del caligrama. Con textos en la lengua del país vecino y su habitual savoir faire, el maestro firma Molino y Paysage. Una firma en la que no se queda solo.

Pertenecen a esta etapa la cubierta de la revista de arte, literatura y crítica Reflector y un cartel realizado por Ernesto Giménez Caballero. Las aportaciones de Gerardo Diego, Juan Larrea o Rafael Alberti confirman a las revistas como el mástil que sustentó a esta poesía, por encima de los libros sobre el tema, que fueron “pocos”, según Ayuso.

El tercer apartado, consagrado a las composiciones de posguerra, insuflan aires renovados gracias a Gabriel Celaya o el surrealista Miguel Labordeta. “Las nuevas técnicas, los guiños a la publicidad y el espíritu lúdico son una constante de este periodo”, indicó el catedrático. En este último recodo se ubica Brossa, autor del irónico Balanza o Mundo con letras, el citado Pablo del Barco y Eduardo Scala, que cierra el recorrido con sus particulares retratos de Cervantes, Santa Teresa de Jesús y Rimbaud.

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