Este artículo se publicó hace 12 años.
El romance amputado de Marion Cotillard
La actriz ya figura en las quinielas para el premio de interpretación por “De rouille et d’os” a las órdenes de Jacques Audiard (“Un profeta”)
No es perceptible a primera vista, pero existe un Cannes que no reluce, donde la gente no sube escalinatas ni desfila sobre la alfombra roja, sino que come yogures caducados y frecuenta el submundo de los torneos de lucha clandestina. Por lo menos, ese es el Cannes que aparece en De rouille et d'os, la nueva película de Jacques Audiard. Hace tres años, el director francés se quedó en las puertas de la gloria en el palmarés con Un profeta. Sería recompensado con el Gran Premio del Jurado, ante un Michael Haneke supuestamente favorecido por la presidenta Isabelle Huppert. Audiard vuelve a probar suerte ahora con una película que ha tocado la fibra sensible de los festivaliers. En De rouille et d'os ("Óxido y hueso", título prestado del relato del canadiense Craig Davidson en que se inspira), ha contado con la complicidad de Marion Cotillard, de regreso al cine francés tras su aventura hollywoodiense.
La actriz interpreta a una entrenadora de orcas que, tras un accidente en el Marineland local, se queda sin piernas. Un pequeño delincuente en vías de reinserción, boxeador amateur en sus ratos libres y mal padre de un niño que pide a gritos que le preste atención, le ayudará a reencontrar lo que las sinopsis cinematográficas suelen denominar "la alegría de vivir". Él parece salido de una película de los Dardenne. Y ella, de una de Iñárritu. Audiard ha encontrado la manera de combinar ambos mundos con acierto, aunque a ratos se le vaya la mano en la estilización del sufrimiento.
En cambio, el director sobresale al plantear un interesante juego de contrastes entre ambos personajes. Los dos se hallan en la delgada línea que separa la brutalidad de lo vulnerable. Mientras una reconstruye su cuerpo amputado, el otro lo destruye en peleas callejeras a cambio de un puñado de billetes. Cotillard está muy bien, aunque a veces bordee otra delgada línea roja: la que separa la contención del exceso. Pero el auténtico descubrimiento se llama Matthias Schoenaerts, actor de una intensa animalidad ya visto en Bullhead, cinta belga nominada al Oscar y definible como terror para vegetarianos. El actor flamenco transmite sin hacer aspavientos ese conflicto entre naturaleza y civilización, entre violencia y ternura, que plantea la película. Si la película tiene que llevarse un premio -así parece haberlo decretado ya la comunidad festivalera-, tal vez sea Schoenaerts quien realmente se lo merezca.
Súbete al bus. A veces, lo más estimulante sucede en las secciones paralelas. Sucedió ayer en la Quinzaine des Réalisateurs, que en esta edición abre una nueva etapa tras un par de años algo menos brillantes, marcada por el retorno de grandes nombres como Michel Gondry, encargado de inaugurar esta sección paralela con The We and the I. "No fue el nombre de Gondry lo que nos convenció, sino la película en sí. Hemos dicho que no a otros nombres conocidos. Su modo de producción y su calidad experimental nos parecieron perfectos para iniciar esta etapa", afirmaba el responsable de la selección, el crítico Édouard Waintrop. Se trata de un experimento tramado por el genial director francés con un grupo de jóvenes estudiantes del Bronx neoyorquino. La práctica totalidad de la cinta transcurre en un autobús durante el último día de escuela antes del verano. Un grupo de estudiantes siembra el caos entre los pasajeros con sus insultos e humillaciones mutuas, SMS en serie y conversaciones sexuales. Pero, a medida que los estudiantes empiezan a bajar en sus respectivas paradas, la índole de sus conversaciones empieza a cambiar, revelando un íntimo malestar que, en gran parte, explica y hasta justifica el estruendo con el que viven sus vidas. "Hace veinte años, observé algo muy parecido en un autobús de París. Desde entonces, tenía en mente hacer una película como esta", explicaba ayer Gondry. "Me interesa mucho la dinámica de grupo, que es algo que siempre me ha parecido perjudicial para el individuo. Por eso siempre me he mantenido tan al margen del grupo como he podido", añadía. Hablaba de sus años de adolescente, pero lo mismo se puede decir de su posición en el cine de hoy. Gondry vuelve a demostrar que viene de un planeta distinto a los demás directores. Que no dude en regresar a la Tierra cada vez que quiera abducirnos.
Sirtaki en la Croisette. En Cannes cuentan tanto las películas como las actividades extracurriculares que empiezan al caer el sol. Fiestas, eventos y presentaciones de marcas de lujo, sponsors cosméticos y demás productos derivados se convierten en una pasarela del glamour frecuentada por celebridades de todo tipo. Las estrellas más solicitadas tienen que optimizar su tiempo. Llegan, se hacen una foto y siguen su ruta. La misma Cotillard, estrella de la jornada, pasó anoche por varias fiestas. Empezó su trayecto en la soirée de su película, en la playa privada del Carlton, antes de desembarcar en la fiesta de Moet en Le Club y en la lujosa fiesta de Chopard en el mítico Hotel Martinez, donde saludó a su padrino estadounidense, Harvey Weinstein, todavía embobado ante el talento de Lana del Rey. La cantante premió a los asistentes con un concierto sorpresa, en el que demostró que su fallida actuación en Saturday Night Live fue sólo un breve tropezón. Pero nada es comparable al fin de fiesta que se montó el equipo de Moonrise Kingdom en la fiesta de la película. Tilda Swinton, Bill Murray y el niño protagonista, Jared Gilman, se marcaron un sirtaki en plena Croisette para celebrar la buena acogida de la película al ritmo de la banda sonora de Zorba el griego. ¿Problemas "de tipo griego", que diría Godard? Ni uno ni medio.
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